El presupuesto es un laberinto
Toda crisis nos desnuda a conciencia, nos obliga a confrontarnos con nosotros mismos sin ningún tipo de falsedad ni revestimiento; de nuestras fuerzas sólo es cultivable lo que se había sembrado con antelación y no fue arrasado por las dificultades. Y la crisis por la pandemia no es diferente: el solidario rasga un poco más de su capa para cobijar al necesitado, el avaro resguarda aún más sus bienes y el ignorante exclama sin pudor lo que supone deberían hacer todos los demás.
De manera casi automática, la sociedad asimiló un lenguaje de guerra y una narrativa bélica ante el Covid 19 y sus estragos entre todos los pueblos de la tierra. Esta narrativa nació en los medios de comunicación en cuyas directrices editoriales hay fascinación por vender los conflictos y, por supuesto, llega a toda la sociedad. Hoy encontramos frases llenas de agresividad prácticamente en todos los escenarios que tienen que ver con la relación de la humanidad con la crisis por coronavirus.
El escritor Italo Calvino en Conciencia nos relata la historia de un sujeto que se enlista en la guerra para poder matar a un enemigo en particular. En los años que dura la guerra, el sujeto mata a otros hombres y por estos actos recibe condecoraciones y reconocimientos, pero no logra asesinar al único hombre que en realidad quería matar. Al concluir la guerra, ya de vuelta en casa, el sujeto se encuentra con su único enemigo y, por supuesto, lo mata. Esta vez no le dan condecoración alguna, sino que lo envían a prisión y lo sentencian al cadalso. Calvino cierra el relato con el sujeto explicando que se tuvo que matar a su enemigo para “calmar su conciencia”.
Este relato provoca un par de reflexiones: que los tiempos de guerra y los tiempos de paz juzgan diametralmente distinto a las acciones de los hombres; y que el peso en la conciencia de los actos en tiempos de guerra no es sencillo de purgar e incluso puede costar la vida.
En un momento tan crítico como el actual, en el que la humanidad sin duda se juega muchas de sus seguridades, es fácil seguir discursos y narrativas bélicas. En los últimos días he leído y escuchado las siguientes frases: “El coronavirus es nuestro enemigo”, “estamos en guerra”, “las autoridades de salud dieron el parte de guerra de muertos por Covid 19” y un largo etcétera. Ideas que sólo reflejan miedo y fijación pueril con el conflicto.
Pero como nos demuestra el relato de Calvino: la fascinación por narrativas beligerantes puede hacernos perder de vista que los actos inmorales que se realicen o las decisiones deshonestas que se tomen en medio de una crisis pueden estar justificadas (o incluso recompensadas) como con el caso del soldado que recibe condecoraciones por matar a otros seres humanos. Pero no es todo, estos discursos bélicos despiertan odios y resentimientos entre personas cuyos sentimientos marciales los convoca a atacar y defenderse sin conciencia ni pudor mientras dure el estado de excepción. Y la historia nos recuerda que estas heridas en el tejido social tardan mucho más de una generación en sanar.
“La guerra sucede cuando el lenguaje falla”, escribe la poetisa Artwood; y, sin embargo, hay quienes parecen clamar por que la guerra se asiente como una naturaleza dominante en la convivencia humana. Es cierto, la narrativa bélica nos ayuda a definir quienes son los verdaderos héroes y a identificar el villano, a reconocer “qué es eso que amamos y por lo cual luchamos” como diría Chesterton; pero no olvidemos que esa narrativa también nos ofrece angustiantes páramos de dolor e infinitas situaciones de penuria; esta narrativa habla de víctimas, de cautivos y de victimarios.
La enfermedad y la crisis humanitaria no se curan ni remedian con balas, ni con generales ni partes de guerra; se requiere ciencia, profesionalismo, sacrificio, humanitarismo, solidaridad, compasión, ternura, entrega, caridad, confianza y esperanza. Se requiere de esa narrativa capaz de brillar en lo más profundo de la noche y de nuestra historia.
*Director VCNoticias
@monroyfelipe