Teléfono rojo/José Ureña
50 años después: el 2 de octubre no se olvida
En el siglo pasado, sin duda la década de los sesentas, es una de las más importantes, no sólo por todos los cambios socioculturales que se dieron en el mundo, sino también porque cambiaron la forma de vida de la sociedad mexicana.
En los sesentas, el hombre llegó a la Luna, floreció el Rock and Roll sobre cualquier tipo de género musical; llegaron la sicodelia, el mundo de las drogas, el pelo largo, los pantalones acampanados, los movimientos pacifistas, resurgió el muralismo, comenzó el boom de la novela latinoamericana, fallecen los tres Pablos –Neruda, Picasso y Casals— y se ganan el mercado de la radio y los discos los Beatles y los Rolling Stones. En 1968, en París, en San Francisco, California y en la ciudad de México, comienzan los movimientos estudiantiles, si bien tienen un origen distinto, los tres terminan reprimidos por la fuerza pública.
En México, el movimiento estudiantil que comenzó exigiendo que el gobierno atendiera un pliego petitorio de seis puntos como consecuencia de la represión policiaca por un enfrentamiento entre estudiantes preparatorianos en la avenida Bucareli y en la plaza de la Ciudadela, desencadenó en una matanza el 2 de octubre de ese 1968 en la plaza de las Tres Culturas en Tlaltelolco. Hasta ahora, de lo que se sabe, es que el número de muertos fue de 78, hay 31 desaparecidos, hubo 186 heridos de bala y mil 500 detenidos.
Escribir sobre la herencia que nos dejó como sociedad el movimiento estudiantil de hace 50 años, llevaría mucho espacio que no es posible abordar en este texto. Sin embargo, hago memoria de algunas conversaciones con los difuntos Eduardo Valle Espinosa, Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Luis González de Alba, el ingeniero Heberto Castillo Martínez y Fausto Trejo y otros que todavía viven como Raúl Álvarez Garín, Marco Ávila Cadena y de lo que han publicado en sus memorias varios de los protagonistas:
El ex presidente de México, el general Lázaro Cárdenas del Río, acudió a la residencia oficial de Los Pinos y solicitó una audiencia con el presidente Gustavo Díaz Ordaz. De acuerdo con las versiones que ambos dejaron por escrito, el diálogo entre ambos si bien fue respetuoso fue muy áspero.
El general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, y quien es señalado como uno de los principales responsables de la matanza del 2 de octubre, fue testigo de ese encuentro y dio su versión del encuentro en sus memorias compiladas en dos libros “Gustavo Díaz Ordaz. El hombre. El político. El gobernante» (marzo 1986) y “La realidad de los acontecimientos de 1968 (abril 1996)”:
»El general Lázaro Cárdenas llegó al extremo de presentarse inesperadamente en Los Pinos pidiendo ser recibido por el presidente Díaz Ordaz, quien precisamente en esos momentos salía para asistir a una ceremonia. Como no había prevista solicitud de audiencia, se le pidió a dicho militar que esperara unos momentos en tanto el señor presidente era informado de su deseo. Cárdenas, cuando estuvo en presencia del presidente Díaz Ordaz, le manifestó la razón de su urgencia y agregó: ‘señor presidente, he sido presidente y considero que está violando la Constitución’. A esta afirmación el presidente Díaz Ordaz contestó: ‘yo soy presidente y además abogado; el proceder de mi gobierno se ajusta a un artículo de la Constitución, señor general’. ‘¿Cuál es ese artículo?’, replicó el general Cárdenas al presidente. A esa pregunta la respuesta de Díaz Ordaz fue: ‘el mismo artículo en que usted se apoyó para sacar del país al general Plutarco Elías Calles’. El general Cárdenas, visiblemente confundido, guardó silencio. A continuación, el presidente Díaz Ordaz dijo al general Cárdenas: ‘mi general, ya me acordé del artículo: ese artículo es México, ¡México, mi general! Alentar la subversión y dar asilo a los subvertidores del orden y respeto a las instituciones, eso sí es violar la Constitución, señor general. Con permiso’, agregó, ‘queda usted en su casa’. El presidente salió dejando parado a medio despacho al general Cárdenas.
En el noticiario Imagen Noticias, conducido por Ciro Gómez Leyva se dio a conocer el pasado primero de mayo, parte de las memorias de Gustavo Díaz Ordaz, un poco más de 500 cuartillas que jamás se publicaron; en ellas el expresidente repasa su trayectoria profesional, su paso por la Presidencia de la República y, desde luego, el movimiento estudiantil de 1968. Solamente en diez hojas, recuerda la matanza de Tlaltelolco.
Hace tiempo, en la revista Letras Libres, el escritor Enrique Krauze, reveló que por intervención del ingeniero Gilberto Borja, pudo conversar con el ingeniero Gustavo Díaz Ordaz Borja, hijo mayor del ex Presidente, quien le permitió leer sus memorias, que ahora dio a conocer grupo Imagen. Krauze opinó: “La marcada inclinación de Díaz Ordaz a ver huellas de una conjura contra México en cada minucia y la mala información con que contó para tomar sus decisiones. En el marco de un sistema que concentraba el poder absoluto en el presidente, ambas condiciones -la paranoia y la distorsión- contribuyeron decisivamente a la tragedia.
En su momento, el general Lázaro Cárdenas, le advirtió al ingeniero y académico de la UNAM, Heberto Castillo Martínez, que decir la verdad era muy peligroso. Y le advirtió: “Si te agarran, te van a matar”. Desde esa noche, Heberto supo que su verdad había irritado a Gustavo Díaz Ordaz, “el genocida”, al grado de quererlo matar. Algunos de sus polémicos relatos se encuentran publicados en la revista Proceso y en el libro que lleva ese título. Díaz Ordaz jamás le perdonó a Heberto que el 15 de septiembre de 1968 haya dado el grito de independencia en la explanada de rectoría de la UNAM.
Gutiérrez Oropeza, autor intelectual de la matanza del 2 de octubre, en sus escritos, responsabilizó a «políticos resentidos», «traidores» y «pro comunistas que servían a los intereses de Rusia» y aunque jamás menciona al Batallón Olimpia y a sus integrantes, consideró como uno de los principales políticos traidores al diazordacismo a Luis Echeverría, «el sucesor que no sólo engañó al hombre, al político, sino también a la Patria», y a Emilio Martínez Manautou, secretario de la Presidencia en esas fechas, quien «alentó el problema estudiantil para que se quemaran el jefe del Departamento del Distrito Federal (Alfonso Corona del Rosal) y el secretario de Gobernación ( Luis Echeverría)». Sostiene que «el Consejo Nacional de Huelga buscaba derrocar al gobierno de México”.
Y en su delirio, acusó: «Díaz Ordaz paró en seco las maniobras de Fulton Freeman –embajador en ese entonces de Estados Unidos–«, y señaló que Amado Sócrates Campus Lemus, dirigente estudiantil del IPN y otros estudiantes, supuestamente arreglaron con Jorge B. Groos, agregado de la CIA en México, el financiamiento del movimiento estudiantil. Jamás menciona que pidió al general Marcelino García Barragán que le perdonara la vida a dos de sus colaboradores que dispararon contra los soldados y los estudiantes en Tlaltelolco.
En cambio, Marcelino García Barragán, narra en sus memorias, lo siguiente: “Entre 7 y 8 de la noche –del 2 de octubre de 1968– el general Crisóforo Mazón Pineda, quien estuvo al mando de la Operación Galeana diseñada en la Sedena para detener a los dirigentes estudiantiles, me pidió autorización para registrar los departamentos (en Tlatelolco) desde donde todavía los francotiradores hacían fuego a las tropas. Se le autorizó el cateo. Habían transcurrido unos 15 minutos cuando recibí un llamado telefónico del general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial, quien me dijo: Mi General, yo establecí oficiales armados con metralletas para que dispararan contra los estudiantes, todos alcanzaron a salir de donde estaban; sólo quedan dos que no pudieron hacerlo, están vestidos de paisanos, temo por sus vidas ¿No quiere usted ordenar que se les respete?…Le contesté que, en esos momentos, le ordenaría al general Mazón, cosa que hice inmediatamente. Pasarían 10 minutos cuando me informó el general Mazón que ya tenía en su poder a uno de los oficiales del Estado Mayor, y que al interrogarlo le contestó el citado oficial que tenía órdenes él y su compañero del jefe del Estado Mayor Presidencial de disparar contra la multitud. Momentos después se presentó el otro oficial, quien manifestó tener iguales instrucciones”.
El movimiento social de 1968 fue creciendo y demandando mayores libertades a un Estado totalitario, tal y como en su momento lo hicieron los diversos movimientos que conformaron la Revolución. Sin embargo, hay muchas tareas pendientes. Posiblemente la principal, sea una evaluación mesurada y rigurosa —no testimonial o histórica–, sobre el significado que dicho movimiento tuvo para la historia contemporánea del país. Ese balance está aún por hacerse. Es necesario abrir un espacio de reflexión y no sólo de conmemoración.
El hecho de que el país que existe hoy es muy distinto al de hace 50 años es claramente insuficiente. ¿Podemos, en efecto, rastrear todos los cambios positivos —libertad ampliada de expresión, aparición de partidos competitivos, elecciones en proceso de normalización, creciente pluralidad política en el congreso y los estados— hasta el movimiento estudiantil? Para muchos no hay duda de ello. Con todo, México ha cambiado, es cierto, pero sigue siendo un país pobre, injusto y cada vez más violento. El autoritarismo no ha desaparecido aún, a pesar de los avances democráticos y la desigualdad social es vergonzante.