Visión financiera/Georgina Howard
Aniversario de Revolución, Buen Fin y TLC
Los festejos del aniversario de la Revolución Mexicana pasaron casi desapercibidos y los medios de comunicación se dedicaron fundamentalmente a promover el Buen Fin, mientras que los gobiernos de Canadá y de nuestro país comenzaron a buscar nuevas alternativas de mercado ante la inminente revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, suscrito junto con Estados Unidos y que entró en vigor el primero de enero de 1994.
Han pasado 16 años y once meses de la entrada de vigencia del llamado TLC y, ahora, la potencia estadounidense, en boca de su presidente electo Donald Trump, se ha pronunciado por revisarlo y modificarlo. En México desde 1994, como lo mostró en su momento el EZLN, organizaciones indígenas y campesinas se han opuesto a su vigencia porque no estaban preparados para entrar a un mercado competitivo y en los que se han visto favorecidos grupos empresariales que crearon agroindustrias, obteniendo con ello cuantiosas ganancias, pero pagando y explotando una mano de obra barata. Ejemplos sobran, de las condiciones infrahumanas en que se encuentran miles de trabajadores del campo.
Ahora, es la oportunidad de revisar estos aspectos en el TLC y poder comenzar a aplicar las llamadas reformas estructurales y buscar mercados alternativos para los productos mexicanos y no poner, nuevamente, todos los huevos en una misma canasta. Es decir, los mexicanos estamos en un momento en que tenemos que abrir nuevos mercados en América del Sur, Centroamérica, el Caribe, Asia y Europa. Ser más eficientes en la producción de bienes y servicios y crear sin ningún tipo de retraso, auténticos polos de desarrollo regionales que puedan crear los suficientes empleos que eviten la migración y que no se viva y dependa económicamente de las remesas y de la pequeña producción regional.
Tenemos que generar empleos productivos y formales, frenar la corrupción y que los recursos públicos muchas veces insuficientes, se canalicen a la salud, a la educación y en mejorar la seguridad pública y el acceso de justicia. Todo esto tiene que ver con un cambio radical de nuestra forma de pensar y de vivir. Mientras menos desiguales podamos ser, mejor calidad de vida tendremos. Ahora que pasó el Buen Fin, debemos preguntarnos sobre la gran venta de aparatos electrodomésticos, los cuales en su mayoría –sino en la totalidad–, se fabricaron en China, sin importar la marca del producto.
Por eso, la industria nacional debe contar con los estándares de calidad internacionales, vender los productos que fabriquen a precios accesibles y competitivos y mostrar ante el mundo que contamos con una industria de absoluta calidad, con una mano de obra competitiva y altamente calificada, como lo muestran las industrias automotríz y autopartes.
En cuanto a los planteamientos enarbolados por la Revolución Mexicana y que ahora nadie toma en cuenta, debemos encontrar un nacionalismo, más que ideológico, que se acerque a la realidad y que canalice una solución de corto y mediano plazo, las principales demandas sociales, tomando en consideración que una parte importante de la población se debate entre la pobreza y la pobreza extrema. La desigualdad social no está cobrando facturas, una de ellas, quizá la más grave, es la inseguridad que vivimos.
Aunado a ello, la amenaza de Trump para México de deportar alrededor de once millones de indocumentados, en su mayoría mexicanos, centro y sudamericanos. Ahora matizó la cifra, pero insistió en que deportará a poco más de 3.5 millones.
Insiste en revisar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, tratando de restarle oportunidades tanto a México como a Canadá. Y los inversionistas estadounidenses, pues están preocupados, pues en realidad han hecho en nuestro país inversiones importantes y se han generado muchos empleos en México, gracias a la apertura comercial y a la globalización. Es el momento de tomarle la palabra y que nuestro gobierno y los grandes empresarios busquen y encuentren nuevos polos de desarrollo.