Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
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Primero la anécdota. En 2014, tras mucha insistencia de mi parte, logré una cita con el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin. Hasta ese momento, el más importante colaborador de la Santa Sede no había atendido ninguna entrevista ni había dado perspectiva sobre sus principales intereses en el cargo. Para la reunión se especificó que no se trataba de una entrevista, pero se abrió la posibilidad de que el equipo de noticias realizara alguna poco más adelante.
Al concluir el encuentro le pedí al cardenal que su asistente nos tomara una fotografía y dije una frase de la que me arrepentí de inmediato: “Nadie me va a creer que vine hasta la Terza Loggia el Palazzo Apostolico a platicar con el secretario del estado Vaticano”. Y Parolin me espetó una tremenda lección: “Para ser periodista, debe usted ganar más credibilidad”.
Decidí, por supuesto, no publicar la fotografía y depositar mi sola narración de aquel encuentro en la generosa confianza que los lectores quisieran darme.
De eso trata esta crisis periodística: credibilidad. Hay un fenómeno creciente de descrédito de los medios de comunicación y sus periodistas. Y el tema no es menor.
La semana pasada se divulgó una lista de empresas y periodistas que han recibido dinero por parte del gobierno federal mexicano. De inmediato se crucificó a los profesionales de la información y en parte es nuestra culpa; no hemos ayudado lo suficiente a la sociedad a hacerse las preguntas correctas -ni los hemos acompañado- cuando desde el poder se difunde una idea ambigua o malintencionadamente confusa.
Ante aquella información debimos ayudar a clarificar legítimas inquietudes: ¿Basta esa lista para verificar que fueron los periodistas los que recibieron directamente este dinero para favorecer a un grupo de poder? ¿O apenas son datos que nos muestran cómo empresas de comunicación privadas cobraron de manera legal y formal contratos de publicidad de las actividades de entidades del gobierno? ¿Esto último será válido, está claramente regulado o en qué condiciones puede afectar al libre ejercicio periodístico? ¿Cuáles son las fronteras entre la prestación de un servicio profesional y la complicidad utilitaria entre prensa y gobierno?
Sin embargo, algunos de los personajes en la famosa lista prefirieron defenderse antes de ayudar a sus audiencias a preguntarse y entender lo que está sucediendo. Cómo no vamos a adolecer de credibilidad si no miramos más allá de nuestros intereses. Esto nos lleva a la verdadera pregunta que debemos hacernos los periodistas: ¿Qué tipo de profesionales somos para las necesidades de comunicación e información de la sociedad? ¿Qué queremos de usted y de las autoridades para ejercer con libertad y compromiso social nuestra labor y nuestra pasión? ¿Qué tipo de credibilidad hemos construido con nuestras audiencias por la manera como nos desenvolvemos ante el poder o por el profesionalismo con el que hacemos nuestro servicio? ¿Qué ha fallado hasta ahora en el modelo de empresas de información que sugiere o parece indicar a nuestros lectores que los contratos de publicidad o servicios profesionales acallan o censuran nuestras opiniones, las investigaciones o la manera en cómo la información tiene que llegar a la sociedad?
La tarea para los periodistas no ha cambiado: hacernos indispensables para la sociedad. Indispensables por mantenerla informada, por ayudarla a comprender fenómenos complejos, por desvelar los excesos del poder y las omisiones con los desfavorecidos, por ayudar a mirar los rincones oscuros y por tender puentes entre la ciudadanía y las instituciones. En fin, por asumir la responsabilidad al ejercer este complejo servicio de búsqueda, de diálogo y transmisión de la verdad.
Lo he escrito en otras ocasiones: los periodistas podemos ofrecer una mirada apasionada por el hombre, por su cultura y por su trascendencia; y, al mismo tiempo, desapasionarnos de los poderes temporales, de las jerarquías efímeras y de las tiranías de lo inmediato. La identidad institucional es mutable, evoluciona, porque los intereses de los personajes y grupos que la conforman no coinciden, porque las instituciones humanas siempre estarán sujetas a jerarquías inestables.
Por el contrario, la identidad del periodista resplandece al nombrar y actualizar el inmarcesible andar de sí mismo y de sus contemporáneos a través de las largas penumbras de la sociedad, de testimoniar la realidad con noble duda porque el periodismo se hace siempre sobre lo incógnito, manteniendo vivo el asombro a cada paso y, sobre todo, compartiendo la confianza de que nunca nadie camina en la absoluta oscuridad.
@monroyfelipe