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CIUDAD DE MÉXICO, 18 de noviembre de 2018.- La idea era disfrutar del concierto de los Chemical Brothers en un cartel que lucía bastante fresón, a diferencia de las bandas que se presentarían el domingo en el Corona Capital, cuyo plato fuerte tenía a Nine Inch Nails y New Order.
Pero bueno… hay veces que es necesario ceder un poco en los gustos musicales en honor a la convivencia y para que la compañera no termine con los tímpanos rotos por la estridencia rockera de su pareja.
Como ocurre en la mayoría de estos festivales, la mitad de las bandas son desconocidas y, aunque eso no demeritó la calidad de su música, sí provocó que varios de los cuatro escenarios distribuidos en el Autódromo Hermanos Rodríguez estuvieran a un tercio de su capacidad.
Llegamos relativamente tarde, de acuerdo a mis costumbres inglesas de estar en cualquier lugar un par de minutos antes de la cita y eso provocó que nos perdiéramos a los primeros grupos. Después de caminar un buen rato desde la estación Velódromo del metro hasta el lugar, por fin llegamos.
En tres filtros nos revisaron las mochilas y esculcaron. El saldo: un paraguas confiscado y un botecito pequeño con líquido para los lentes de contacto. El argumento para no permitir el paso de este peligroso objeto fue que se trataba de un producto flamable y pues, según la lógica del poli, podíamos hacer una bomba.
Por fin pasamos y nos recibió con todo un sol de noviembre que caía a plomo en la extensa explanada del Autódromo. Tras ponerle suficiente crédito a las pulseras que estaban repartiendo y que servirían como método de pago, pasamos por la primera ronda de alcohol para mantener el ánimo que sería necesario en el concierto de los Chemical, pautado para las 21 horas. Aún eran las 15.
Para agarrar fuerza e iniciar el recorrido, pasamos a la zona gastronómica en donde las opciones iban desde tacos, choripanes y pizza, hasta cosas bastante extrañas como conchas rellenas. Nos fuimos a la segura y con una pizza más con el ancho de una servilleta, nos dimos por bien servidos.
Lo que seguía era dejarnos llevar por la música y quedarnos en el foro que más prendiera. En ese rato escuchamos a Yungblood y They Kooks en el escenario Corona; Jenny Lewis y un poco de Jesus and Mary Chain, en el Doritos; Panic at the Disco y Now Now, en Corona Light; y Shannon Andrés Clams y Quinci XCII,en Levi’s Tent.
Para este punto hay que decir que los Chemical no eran la banda principal del Corona, ese lugar quedó para Lorde y Robbie Williams, ambos que bien podrían tener su espacio aparte, eso de acuerdo a mi fascismo rockero que se resistía con cada célula a estar presente en un concierto de ellos.
A lo lejos se escuchaba un leve murmullo que decía “music response” y todos, como estas encantadas, corrimos hacia las pantallas gigantes que titilaban anunciando el esperado concierto. Las luces se apagaron y los Chemical estaban poniéndole música a la fiesta, en lo que fue tal vez, el único momento emotivo de su presentación.
Bajo el escenario, miles de personas se empujaban convirtiendo el lugar en un agitado mar que no permitía disfrutar de la música. No faltaron los desadaptados que arrojaban cosas a la gente, al más puro estilo pambolero. Bailar estaba descartado, a menos que los movimientos fueran dar brinquitos y mover las manos en el reducido espacio.
Al fondo, los Chemical parecían ajenos al caos y ponían una a una sus canciones, cometiendo el grave pecado de cortar las mejores, como lo hicieron con Do it again. Lo que se presumía en sus videos en YouTube, como ese espectacular concierto en Japón, parecía que se quedó guardado en el país asiático y para México se apoyaron de lo básico, tan básico como ese recurso que hizo famosos a los Beatles con A day in a life, de hacer crecer y saturar una parte de la canción y luego ponernos en un lugar a salvo.
Era imposible disfrutar de la música entre los codazos, lluvia de cerveza y un par de DJs que nada más fueron a darle play a sus canciones, sin un poco de empatía. Antes de que terminara esa presentación, logramos salir vivos de ahí nada más porque Dios es grande y nos tenía preparada una sorpresa. Dirigimos nuestros pasos al escenario de Robbie Williams.
Con casi igual de público, pero distribuidos de forma más civilizada, aguardamos a que el inglés saliera. Las luces se apagaron, comenzó un himno bastante chistoso en honor a él, silencio, y por fin el festival tuvo sentido.
A pesar de que ya no es el treintañero que rompió MTV hace años con Rock DJ, el músico y padre de tres chamacos traía más energía que todos los músicos juntos del Corona. Empezando por el par que acabábamos de dejar hace unos minutos, y al que aún le guardaba rencor.
Además de, obviamente Rock DJ, Robbie repasó Millenium, Come Indone, Feel, Angel, Let me entertain you, y tuvo tiempo de rendir homenaje a George Michael con Freedom, que encendió a la concurrida banda gay que orgullosa bailaba entre la oscuridad y el pasto mojado por el rocío de la noche.
Entre cada canción, el inglés interactuó con la gente, subió a una chava al escenario, bromeó con el público y le tiró carreta a la gente de Guadalajara. La comunicación al 100 con un popurrí que fue el que más brilló en el festival dedicado, se supone, al rock.
Sin quedarnos hasta el final, pues la experiencia dice que hay que salir antes para encontrar transporte, Robbie nos acompañó con Better Man, que mientras más nos acercamos a la puerta se escuchaba más y más bajito, como si se estuviera despidiendo en una velada en la que la química falló, y el pop salvó la noche…