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Libros de ayer y hoy
Silva-Herzog Flores y el nacionalismo extraviado
Fue un junior de primera, hijo del economista Jesús Silva Herzog, encargado por Lázaro Cárdenas de una coordinación técnica relacionada con la expropiación petrolera de 1938.
Hoy no puede dejar de asociarse su trayectoria y actitud con el tipo de personalidades de las que hoy adolece el PRI en los desafíos actuales y en la ruta al 2018.
Al fallecer el “diamante negro” Jesús Silva-Herzog Flores, se recuerda al primer director del Infonavit, a un ex secretario de Hacienda y Crédito Público estelar en la renegociación de la deuda externa en la década de los 80, a un diplomático y aun rival de la primer generación de los llamados tecnócratas egresados de Harvard y Yale que ocuparon durante tres sexenios la Presidencia de la República.
Diamante Negro. Su coloración facial y su brillantez justificaban el apelativo. Hombre para la confianza y de la confianza del presidente, hasta cierto punto, y de la comunidad financiera internacional.
Así lo llamábamos respetuosamente los periodistas que cubríamos la fuente financiera, y muchos otros supongo, en aquellos años 80, previos al primer descalabro electoral importante del PRI, el de 1988.
Silva Herzog compitió contra Carlos Salinas de Gortari por la candidatura de su partido a la Presidencia de la República. Cuando fue sacado del gabinete, al otro día, frente a nosotros, paseaba jubiloso Salinas abrazando al sustituto de Silva-Herzog, Gustavo Petricioli Iturbide. Se sonreían uno al otro en los pasillos del segundo piso de la SHCP que estaba aun en Palacio Nacional.
Su inteligencia clara, memoria capaz de pormenores, despliegue de argumentos reanimados por su peculiar y amena erudición e incluso su voz estentórea, contribuían al impacto positivo general de su personalidad sobre todas las audiencias que lo conocieron.
En aquellos años abundaban opciones interesantes en ese partido que cumplió en 2017 nada menos que 88 años con advertencias a no entregarse a una “izquierda demagógica” y a una derecha de “parálisis”. Un partido que había nacido siete años antes que Silva Herzog y que hoy despliega banderillas contra toritos de utilería.
En este año ni siquiera en el Estado de México está contundentemente claro que el PRI deba o vaya a ganar la gubernatura consideradas una candidatura desabrida, alienación respecto del priismo de base y evidencias que deberían arrojar a los organismos anticorrupción a la actuación inmediata. Especialmente después de las revelaciones de la Auditoria Superior de la Federación sobre el paradero de mil 943 millones de pesos de recursos federales con anomalías según esa instancia cuya prestancia no la ha fortalecido aun ni la mediana novedad del Sistema Nacional Anticorrupción.
El sexenio de Silva Herzog, encabezado por el presidente Miguel de la Madrid, había sido el primero, al menos en lo retórico e institucional, en ese orden si se recuerda que la “renovación moral de la sociedad” precedió la estructuración e la Secretaría de la Contraloría General de la Federación, en dirigir algo parecido a un ataque frontal contra el tema número uno de las percepciones negativas del conjunto del sistema político mexicano: la corrupción en su clase política.
Silva Herzog fue percibido como un servidor público honrado, eficiente, brillante. Ojalá su partido tuviera muchos como él ahora y pudieran imponerse a sus competidores internos. En la competencia externa las cosas ciertamente aparecen mucho más complicadas.
Hoy la confianza del PRI en sí mismo está tan extraviada como los posicionamientos nacionalistas que exhibió muchas veces Silva-Herzog Flores.
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