Visión financiera/Georgina Howard
Tres pistas con el mismo pronóstico: AMLO
En tres pistas aparece sólidamente la probabilidad de la victoria de Morena.
Pista uno: Ricardo Anaya es “un joven dictador” del “maltrecho frente” PAN-PRD-MC, dice el denunciante senador Javier Lozano quien tardó tres años para darse cuenta de lo que los demás criticaban dentro de su partido al mismo tiempo que Anaya parece entrever una oportunidad de avance radicalizando y haciendo “populista” su programa, retórica y cercanía acompañando lo que resta del PRD. La base panista parece desanimada y confundida mientras “los jóvenes” se apoderan de la franquicia.
Pista dos: el PRI trata de justificar el discurso de continuidad de José Antonio Meade mientras todas las encuestas indican que debe apartarse de él e intenta mellar el blindaje de adelantado impermeable que parece proteger a Andrés Manuel López Obrador pese a toda guerra, incluyendo lo de hacer campaña en bardas de Venezuela para establecer una asociación negativa. No está claro por qué razón el PRI hace campaña sobre aquello de que carece el aspirante: simpatía de la esposa, estatura política o cercanía con bases priistas.
Pista tres: Morena extiende su capacidad de defensa del voto en el norte, noreste y el occidente del país y agrega nuevas deserciones, pactos y alianzas. Nadie en los medios o muy pocos cuestionan el acercamiento buscado por las televisoras para con el tabasqueño. El sistema y las estrellas parecen alinearse con él. Parcialmente por ello está en situación de perder o restablecer equilibrio entre un pragmatismo determinado a ganar la elección acompañado de su agenda de valores y programas que sostienen su voto duro cercano al 32 por ciento de la preferencia total.
Las claves de la derrota o la victoria ya están localizadas ante los ojos de todos. Hay que saber verlas.
En las últimas 10 elecciones presidenciales, es decir desde 1958 a la fecha, tres aparecen claramente complicadas desde el inicio de la contienda para el PRI: las de 2000, 2006 y las de este 2018. Desde este enero podemos identificar los problemas priístas: un buen candidato adversario, división interna, pésima imagen presidencial, relevancia del sistema legal electoral, indisposición política para actuar, incomprensión estratégica, percepción de una derrota “adelantada», etc.
Si bien es cierto que las elecciones se ganan con una combinación de operación territorial -así situado el tema en la jerga electoral de partidos-, campaña -esto es precisión de mensaje y su pautado de acuerdo a ritmos y espacios propicios-, mucho dinero, sombra o empuje proporcionado por el detentado de la oficina presidencial y la calidad percibida del candidato, lo que puede cambiar siempre es que la ecuación o el modelo de combinaciones de esos cinco elementos puede implicar historias -resultados- completamente distintas.
En el caso de esta campaña para el PRI aparece, ahora en este 2018, un nuevo factor que no valoraron correctamente hace dos meses antes de la decisión a favor de José Meade.
Se trata del tema de la identificación y autoidentificación del opositor inmediato y el mediato. Ahora no saben si la “guerra sucia” proviene del segundo o tercer lugar porque ellos mismos no identifican en qué situación se hallan.
El PRI no puede desmantelar su retórica defensora de la continuidad sin destruir su propia defensa de su partido. Al miso tiempo, el lugar más atractivo del elector es el del anti PRI, salvo su segmento duro, claro.
Por el momento las tres pistas y su orientación identifican a un ganador. La novedad es la guerra sucia adelantada, la nueva desesperación y el agotamiento, enojo y desencanto social identificándose a favor de un candidato.
Veremos en febrero las estrategias más claras.