Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
1994: aquel año de peligro a un cuarto de siglo de distancia
¿Es la historia nuestra memoria de los pedazos de historiografía que escribimos, de los que nos enteramos o aquello que realmente atestiguamos?
Desde la madrugada del 1 de enero de 1994 la sensación del inicio de un ciclo completamente inesperado sacudió a todos.
Entender y proyectar el sentido del cambio que inicia su fase de completo arranque con este 2019 podría enriquecer nuestra observación y nuestra intervención en la cosa pública.
La base de ese entendimiento puede ser una rápida enunciación de crisis centrales del peligroso 1994.
Comenzaba hace 25 años, al mismo tiempo, el audaz y controversial Tratado de Libre Comercio y una revuelta armada, de la cual tenían indicios la Secretaría de Gobernación y algunos directivos de medios, especialmente La Jornada, desde poco antes de que fuese nacional y globalmente mediatizada.
Carlos Payán había recibido una grabación muy temprana de la movilización iniciada “en la Selva Lacandona” y, como ocurrió después, sería la cabeza del grupo periodístico privilegiado, con algunos medios como Proceso, que dotaría de primicias la expectativa y lanzaría la elevación del tiraje de ese diario vendido como pan caliente en la capital del país y en Chiapas.
“Un verdadero comando periodístico”, diría en su engañosa seducción permanente el “subcomandante” hermano de una política del PRI orgullosamente tamaulipeca.
El Subcomandante Marcos, Rafael Sebastían Guillén Vicente, exprofesor de la UAM que enseñaba teatro y quien realizó su tesis sobre educación y Louis Althusser, ante la renuencia de muchos grupos indígenas en la inminencia del levantamiento, lloró momentáneamente.
Después, con el apoyo del Comandante Germán y del nuevo vacío mundial sin referentes libertarios, convirtió la derrota militar en una extraordinaria oportunidad que llenó con ingenio y valor retórico. Catapultó a la “revuelta indígena” como un espacio de reflexión y confrontación contra el régimen predominantemente priista y el “capitalista” controvertiblemente hegemónico.
Ese mismo año, el asesinato de Luis Donaldo Colosio el 23 de marzo, atrapó al país en una vorágine de intrigas, murmuración e investigaciones sin crédito social aun cuando tuvieran evidencia contundente que señalaban a Mario Aburto como iniciador y autor material del homicidio del político sonorense favorito de Salinas. La vida de Colosio terminó una tarde muy próxima a su discurso sobre “la sed y hambre de justicia” sin que hubiera nunca demostración clara de una ruptura con quien lo impuso en la candidatura.
Para el 27 de septiembre, fecha del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, cuñado del presidente, estrella todopoderosa del partido y del grupo político que acababa de arrasar en las elecciones reivindicando la “seguridad para tu familia”, pese a la mejor intención auto atribuida del EZLN, era para todos claro que el estremecimiento general con que había iniciado el año no había concluido.
Quedaba una estela de dudas acerca del comportamiento de la élite del poder. Ésta localizó momentáneamente en Raúl Salinas la responsabilidad del crimen conduciendo a las familias de la cuasi aristocracia priísta a una disputa que se extendería los siguientes 25 años, hasta el desastre electoral del 2018.
Las oportunidades históricas se presentan como crisis y las crisis son el espacio de definición de nuevos actores y definiciones colectivas.
A un cuarto de siglo vale la pena plantearse cuánto de aquello que considerábamos vigente como proyecto nacional alternativo se desplegará ahora y qué parte es sólo sueño.
La historia es nuestra memoria colectiva…o los trozos que creemos tener de ella.
@guerrerochipres