
De frente y de perfil
Comunidad confiable: la otra política
Desde el primer derrumbe advertimos, por testimonios directos o indirectos, que la participación, la interacción, la asertividad comunitaria, la solidaridad masiva, invadieron las calles del centro del país como lo hicieron en Morelos, Oaxaca o Puebla: la política resurgió contundente, entendida como acción común a favor del bienestar o de su recuperación.
Hay evidencia para apostar a la confianza en nosotros y en los otros. Pendiente está la ubicación respecto de las corruptelas de algunos propietarios, algunos constructores y otros criminales de ocasión. Algunos datos dentro de una totalidad inmensa.
El edificio del sistema político de partidos, la mayoría de los cuales ha encubierto la corrupción, funciona con plena incompetencia frente a los ojos ciudadanos y es incapaz de eliminar la impunidad, fue sacudido.
Hay interpretaciones encontradas. Unas favorecen la idea de que la autoridad fue rebasada, otras que existieron formas de coordinación olvidadas durante tres décadas, algunas más, que la sociedad civil también parece tener algunos problemas serios de ineficiencia en la gestión de su propia capacidad, al tiempo que se aprecia su enorme contribución.
Vienen las réplicas al sismo del 19 de septiembre de 2017, incluida la del 2018. Y ocurrirán solamente sí de la comunidad espontánea y solidaria surge iniciativas de seguimiento que consoliden propuestas de mayor aliento y de igual realismo como el vivido para rescatar a unos y consolar a otros.
En el sismo de hace una semana dos esferas interactuaron y se tensaron al entrar en contacto: la autoridad y la sociedad civil. Otras esferas de choque se presentaron, de un lado la suspicacia, del otro el capital social evidente expresado en el respaldo del prójimo desde el ciudadano distante o no de las autoridades.
En esa interacción, la sociedad civil, tal vez un poco menos de lo que ocurrió en 1985 cuando el gobierno federal fue percibido como absolutamente distante e incompetente, nuevamente demostró una disposición a la generosidad solidaria. Esta vez la Marina, el Ejército, Protección Civil y algunas autoridades federales, sufrieron menos fracturas que hace 32 años.
El activismo multitudinario nos permite recuperar la confianza en nuestra comunidad local y nacional, aunque no necesariamente fue siempre eficiente en estos siete días.
Optimistamente, los jóvenes y los mayores, los que pertenecemos a la generación que vivió el terremoto del 85 y el sismo político del 88, advertimos que la solidaridad, en su afecto y en su desorden, compensa la tragedia colectiva y los dramas individuales. Devuelve méritos a los colectivos improvisados y aquellos que, consolidados, se insertaron en la comunidad para rescatar, apoyar, denunciar.
Ingresamos a la segunda etapa, aquella de las responsabilidades criminales y políticas. En este nuevo episodio, el cobro ciudadano de cuentas va a ser alto y, a diferencia de la intervención apreciable de la multitud el martes pasado, esperemos que sea muy exacto e implacable porque las víctimas de la corrupción inmobiliaria de la capital del país merecen justicia. Ese debe ser un compromiso de ayuda solidaria, se los debemos y nos lo debemos.
Recuperar la confianza pública pasará por la organización de la sociedad civil en torno a proyectos que fortalezcan la participación, el debate y la eficacia política para reconstruir la comunidad nacional.
El potencial de México, en medio de nuestra tristeza por quienes fallecieron, debe emerger, sostenerse e imponerse.
Es altamente probable reconstruir con base en la confianza en nuevos actores y en aquellos que en su intervención pudieron mejorar su posicionamiento político. La confianza en la política como acción colectiva abre una oportunidad para alejarse de la enorme y justificada suspicacia frente a los actores políticos tradicionales o institucionales.
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