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CIUDAD DE MÉXICO, 15 de enero de 2020.- El cuidado de la naturaleza es la base del bienestar social, y la clave para entrelazar ambos conceptos es involucrar a las comunidades campesinas, en especial las indígenas, en el buen uso y conservación de los recursos naturales de sus tierras, afirmó Julia Carabias Lillo, académica de la Facultad de Ciencias (FC) y doctora honoris causa por la UNAM.
“Las sociedades humanas, como nunca en la historia, han impactado en el funcionamiento natural del planeta. El progreso de nuestra especie ocurre a costos muy elevados para la naturaleza, pues extraemos más recursos de los que se reponen de manera natural, y desechamos volúmenes de residuos contaminantes muy por encima de los que la naturaleza puede absorber”, dijo en la conferencia Sin biodiversidad no hay bienestar, según detalla un comunicado.
La biodiversidad tiene un valor intrínseco, subrayó. Los humanos somos parte de ella, constituye el capital natural de las naciones para su avance y bienestar, y mantener la funcionalidad de los ecosistemas es condición para un crecimiento sostenible y sostenido, para la reducción de la pobreza y la mejora de la calidad de vida. “Conservar la biodiversidad es fundamental para el desarrollo de todas las especies, poblaciones y ecosistemas”.
Los sistemas productivos deben ser sustentables y diversificados. Requerimos una nueva cultura que valore y respete la biodiversidad y sus servicios ambientales, disminuya el consumo y exija productos sustentables, expuso la también integrante de El Colegio Nacional.
Más daños
Carabias Lillo señaló que el deterioro de la biodiversidad se debe, entre otras causas, a que entre 30 y 50 por ciento de la tierra del planeta es explotada por la humanidad; la selva tropical desaparece rápidamente, liberando bióxido de carbono e incrementando la extinción de especies.
Más de la mitad del agua dulce es usada; se desvían ríos para construcción presas; y la población de ganado, que produce metano, alcanza los 1.4 mil millones de cabezas. “No tenemos derecho a interrumpir la evolución de la vida”.
En el evento, con el que inició el ciclo “Cambio climático, desarrollo sustentable y biodiversidad”, realizado en el Centro de Ciencias Genómicas (CCG), campus Morelos, resaltó que a esta situación también abona el crecimiento poblacional y su dispersión en los territorios, los desenfrenados patrones de consumo de las últimas décadas, así como las tecnologías inadecuadas, que no respetan los principios del funcionamiento de la naturaleza, ni incorporan la sustentabilidad ambiental en la producción.
De igual manera es dañina la economía creciente que prioriza la maximización de la ganancia y el incremento del producto interno bruto (PIB) sin considerar el deterioro o agotamiento del capital natural.
En los mares, las pesquerías remueven 25 por ciento de la producción primaria de los océanos y 35 por ciento de las aguas continentales. “El uso de energía aumentó 16 veces durante el siglo XX y la agricultura utiliza más nitrógeno en los fertilizantes de la que es naturalmente fijada por todos los ecosistemas terrestres”.
Además, la quema de combustibles fósiles y la agricultura han incrementado las concentraciones de gases de efecto invernadero, 30 por ciento de bióxido de carbono y 100 por ciento de metano, alcanzando los niveles más altos de los últimos 400 mil años. “Se estima que anualmente se pierden unos 16 millones de poblaciones, es decir, mil 800 poblaciones por hora”.
En las últimas cuatro décadas la abundancia de individuos en especies de vertebrados ha declinado 28 por ciento, colocando rápidamente a muchas de ellas en peligro de extinción. “Posiblemente estemos ante el desencadenamiento de la sexta ola global de extinciones masivas en la historia geológica del planeta”, concluyó.