
Morena y su esquizofrenia
¿Qué le pasó a Armenta?
Son muchos los que se preguntan ¿Qué le pasó al gobernador de Puebla Alejandro Armenta o si siempre fue así?
Quienes lo conocen desde hace años aseguran que el expriista siempre ha sido así, el poder lo obnubila, se extravía en cuanto tiene un crecimiento en su carrera política y solamente reacciona cuando aspira a un cargo mayor.
El Armenta priista, protegido de Mario Marín, era fatuo y dispuesto a servir de la forma que le pidiera el llamado “gober precioso”. Desde la dirigencia estatal del PRI se lanzaban ataques en contra de la alcaldesa de Puebla, Blanca Alcalá, para delimitarla porque llevaba la delantera en la sucesión de Marín y el artífice de ese golpeteo era el propio Armenta.
En su paso como priista no sobresalió, aunque fue diputado local y federal, así como alcalde en su paso por el partido tricolor, hasta que en 2017 se pasó a las filas de MORENA con la promesa de hacerlo candidato al gobierno del estado, lo que no se pudo ya que Luis Miguel Barbosa llevaba mano.
Armenta venía negociando con los priistas la posibilidad de competir por una senaduría, haciendo mancuerna con Fernando Morales, cuando lo acercaron con Andrés Manuel López Obrador, al que le pidió la candidatura a gobernador, la que le negó, pero le aseguró un espacio en el Senado, ya imbuido con el color guinda de MORENA.
Durante su paso por el Senado de la República negoció con el coordinador de la mayoría, Ricardo Monreal, la presidencia de la mesa directiva y le ofreció lealtad, misma que no cumplió, ya que en la sucesión presidencial decidió apostar por Adán Augusto López.
Armenta durante su gestión como presidente de la mesa directiva aprovechó para jalar adeptos a su eventual incursión como candidato al gobierno estatal. Todas las sesiones de su período como presidente llenaban la tribuna del Senado con estudiantes poblanos de las distintas escuelas y ofrecía frecuentes comidas para degustar la gastronomía poblana.
Su empeño estaba dedicado a la búsqueda de la nominación al gobierno estatal, la que le disputaba su primo Ignacio Mier, con quien mantiene una añeja disputa, la que finalmente ganó.
Durante su campaña dedicó tiempo y dinero para visitar mercados, especialmente, sobre ruedas, ya que decía que ahí se palpaban los principales problemas de la población.
Fue después de ganar la elección de junio pasado, cuando Armenta mostró su nuevo rostro, el que muchos poblanos ya conocían, el de superfluo, arbitrario, abusivo, despótico y autoritario.
En su toma de posesión se dio tiempo para mostrar a su can y asignarlo como parte de su equipo de trabajo, lo que fue considerado como una forma amable hacia los animales, pero otros más lo compararon con el acto en que Calígula nombró cónsul a su caballo.
La otra cara de la moneda surgió cuando insultó a un periodista que pensó era el que había criticado a la encargada estatal del deporte. Otra más vino cuando amagó con expropiar cuatro hectáreas a un grupo inmobiliario, si no le cedía dos.
Sensible a las críticas, Alejandro Armenta aprovechó que su alter ego, José Luis García Parra (“El Choco”), actual coordinador del gabinete, fungía como diputado local, para presentar una nueva legislación en la que se condena todas las críticas que se hagan al gobierno y lo que ellos consideran como “ciberacoso” y que está considerado como un ataque a la libertad de expresión.
En seis meses que han transcurrido de su gobierno Armenta muestra que sigue siendo el mismo de siempre, poderoso e intratable cuando disfruta de las mieles del poder y se acerca cada vez más al que fue su guía político por muchos años y hoy se encuentra en prisión, precisamente por la comisión de un delito y abuso de poder en contra de una comunicadora.
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Ramón Zurita Sahagún