Transparencia, el reto de la transición al Inegi y la reforma necesaria
CIUDAD DE MÉXICO, 28 de marzo de 2020.- Caracterizado por su gran portada ausente que evoca la Guerra de Castas yucateca, cuando fue cañoneado en un combate, y que le ha convertido en el símbolo identitario más importante del pueblo de Tihosuco, en el municipio de Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, el Templo del Niño Jesús recupera su esplendor gracias a un proyecto de restauración supervisado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Avanzado en más de 50 por ciento, este proyecto, a cargo de la Secretaría de Turismo (Sedetur) del gobierno de Quintana Roo y con recursos del Fondo de Apoyo a Comunidades para Restauración de Monumentos y Bienes Artísticos de Propiedad Federal (Foremoba), de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, se concentra en la consolidación arquitectónica de tres frentes del conjunto conventual: los muros laterales –norte y sur– del templo, la portada de su cementerio y la fachada principal de la casa parroquial.
El arquitecto-restaurador Luis Ojeda, adscrito al Centro INAH Quintana Roo, destacó que tan importante como la atención que se brinda a tales inmuebles históricos, es el hecho de que en el proceso se da empleo a 25 personas, hombres y mujeres, originarias de la propia comunidad maya de Tihosuco.
Algunos de estos trabajadores, detalló, fueron capacitados por el INAH en 2012 sobre restauración basada en cal, como parte de una primera fase de atención al templo. No obstante, la empresa contratada por Sedetur brindó un curso adicional en la materia.
A partir de esta técnica se consolidan mamposterías, restituyen aplanados y se aplica pintura basada en cal. El resultado de todo ello ha llevado al templo a recuperar apariencias que resultan inéditas, incluso para los propios pobladores de Tihosuco.
Es el caso de una serie de figuras geométricas, llamadas popularmente corazones invertidos, las cuales, tras haber estado ocultas durante décadas, quizá siglos, bajo el moho y las concreciones formadas por el intemperismo, vuelven a ser visibles en los pretiles de los muros, alternando entre los pináculos del edificio.
Lo anterior, señaló el arquitecto Ojeda, es una característica que comparte la Iglesia de Tihosuco con otros inmuebles religiosos construidos entre los siglos 17 y 18 y ubicados en localidades yucatecas cercanas como Ichmul y Peto, pero que no se registra en las ciudades del norte de la península como Mérida o Campeche.
Con antecedentes constructivos del siglo 16, el ex convento heredó su más distintivo rasgo en 1847, cuando al estallar la Guerra de Castas, fue cañoneado durante un combate entre las fuerzas mayas y los criollos atrincherados en él, dejando una fachada colapsada que, con el tiempo, se ha vuelto un símbolo de la resistencia ante los abusos causados por los gobiernos españoles del Virreinato y mexicanos del siglo 19.
Sobre ello, el especialista del Centro INAH Quintana Roo aclaró que la fachada no puede restituirse ni mucho menos inventarse, porque ello le restaría autenticidad al conjunto arquitectónico y le alejaría del vínculo social que lo une a Tihosuco.
Rememoró que, en la citada primera fase de trabajo conducida por el INAH en 2012, platicaron con personas que recordaban cómo en su niñez –hacia los años 40, cuando Tihosuco fue redescubierto y repoblado– ayudaron a sus padres y abuelos a retirar la maleza que cubría el Templo del Niño Jesús y la treintena de construcciones históricas que ahora están reconocidas dentro de la Zona de Monumentos Históricos, declarada en 2019.