
De frente y de perfil
Más allá de la barranca
La vinculación a proceso de la agrupación musical: Alegres del Barranco, por presunta apología del delito, marca un precedente importante en México, es una acción visible y contundente sobre la determinación del Estado, para inhibir la propagación de mensajes que promueven a líderes criminales como modelo de vida a seguir.
En marzo pasado, en Jalisco, ese grupo musical cantó una canción e hizo alusión implícita del líder de uno de los cárteles más poderosos en México, proyectando imágenes de ese personaje en las pantallas del recinto. El concierto sucedió días después del descubrimiento del Rancho Izaguirre en Teuchitlán, un centro de reclutamiento, tortura y cremación de personas.
El tema es más complejo, pues los narcocorridos son una expresión que forman parte de la historia musical en México; retratan una realidad de vida criminal que, en las últimas dos décadas, se ha agudizado. Su mercado natural son menores y jóvenes con limitadas o nulas oportunidades para salir de la miseria, que quieren avanzar en la movilidad social, pero al no hallar mecanismos funcionales lícitos, encuentran en las letras de esas canciones la oferta de un estilo de vida aspiracional, donde el protagonista es el delincuente.
El mayor problema actual, es que los narcocorridos, son canciones con letras que incitan a la violencia y tienen un denominador común: dan el mensaje de que forjar una carrera criminal, es el pasaporte para el paraíso terrenal, para ganar fama, respeto, dinero y mujeres. Se ha convertido en una herramienta, inclusive, de reclutamiento.
Hay registro de que los corridos en México, existen desde el siglo 19, que eran una interpretación modificada de las baladas románticas traídas de España, en una sociedad que iba madurando su sed de independencia, que también tenía influencia musical del sur de Estados Unidos. Son parientes lejanos de la música ranchera y de la banda sinaloense, es un género alegre y potente.
Hubo corridos para líderes de la Revolución Mexicana como Pancho Villa y Emiliano Zapata, sus letras narraban la vida heroica y hazañas de personajes rebeldes, en una sociedad que siente fascinación por los caudillos, aún en pleno siglo 21.
Con el paso del tiempo, los corridos pasaron de contar victorias de la revolución, a contar historias sobre el contrabando de alcohol en estados Unidos. El primer narcocorrido documentado es: El Pablote (1931), de un narcotraficante conocido como: El rey de la morfina.
Para mediados del siglo 20, en un mundo que se reconstruía después de la Segunda Guerra Mundial, los públicos no se interesaban tanto por historias de violencia, por lo que los corridos tenían cierta connotación de prohibidos.
Con los Tigres del Norte (década de los 70), los corridos llegaron para quedarse. Desde entonces en los últimos 50 años florecieron historias de narcotraficantes y criminales que por gusto o por encargo, tenían su corrido, lo que marcó una relación simbiótica con artistas de ese género y cárteles de la droga. Un caso que marcó precedente fue el asesinato de Chalino Sánchez, (1992) conocido como el rey del corrido.
En los últimos 10 años, los narcocorridos se han convertido en el ADN de las canciones que se consumen por las juventudes mexicanas y ahora sucede la primera acción contundente para tratar frenar ese fenómeno, a lo que se suma el esfuerzo por crear nuevas narrativas, con ejercicios como el anunciado por la presidenta Claudia Sheinbaum: México canta y encanta, para promover otras temáticas.
El tema recrudece por el momento histórico en la relación México-Estados Unidos, con la presión del gobierno norteamericano, de que las autoridades mexicanas realmente combatan al narcotráfico y grupos criminales.
La vinculación a proceso de esa agrupación, incluyendo el llamado a rendir cuentas de alcaldes como el de Villa Purificación, Tequila o Cihuatlán, donde se han presentado agrupaciones de este perfil, fortalecen la narrativa del gobierno federal, que nos permiten ver un horizonte alentador, más allá de la barranca.