Presupuesto y fiscalización/David Colmenares Páramo
¿Sabías que los científicos tienen problemas para identificar cuál es el valor real de sus investigaciones?
Esta parece ser una pregunta muy retórica, después de todo es muy fácil saber si algo es valioso o no; tanto en la ciencia como en las humanidades y las artes, al menos aparentemente. De una forma práctica podemos proponer como criterio simple que si sirve para algo es valioso, si no, pues no lo es.
Ya que estamos de un humor bizantino, el siguiente problema es identificar que requiere el ser humano (si es que se nos da lo homocéntricos) o nuestro mundo (si lo nuestro es lo progresista) y de ahí sabremos qué puede servir tanto ahora como en el futuro.
Si continuamos por esta línea llegaríamos a lugares de discusión abstracta muy complejos. A final de cuentas nunca nos sirvió como humanidad, ni como especie, la bomba atómica y lo que subyace a su producción es una de las obras maestras de la mente humana; la física nuclear y cuántica. Quizá debamos descargar a la ciencia de tonalidades éticas y dejárselas al hombre que la produce como último responsable de su uso.
En consecuencia, regresamos al problema original ¿cuándo la ciencia y tecnología que producimos es valiosa? y todavía más difícil ¿qué tan valiosa es? En ciertos casos es muy obvio; antibióticos, materiales diseñados exprofeso para cierto objetivo, secuenciaciones genéticas y una larga lista de resultados científicos que han incidido significativamente en nuestra vida. En otros casos la situación se vuelve más difícil, por ejemplo ¿que tanto ha sido de utilidad a alguien la teoría de cuerdas? Indudablemente es de una estética fisicomatemática equivalente a un concierto de Branderburgo (no puedo evitarlo, adoro a Bach) pero estamos muy lejos de probar que sea La teoría de las altas energías.
Recientemente leí el libro de Marcos Chicot intitulado El Asesinato de Pitágoras. Debido al rigor histórico de la novela, en Mayo de 2015 la ciudad de Crotona –donde hace 2500 años Pitágoras desarrolló su extraordinaria labor– le entregó al autor de esta obra el premio Encomio Solenne y unos meses más tarde recibió otra distinción el Premio per la Cultura Mediterranea. En esta novela se refleja la extrema importancia que el hombre ha dado a la filosofía y a las matemáticas como medios para evolucionar mental y espiritualmente, constituyéndose estás como necesidades de la humanidad.
Entonces y sin considerar por el momento las expresiones artísticas, la afirmación que titula esta nota muestra ser no trivial en absoluto. A lo largo de la historia ha habido una amplia gama de formas de “medir” la importancia de la obra científica, con sus respectivos éxitos y fracasos. Ahora quiero referirme al artículo publicado en Nature el 27 de Julio del 2016 titulado Time to remodel the journal impactor. Asunto de mayor importancia para la evaluación actual del quehacer científico.
Toda medición puede ser intrínsecamente reductiva y, como tal, peligrosa. Depender de éstas como un criterio de rendimiento, en lugar de un puntero subyacente a los logros y desafíos, conduce generalmente a comportamientos patológicos. El factor de impacto de una revista (donde los científicos buscamos comunicar a nuestros pares nuestros descubrimientos) es solamente una de estas medidas o métricas. Eugene Garfield, inventor de este concepto compara su invención con la de la energía nuclear, él buscaba progreso constructivo y resulta que ahora no es lo que se logra.
Estrictamente el factor de impacto de una revista científica mide el número promedio de citas por artículo publicado para trabajos publicados en un período de dos años. Las revistas no calculan su factor de impacto directamente –es calculada y publicada por Thomson Reuters, una empresa dedicada a este tema.
A pesar del factor de impacto que las revistas buscan afanosamente incrementar, éste es una métrica burda y engañosa. Subestima resultados en disciplinas que no están “de moda” y al ser un promedio aritmético resultados poco importantes resultan equivalentes a otros más citados. Las presiones a los científicos para publicar en revistas de alto factor de impacto desmoralizan y fomentan la investigación descuidada.
El aspecto más pernicioso de esta cultura ha sido la práctica de usar los factores de impacto de la revista donde se publica como base para la evaluación de logros de los investigadores individuales en lugar de los logros reales obtenidos por ellos.
En lo particular a mí me agrada que una revista tan prestigiada como Nature aborde el tema y espero que resuene en México, en especial en cuanto a la contratación de investigadores jóvenes se refiere, ya que este es un tema que les concierte a las jóvenes promesas –y realidades– de la ciencia en este país.
Les envío un cordial saludo esperando como siempre sus dudas y comentarios. Hasta la próxima.