
El legado de Francisco
La ausencia de Francisco inquieta no sólo a la Iglesia católica sino al mundo entero. Las especulaciones sobre su sucesor se realizan tanto en las mundanas casas de apuestas como en los rincones más silenciosos de los hogares y templos donde se reza calladamente por el próximo obispo de Roma.
En esta semana, el siglo XXI se sostiene en un suspiro que desea transitar hacia el futuro, acompañado de un nuevo pontífice que siga siendo ejemplar y necesario en un momento tan crudo como el que se vive.
Francisco cumplió una misión y ha dejado su impronta; su legado se observa en cómo los personajes más humillados de la historia son puestos ahora en el centro de las conversaciones sobre el destino del mundo, y en cómo aquellos reclaman una paternidad que les asista en las periferias su existencia, en las más tensas y contradictorias realidades de nuestro tiempo, con ternura y aceptación, con perdón y caridad, sin eufemismos ni edulcorantes ni maquillajes.
Como dijo el cardenal Battista Re en la Misa de Exequias: el nombre papal de Francisco se convirtió en programa y también en un estilo; pero hoy, ese proyecto y ese carácter, exigen fortaleza, sabiduría, piedad y coherencia al próximo sucesor de San Pedro; y que, si hacemos caso al cardenal Parolin en el rezo del segundo Novendiali, deberá también “acoger la herencia” de Francisco y “hacerla vida propia”.
Porque si el papa Juan Pablo II combatió el comunismo político, Benedicto XVI cuestionó el relativismo cultural y Francisco dijo de frente los pecados del globalismo ideológico; el próximo pontífice también tendrá su propia realidad que interpela al mundo y que exige orientación cristiana para no perder ni la humanidad ni la confianza en Dios.
Por ello, en realidad los cardenales en estos días piensan menos en nombres y más en contextos: en menos de ocho años, la Iglesia estará celebrando dos milenios de la misión de Jesús en la tierra; dos mil años de la Redención de la humanidad a través de su Pasión, Muerte y Resurrección; y también el aniversario bimilenario de la encomienda que hiciera Cristo a San Pedro para que éste apaciente a su rebaño. Y en este tiempo, los signos de una “tercera guerra mundial a pedazos”, la irremediable catástrofe ecológica y la crisis antropológico-cultural inquietan a los purpurados para elegir de entre sus hermanos a quien represente la unidad de la Iglesia ante arduas jornadas por venir.
Hasta ahora, las congregaciones generales que los cardenales han sostenido y su histórica peregrinación conjunta para venerar los restos del bien recordado papa Francisco hacia la Basílica de Santa María la Mayor (lejos de la colina Vaticana y muy cerca del bullicio populoso de la Estación Termini) revelan una cosa: cunde la estupefacción.
Muchos purpurados rezan con auténtico abandono; ellos mismos parecen no saber hacia dónde marcha el juego mediático de los ‘papabile’ ni qué signos requieren enfoque en esta Sede Vacante. Casi no cruzan palabras entre ellos y miran hacia el frente como a un punto inasible en el espacio.
La mayoría no ofrece palabras a la prensa; pero los que sí, se dedican a pasear largos minutos en traje talar para que la gente los reconozca y los salude; se toman fotos, bendicen a cuantos pueden bajo el claro cielo romano de estos días y bajo la mirada de decenas de cámaras que, intuyen, guardarán instantáneas que serán necesarias en un par de semanas.
Sin embargo, nadie sabe lo que significan estos actos, porque incluso las palabras de los purpurados son crípticas: Los que no quieren ser descartados dicen públicamente que no desean ser Papa; pero los que realmente quieren alejarse del solio pontificio dicen: “Sí, me gustaría ser Papa y además creo que lo haría muy bien”. Algunos bromean para parecer ligeros y otros huyen con timidez del asedio de los curiosos. Hay, finalmente, otros cardenales que se saben ‘no elegibles’ y por eso consideran que su mejor servicio es orientar la mirada de sus homólogos hacia sus particulares reflexiones. Y la prensa les ayuda en estas intenciones.
Pero no todos van a extrañar al papa Francisco. Y no me refiero sólo a los haters de ocasión, sino a diversos personajes de las cúpulas de poder que suelen hablar de paz y reconciliación, prosperidad y bienestar, sin reconocer auténticamente las graves contradicciones existentes en las sociedades del mundo; y que la actitud del Papa argentino los evidenció con convicción brutal. Francisco, por ejemplo, no sólo descolocó sino que desnudó a políticos y líderes que utilizan la religión como propaganda, que hacen ostentación de fanática piedad sin coherencia con el mensaje del credo que dicen profesar.
Y es por eso que la Sede Vacante inquieta a todo el mundo; porque al próximo pontífice –al igual que todos sus predecesores– le tocará encarnar una fe en medio de un contexto global concreto donde las contradicciones sociales no son meros discursos ni ideologías sino heridas concretas de los pueblos y de su gente. Así, bajo el próximo pontificado, los símbolos religiosos de la cristiandad seguirán guardando su sentido real mientras conserven su relación con el significado profundo de su misterio. De lo contrario, como alertó Francisco, serán símbolos vaciados de contenido que se convierten en mera señalética de poder, superioridad y fingida pureza. Y esa sí sería una mala noticia, aunque se gane en las apuestas.
*Director VCNotcias.com | Enviado especial Siete24.mx en Roma
@monroyfelipe