Imperativo, estudio y reflexión sobre IA en la justicia: Guerra Álvarez
En la democracia las elecciones son un mecanismo para escoger libremente mayorías temporales; en el populismo son un plebiscito para corroborar la unidad absoluta entre el pueblo y el líder. Nadia Urbinati
Es deseable que lo que se ve públicamente del presidente López Obrador no esté presente en el espacio normal de trabajo. Se entiende que decidió optar por la polarización: reiterar un mensaje de confrontación, de descalificación y, si es preciso, de franco insulto. Algunos prominentes funcionarios de su gobierno recomendaban no juzgarlo por sus expresiones públicas; que en privado mantenía una postura más avenida a la flexibilidad y que, aparentemente, escuchaba más. Con este argumento se recomendaba en caso de diferencia no confrontar abiertamente al presidente, sino hacer una gestión comedida y discreta.
Llama la atención que los funcionarios que decían eso ya no están en la responsabilidad. Algunos, los menos, fueron echados, otros decidieron irse. Hubo quienes optaron por la oposición formal o mediática, como el exdirector del IMSS, el senador Germán Martínez y el ex secretario de Hacienda, Carlos Urzúa.
Tres acontecimientos llevaron a la radicalización y a la intolerancia extrema: los problemas de salud del presidente, el resultado adverso en las zonas urbanas en la elección de 2021 y el fuego mediático a su círculo familiar. Porque le dominan sus pulsiones populistas ha perdido a sus mejores colaboradores, insiste en la militarización y mantiene una guerra irracional contra el INE y el Tribunal Electoral, irracional a grado tal que es generalizada la idea de que el objetivo de su embestida contra la institucionalidad democrática es invalidar el voto opositor y, de esta manera, la posibilidad de elecciones justas y confiables.
Se equivocan. Hay que entender la lógica populista para comprender lo que ocurre con López Obrador. No sólo hay de por medio un cálculo para evitar un eventual desenlace adverso en 2024. Lo que ocurre es considerablemente peor y tiene que ver con la inercia que genera un proyecto político que traza como camino, por una parte, destruir lo que existe y, por la otra, acabar con el sentido de representación política plural, propio de toda democracia.
La singularidad de la representación política del populismo es que no da espacio al otro. El único representante legítimo del pueblo es el proyecto que se sustenta y, como tal, lo que el líder piensa y hace. Es una suerte de fusión simbólica entre pueblo y líder. No hay mandato democrático, una elección hace que el pueblo reconozca su destino, que ocurre con el ungimiento del líder, quien representa, encarna y reproduce al pueblo. Por eso no hay lugar a la pluralidad, tampoco al constitucionalismo, es decir, el equilibrio de poderes, el escrutinio externo, las libertades políticas, la crítica al régimen. El pueblo, la patria, la nación son encarnados por el líder.
Por esta consideración el historiador Federico Finchelstein dice, por una parte, que el populismo es una forma “democratizada” del fascismo, en el sentido que subvierte la institucionalidad democrática, de la que el populismo se sirve, tergiversa y mantiene a su modo y necesidad; y, por otra, que otro de los riesgos del populismo es que pueda decantar con facilidad en autoritarismo, que ocurriría al momento en que colapsan la representación democrática y el constitucionalismo.
Por esta consideración el diálogo en un plano populista es imposible, porque parte de la premisa de que no hay legitimidad en el otro, de que el único proyecto válido es el propio, y hay que blindarlo de toda amenaza posible, especialmente de las que derivan del ejercicio de las libertades, el constitucionalismo y la competencia democrática.
Así se entiende la afirmación del presidente López Obrador de que su propuesta de reforma político electoral es para mejorar, para blindar a la democracia de sus amenazas. En su visión, la derrota de su proyecto no es consecuencia natural y propia de toda democracia, sino la negación de ésta porque tergiversa la voluntad popular. Desde una perspectiva democrática, su propuesta es francamente autoritaria al negar el principio básico de la coexistencia de la diferencia y, por lo mismo, de la pluralidad y de la alternancia en el poder.