Abanico/Ivette Estrada
Desde el natural, espontaneo y fresco dicho infantil de “mi papá es mejor que el tuyo”, hasta quienes son capaces de cometer todo tipo de trampas y mugre que se viven en el ámbito estudiantil, laboral y hasta personal por la competencia.
Una de los síntomas de la depresión es el desinterés por todo. Da lo mismo un día luminoso, lluvioso o cálido y soleado para quien pierde el interés. Muchos no logran entender que quienes son beneficiados por la fortuna de posesiones económicas, éxitos familiares, sociales, deportivos, familiares y profesionales no sean capaces de festejar los logros o resultados que alcanzan.
El país enfrenta algo similar a una depresión social, aun cuando sus habitantes no la perciban o realicen sus actividades con entusiasmo y con alegría.
La mejor expresión de la grave enfermedad de la depresión que afecta a México se manifiesta en el desinterés o falta de entusiasmo ante el histórico, loable, afortunado y reconocidísimo triunfo de la selección mexicana de futbol en los últimos juegos olímpicos en Londres, Inglaterra, en donde se obtuvo la medalla de oro.
El desinterés frente a un resultado de tal magnitud es sorprendente. En el pasado algunos de los deportistas mexicanos que obtuvieron medallas en juegos olímpicos dieron al país una satisfacción que gozaron varias generaciones. El mejor ejemplo fue el clavadista Joaquín Capilla, el nadador “El Tibio” Muñoz, algunos otros competidores de deportes que no gozan de la popularidad y afición que tiene el futbol.
Es entendible el desinterés de la clase gobernante que incluye a empresarios, políticos, líderes sociales o funcionarios de gobierno, que estaban todavía de vacaciones cuando ocurrió el que quizás el hecho histórico mas relevante de los últimos tiempos en materia deportiva: ganar la medalla de oro y ser el campeón del mundo en el futbol olímpico.
Si eso no fuera suficiente, lo aumentaría también el hecho, nada menos, que haber derrotado a Brasil, cuyo futbol muchos consideran el mejor del mundo, aunque los especialistas podrían fácilmente cuestionar esta afirmación pues el europeo no se queda atrás.
México ganó y los mexicanos están deprimidos y no han sido capaces de hacer el homenaje y el festejo a la altura del triunfo. Una posibilidad de esta omisión puede ser que no ha habido quien convoque a que la gente exprese su júbilo por este triunfo. La mercadotecnia del triunfo, del éxito, de enaltecer el espíritu mexicano no es lo nuestro.
Nos refocilamos mejor en la derrota, en la frustración, en el “ya ni modo”, cuando que tendrían, ahora si, que haberse organizados muestras multitudinarias y expresivas de bienvenida para el equipo que durante varias generaciones se podrá presumir de que México gano el oro en la olimpiada de Londres ni mas ni menos que frente a Brasil.
Ojalá que como sociedad no se escamoteé el triunfo y el éxito de un equipo de futbol que cumplió con brillo, talento, coraje y voluntad con su deber. Es posible también que ese rasgo de envidia que todo humano tiene en el fondo de su carácter se manifieste en el momento menos oportuno.
También podría ser que los mexicanos “no se la crean” y por eso no festejen y reconozcan el gran triunfo futbolístico. Mas allá de visiones pesimistas, mas allá de coyunturas partidistas (a qué partido beneficia la coyuntura, al PRI que va a gobernar, al PAN que ya se va o al PRD especialista en actos masivos), debiera reflexionarse y hacer el reconocimiento a este gran logro.
En muchas actividades hay miles de mexicanos destacados a nivel internacional, pero sus actividades no tienen ni la fama ni la afición que ha acumulado el deporte del balompié.
Es un hecho que se está perdiendo política, económica, sociológica, mental y espiritualmente una oportunidad de oro, por cierto el mismo material de las medallas que con uniformes de pobre, frente a los de Brasil y Japón lucieron nuestros compatriotas en el momento de la premiación.
Si no hay expresiones públicas masivas espectaculares y sonoras porque el gobierno (tanto el que viene como el que se va esta ausente) no es capaz de dimensionar y valorar el estímulo al espíritu, a la autoestima nacional y a la fortuna de los mexicanos puede estar enriqueciéndose, aunque los líderes y gobernantes no se den cuenta.
En la familia, en los círculos sociales de cada quien el valor de este triunfo si puede ser valorado, reconocido y aprovechado. En una de esas le damos un apapacho, una caricia y una estimulada a la devaluada identidad y al decaído espíritu nacional.
QMex/am