Abanico
Para la generación de mexicanos que ronda los 60 años de edad es sabido que la comunidad de sacerdotes jesuitas, herederos del legado de Iñigo de Loyola, es capaz de renunciar a la riqueza y poderío y regresar a la base mayoritaria de la sociedad: los pobres.
A finales de los 60’s, sorpresivamente, la Compañía de Jesús decidió cerrar el Instituto Patria, dedicado a la educación de los niños bien, ya privilegiados por la posición social y económica y mantenerse sólo en las comunidades necesitadas.
El mercado de la educación de los futuros “líderes” fue absorbido de inmediato por las escuelas del Opus Dei (la Obra de Dios) vinculada con el franquismo español y en proceso de expansión en América Latina, especialmente en México, así como la incipiente orden de los Legionarios de Cristo, con Marcial Maciel en la cúspide de su pederastia y también de sus relaciones con los personajes más adinerados del país.
Es humano que los dignatarios religiosos mexicanos, ahí están los ejemplos de los obispos Chedraui, Onésimo Cepeda o Norberto Rivera Carrera prefieran el olor de la lavanda inglesa y las mullidas alfombras de los salones de la burguesía, que las pestilentes casas a pinol o creolina de los hogares humildes. Ahí están los testigos de cómo el máximo jerarca de la iglesia católica mexicana, el Cardenal Rivera Carrera, prefiere ver los toros desde el burladero del ganadero en el callejón de la Plaza México, que desde las gradas de sol.
Humanum est, se dice en latín.
Por eso el hecho más relevante de la designación del Papa Francisco es su origen y formación jesuítica, es decir, su filosofía y compromiso con los más pobres y desamparados de la Iglesia Apostólica Romana y no con las jerarquías religiosas.
El cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, hoy Francisco, es el primer Papa latinoamericano y, además jesuita en la larga y azarosa historia del catolicismo. Él deberá guiar la Iglesia Católica en uno de sus momentos más complicados. Bergoglio, de 76 años, no contaba en ningún pronóstico, encuesta o sondeo de opinión, aun cuando había obtenido la segunda votación mas copiosa en el Concilio que eligió al cardenal Ratzinger.
Aún así, el bonaerense se convirtió en el pontífice número 266 y el primero que da el continente americano. No es el primero de habla hispana, porque en el pasado hubo Papas españoles como el famoso Papa Borgia Alejandro VI en el siglo XV. Pero su elección marca un importante hito para América Latina, que reúne a la mayor población católica del planeta: 501 millones de personas, el 42% del total de 1.200 millones de fieles, según estadísticas de la Santa Sede. Tras la renuncia de Benedicto XVI se había especulado con la posibilidad de que la Iglesia buscara un Papa más joven. Pero finalmente se inclinó por este argentino, reconocido por modernizar la iglesia argentina y quien en el cónclave de 2005 fue considerado un posible papable.
El flamante pontífice siempre se ha destacado por su austeridad. Pese a ser el primero en la jerarquía eclesiástica argentina, nunca ha vivido en la elegante mansión arzobispal en Buenos Aires y ha preferido una cama sencilla en un cuarto céntrico calentado por una pequeña estufa en invierno. Durante años se movilizó en transporte público por la ciudad y se preparó sus propias comidas.
Se le considera moderado con mentalidad flexible, aunque sus posiciones doctrinales y espirituales condicen con el legado de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Es decir, se avizoran tiempos de cambio en la iglesia que no se inician hoy, sino que son ya un proceso irreversible. Un poco como el que vive México en los meses recientes con Enrique Peña Nieto en la Presidencia de la República, en el que también se ha dicho que el compromiso es con los pobres, los rezagados, los marginados. Hay que mantener esa esperanza y confirmar si los hechos sustituyen a las promesas de discurso. El buen juez, por su casa empieza.
QMX/am