Navidad y tinieblas
Lo que seguramente nunca se imaginó es que su muerte se produjera por accidente y que a la vez desnudara la ineficacia e incapacidad de una estrategia, cuyo resultado son decenas de miles de muertos y, una batalla que está como el primer día.
Las explicaciones, aclaraciones, precisiones y puntualizaciones de la Secretaría de Marina, convertida en policía de crucero en esta administración, crean más confusión y confirman que, estrategia y operación policiaca van de tumbo en tumbo.
Más allá de una demostración forense que garantice que los elementos de la Secretaría de Marina realmente abatieron al máximo líder de Los Zetas, Heriberto “El Lazca” Lazcano, se requieren pruebas de los beneficios que la sociedad obtiene con su presunta muerte.
La caída de “El Lazca” -dudosa y cuestionada como pocas en los últimos tiempos- representaría el golpe más duro a la delincuencia organizada durante el sexenio de Felipe Calderón. Pero serviría de poco si con ella no se revierten las consecuencias de la escalada violenta recrudecida durante el calderonismo.
La de “El Lazca” sería, sin lugar a dudas, la desaparición delictiva más rimbombante desde que en 1997 se confirmó otro fallecimiento ciertamente dudoso: el de Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”, quien a partir de la muerte del colombiano Pablo Escobar Gaviria, tomó el control del tráfico de cocaína hacia Estados Unidos. Las historias tienen en común a dos capos. Al sinaloense, en apogeo durante los noventas, de hecho, se le atribuyen más de cinco mil muertes; a Lazcano, se le endosan masacres como la del Casino Royal y centenares de homicidios derivados de sus intentos por dominar nuevos territorios del país.
En ninguno de ambos casos, además, hubo certeza sobre la autenticidad de la muerte. Aún hoy, hay quienes ven como un mito el presunto fallecimiento de Carrillo Fuentes, que se dio durante la cirugía plástica que le realizaban en una clínica de la ciudad de México. En el caso de “El Lazca“, contrastan los datos de autoridades mexicanas y norteamericanas. Además, no hay cadáver para corroborar detalles. Se lo robaron sus capos. ¿Más similitudes? En aquel entonces no acabaron ni el tráfico de droga, ni la violencia. Y aunque el número de homicidios sufrió una reducción anual, esta no fue sustancial: 16 mil 866 en 1997, año de su muerte; 14 mil 216, en 1998; y 14 mil 619, en 1999. De poco sirvió aquel “golpe contundente al narcotráfico”.
En 2003, cayó Osiel Cárdenas Guillén -otro líder supremo- y tampoco pasó nada. Lo mismo con su hermano, Ezequiel, con los Beltrán Leyva y con los líderes de otros cárteles diseminados a lo largo del país. La violencia, en definitiva, no está ya en manos de líderes del narcotráfico mexicano, sino en sus estructuras, que forman parte incluso de las autoridades locales y federales. Lo turbio del escenario delictivo mexicano no permitiría, ni siquiera en la proyección más optimista, abatir la violencia de un día para otro. No con tantos grupos delictivos y células independientes que han decidido entrarle por la libre al fabuloso negocio. Pero sí debe reflejarse al mediano plazo: la presunción gubernamental por el debilitamiento de este y aquel otro grupo antagónicos de la justicia mexicana, tendrán que entregarnos, forzosamente, un país cada vez menos violento, un menor consumo de drogas, la eliminación de delitos como el secuestro la extorsión y, en lo consecuente, un lugar para vivir que ya casi desapareció de nuestros anhelos. De lo contrario, la muerte de este capo servirá al país para lo mismo que sirvieron las anteriores: absolutamente para nada.
Aunque ya hay quienes piensen que “El Lazca” como el Mío Cid, Rodrigo Díaz de Vivar, sigue ganando batallas después de muerto. Por lo pronto ha puesto en evidencia y en ridículo, a más de uno.
QMX/am