Jubileo 2025: Llevar esperanza a donde se ha perdido
La transformación de China es interpretada por muchos como un milagro auténtico que, en realidad, no lo es porque equivaldría a menospreciar el proyecto, la organización, el trabajo y el sacrificio de mil 300 millones de chinos.
El testimonio chino es ejemplar: no hay resultado sin trabajo, alegría sin tristeza, desarrollo sin sacrificio. Desde hace casi dos décadas China registra porcentajes de crecimiento por encima de sus competidores no solo de Asia sino del mundo entero. Sus gobiernos no han dudado en tener por delante y defender el interés de China y de su población, no el de sus clases privilegiadas u oligarcas.
Sin renunciar a principios ideológicos comunistas, se hizo una limpia seria de líderes anquilosados y corruptos, empezando por la mismísima y propia viuda de Mao Tse Tung, el gran líder de la revolución del gigante asiático. Fueron emblemáticos los encuentros de Mao y Chou en Lai con el presidente Nixon y su secretario de Estado Kissinger, o también las visitas que le hicieron los ex presidentes mexicanos Luis Echeverría y José López Portillo que envidiaron la hegemonía y el control político que se ejercía en China.
A la derrota del comunismo, simbolizado en la caída del Muro de Berlín, continuó la entronización del neoliberalismo con la divisa del libre comercio, tentación en la que cayó todo el Tercer Mundo, excepto China, que aprovechó su no pertenencia a los organismos internacionales y mantuvo altas murallas a que su pueblo cayera en el consumismo, sin pasar antes por el trabajo y la producción.
Hoy, China es el principal abastecedor de productos del mundo y ya es la segunda potencia económica mundial, solo detrás de los Estados Unidos. Su presidente, Xi Jimping, muestra ya al mundo su poderío y acepta los elogios y ofertas de hacer negocios con ellos.
La historia dio la razón a un proyecto de disciplina, tesón, sacrificio y trabajo que, -por cierto- tanta falta hace en México, con gobernantes dispuestos a cumplir su responsabilidad, aunque vaya de por medio su popularidad. Por la fama están dispuestos a la ignominia.
No obstante, junto a la visita del mandatario chino se conoció la noticia de la designación del gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, como presidente del Comité Económico del Banco de Pagos Internacionales (BIS por sus siglas en inglés) y de la Reunión de la Economía Mundial (Global Economy Meeting, GEM) a partir del 1 de julio próximo, por un periodo de tres años. Esta es la primera ocasión en que a un banquero central no europeo se le encomiendan estas responsabilidades. Carstens reemplazará a Mervyn King, una vez que éste concluya su periodo como Gobernador del Banco de Inglaterra a finales de junio. Además de funciones operativas y financieras en apoyo a los bancos centrales, el BIS tiene a su cargo las tareas de coordinación y cooperación entre bancos centrales en pro de la estabilidad monetaria y financiera global. La GEM congrega a los gobernadores de 30 bancos centrales accionistas del BIS de las principales economías avanzadas y de mercados emergentes, que de manera conjunta representan aproximadamente cuatro quintas partes del Producto Interno Bruto del mundo. El Grupo de Gobernadores de Bancos Centrales y Jefes de Supervisión (GHOS) es el órgano de gobierno que supervisa el trabajo del Comité de Supervisión Bancaria de Basilea.
El nombramiento de Carstens aviva el orgullo, pero lo que produce vergüenza es el comportamiento de la economía mexicana que pasa por “un bache”, dice Carstens.
La inversión pública está detenida, hay un subejercicio presupuestal difícil de remontar en el segundo semestre, las reformas estructurales como la gobernabilidad no llegan y comienza a reproducirse la desesperanza, el desánimo, la desesperación y la violencia, ingredientes nada indispensables para la gobernabilidad y el crecimiento, tan lejanos ambos en este momento.
QMX/am