Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Estamos a un mes exactamente de que miles de mexicanos, los menos porque la mayoría se abstiene, elegirán al próximo Presidente de la República entre la panista Josefina Vázquez Mota, el perredista Andrés Manuel López Obrador, el priista Enrique Peña Nieto y el panalista Gabriel Quadri de la Torre.
Todos aseguran que ganarán el cargo de una forma o de otra, con acciones limpias y otras no tanto. De aquí a que eso ocurra se plantean todo tipo de escenarios, especialmente los que advierten de riesgos o ataques entre unos y otros.
El consejero presidente del IFE, Leonardo Valdez Zurita, advierte riesgos en menos de 4 mil de las 64 mil casillas electorales, lo que significa graves riesgos para el proceso electoral, por más que se quiera afirmar que el porcentaje es “manejable”.
Eso por supuesto depende del tipo de riesgos que se estén previendo, porque si se toma como el ejemplo que el atentado contra los vehículos de la empresa Sabritas en Guanajuato es reducido, evidentemente tienen razón, aunque nadie previó que pudiera ocurrir un ataque de esas dimensiones nada más por no aceptar los chantajes del crimen organizado.
El encono, la virulencia y beligerancia electoral traspasa ya cualquier escenario y es muy fácil pasar de las palabras a los hechos. Por un lado se atiza cualquier movimiento que vaya en contra de cualquiera de los contendientes, pero no se toma en cuenta que el país se ha convertido en un polvorín auténtico en el que cualquier brote de inconformidad o de violencia prende en cualquier momento o circunstancia.
Los ataques verbales entre los candidatos se convierten en agresiones entre sus respectivos partidistas y en motivo de violencia entre la población en general. Los ataques no tienen medida ni recato, más allá del valor jurídico de las acusaciones. Lo único que se persigue en llegar al puesto, cueste lo que cueste, con verdades o con mentiras.
Los representantes de los partidos políticos, tanto ante los órganos electorales o ante la secretaría de Gobernación, garantizan que se van a portar bien, buen propósito que con toda seguridad más de uno no cumplirán en su momento. Si no, solo hay que analizar el comportamiento de los candidatos en situaciones parecidas, no similares, anteriores.
El ejemplo mas evidente es el de López Obrador quien no solo de palabra sino de obra rechazó más allá de la legalidad su derrota en el 2006, cuando el hoy presidente Felipe Calderón, le ganó las elecciones “haiga sido como haiga sido”.
El propio presidente Felipe Calderón valoró el compromiso asumido por los partidos durante una reunión en la Secretaría de Gobernación, de respetar el proceso electoral y propiciar un clima de tolerancia y respeto, dentro de una competencia electoral intensa.
Caras vemos, promesas de buen comportamiento tenemos, pero de los hechos no sabemos. De acuerdo a todas las encuestas, el priista lleva una cómoda ventaja a sus adversarios y aunque las manifestaciones estudiantiles y de cualquier signo han dado ventaja a López Obrador, no es suficiente para alcanzar a Peña Nieto y solo le ha permitido tomar un poco de ventaja a la candidata panista, a la que ya se ubica en el tercer lugar.
Hasta ahora, el perredista ha dado muestra de que toda su beligerancia se convirtió en amor, aunque muchos desconfían que esos “sentimientos” perduren si el electorado, otra vez, decide dar la victoria a otro. En la memoria todavía están presentes sus dichos y hechos cuando los órganos de arbitraje electoral dieron la victoria al PAN.
Si en la derrota el perredista sigue siendo amoroso querrá decir que su cambio fue auténtico, profundo y duradero. Pero muchos dudan de eso y habría que ver los resultados en la primera semana de julio para ver si los hechos siguen a las promesas.
El caso del PAN también tiene sus particularidades. Los cercanos al presidente Calderón no se cansan de repetir que el jefe no ha estado, ni está, dispuesto a devolver la presidencia al PRI. Esto abre la posibilidad de un “acuerdo” con el PRD, cosa de pragmáticos porque los panistas de cepa lo verían como acto de lesa humanidad.
El ambiente esta candente y surgen todo tipo de amenazas en el ambiente. Ojalá y el civismo del que los candidatos presumen permita que junio transcurra lo más pacífico posible para bien de las elecciones, de la gobernabilidad y del país. Ya ha habido violencia suficiente con al menos 65 mil muertos en los últimos seis años.