DINTEL: Rechinando de limpios

16 de julio de 2012
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Abelardo Martín

Sobran los casos de políticos afiliados al PRD cuyo patrimonio y condiciones socio-económicas se transformaron a partir de su paso por el gobierno, sea en cargos legislativos o administrativos federales o locales. El caso de René Bejarano, cuya filmación al momento de recibir fajos de billetes del empresario Carlos Ahumada lo identifica como el mejor ejemplo de corrupción, pero no es aislado ni el único, es sólo el más escandaloso, el más notable, comprobable y muy difícilmente negable.

Lejos de mejorarse, la moral y la ética en el servicio público se vuelven cada vez más impúdica, laxa, vergonzosa. El caso del Distrito Federal, gobernada desde 1997 por el perredismo, no es mejor ni peor que el resto del país, no nada más en tiempos electorales, sino de forma permanente.

El PRD, como el antiguo PRI controla la mayoría del gobierno tanto en la administración como en la asamblea legislativa. Es decir cuenta con una oposición que no le presenta gran preocupación, ni siquiera en el ámbito mediático. Tiene el control político y los medios prefieren la información “federal”, que la estrictamente local.

La corrupción en el Distrito Federal tiene invadida y envenenada a la sociedad, aunque haya voces perredistas que vean sólo la paja en el ojo ajeno y no la viga que los mantiene ciegos.

Por supuesto que la presencia de la corrupción, como un cáncer hecho metástasis, no justifica o explica dejadez, abandono, resignación e impotencia para enfrentar estos problemas, al contrario.

Por eso el discurso del candidato perredista perdedor, Andrés Manuel López Obrador, encuentra eco, porque la gente siente vergüenza e indignación ante la realidad de corrupción enquistada en la sociedad. Das o te dan, son las dos puntas del mismo hilo de la corrupción y cada cual en su extremo vive la vergüenza de dar o de recibir dinero mal usado, ni siquiera solo mal habido.

De un plumazo, en su objetivo de ganar la Presidencia se vuelcan las promesas y las exaltaciones acerca de la moral y ética propia crecen y florecen.

El candidato perdedor insiste en convertir su derrota en triunfo. Su argumentación del “haiga sido como haiga sido”, se ajusta bien a ganadores y sobre todo a perdedores que rechazan verse derrotados y crean la fantasía primero, y la obsesión del triunfo.

Por supuesto que la compra de voto, la acción y reacción de la ciudadanía ante tan lamentables acontecimientos es de pena ajena. Sin embargo, la solución no es declarar el triunfo y esconderse detrás de la cortina de la denuncia. Si hay muchos corruptos, de los que dan y de los que reciben, puede que sean millones y millones, pero eso no da derecho a la negación y la fuga de la realidad. Nada más con el argumento del testarudo o necio que se pasa la vida con el argumento de que “mira, tienes que creerlo, porque te lo digo yo”.

 

QMex/am

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