El poder del nombre
El Golfo de México enfrenta amenazas ambientales serias, y el Mar de Cortés es hogar de especies en peligro de extinción, como la vaquita marina. Estos ecosistemas necesitan protección, no cambios de nombre
El doble rasero del populismo: Trump, AMLO y la manipulación de los nombres geográficos
Alberto Carbot
Las recientes declaraciones de Donald Trump sobre su intención de renombrar el Golfo de México como Golfo de América han generado una oleada de indignación en diversos sectores políticos, incluida la airada reacción de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum. Sin embargo, esta postura resulta tan conveniente como hipócrita si se considera que — el 14 de noviembre de 2023 durante una visita al estado de Sinaloa—, su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, propuso en cambiar el nombre del Mar de Cortés por Golfo de California.
Mientras encabezaba la inauguración de sucursales del Banco del Bienestar —en el contexto de una gira en la que visitó municipios como Badiraguato y San Felipe, en Baja California, que fue ampliamente reportado por los medios de comunicación—, AMLO mencionó que prefería el nombre Golfo de California en lugar de Mar de Cortés y afirmó:
—Antes se llamaba el Mar de Cortés, pero ya le vamos a cambiar el nombre, el Golfo de California. ¡Qué Mar de Cortés ni qué nada!
Y en aquel entonces, no hubo indignación; más bien, se aplaudió con la sumisión que López Obrador gustaba de describir como “focas aplaudidoras”.
AMLO disfrazó su propuesta de cambio de nombre como un acto de “reivindicación histórica”, aunque carecía de sustancia real y se percibió como un capricho ideológico. Sin embargo, hay que decir que ambos líderes, Trump y López Obrador, representan el populismo en su forma más burda: una política basada en gestos simbólicos vacíos y provocaciones diseñadas para manipular a sus respectivas bases de apoyo. Trump, al intentar apropiarse simbólicamente de una cuenca marítima compartida, exhibe un nacionalismo desbordado y una ignorancia histórica que raya en lo infantil.
Resulta sorprendente que quienes ahora critican con vehemencia la propuesta de Trump no levantaron una sola voz crítica cuando López Obrador lanzó su idea igualmente absurda. Sheinbaum, que hoy califica de ridícula la idea del Golfo de América, evitó cualquier oposición pública cuando AMLO intentó borrar el nombre histórico del Mar de Cortés. Este doble estándar —con ideas son superficiales y no benefician a las poblaciones que dicen representar—, refleja una moral política conveniente y oportunista.
La obsesión de ambos líderes con cambiar nombres no es casual. Estos gestos simbólicos siempre han servido como cortinas de humo para desviar la atención de problemas reales. Mientras hoy Trump busca movilizar a su base con un falso sentimiento de superioridad nacional, AMLO intentó cimentar su narrativa de descolonización.
Un ejemplo adicional de esta manipulación simbólica fue la retirada de la estatua de Cristóbal Colón en su glorieta de Paseo de la Reforma, el 10 de octubre de 2020, en la Ciudad de México, precisamente durante el gobierno de Sheinbaum.
Según la entonces jefa de gobierno, esta acción fue justificada inicialmente como parte de un proceso de «mantenimiento y restauración». Sin embargo, coincidió con la proximidad del Día de la Raza (12 de octubre), fecha en la que colectivos indígenas y grupos activistas habían convocado protestas para exigir la remoción de la estatua como “un acto simbólico contra el colonialismo”.
Aunque la medida fue presentada como un acto de mantenimiento, coincidió con protestas que exigían su remoción. La estatua fue reemplazada por una figura de una mujer indígena, en un gesto que algunos celebraron como “justicia histórica”. Sin embargo, esta acción también se percibió como un intento oportunista de ganar apoyo, sin abordar las desigualdades estructurales que afectan a las comunidades indígenas.
El cambio de nombres geográficos o la retirada de monumentos históricos son gestos superficiales que ignoran la importancia de comprender el contexto histórico en toda su complejidad. Ni Trump ni AMLO, en su momento, buscan educar al público sobre la historia; en cambio, manipulan estos símbolos para satisfacer sus agendas políticas, polarizando a sus sociedades.
Si bien Trump y López Obrador representan extremos opuestos en sus ideologías, sus métodos fueron y son inquietantemente similares. Ambos se identifican como narcisistas políticos que priorizan el espectáculo por encima de los resultados concretos y utilizan los símbolos nacionales como herramientas para consolidar su poder, sin importarles las consecuencias.
Es evidente —si se poseen dos dedos de frente—, que, en lugar de obsesionarse con los nombres de los mares o las estatuas, los líderes políticos deberían centrarse en problemas tangibles. El Golfo de México enfrenta amenazas ambientales serias, y el Mar de Cortés es hogar de especies en peligro de extinción, como la vaquita marina. Estos ecosistemas necesitan protección, no cambios de nombre.
Al paso del tiempo, ni Trump ni López Obrador serán recordados por haber mejorado significativamente las condiciones de sus países. Sus gestos simbólicos, aunque vistosos, no resolverán los problemas de desigualdad, pobreza o corrupción que afectan a sus sociedades. En cambio, serán vistos como líderes que desperdiciaron oportunidades históricas en aras de alimentar sus egos utilizando el populismo teatral.
La historia no debe ser utilizada como una herramienta de propaganda, sino como una fuente de aprendizaje. En lugar de reinventar el pasado, debemos enfrentarlo con honestidad y responsabilidad.
El doble rasero en la reacción a las propuestas de Trump y AMLO, no es más que un reflejo del estado del debate público actual, cargado de hipocresía, oportunismo y una falta de análisis crítico. Mientras las élites políticas se concentran en discusiones triviales, los problemas reales siguen sin resolverse.