El INE y la complicidad
Nicolás Maduro y la revolución bolivariana han pasado la primera prueba de fuego de las muchas que habrán de enfrentar en los años siguientes. Ganadas las elecciones presidenciales, deberán ahora prepararse para lo que viene: sabotajes, rumores malévolos y desestabilizadores, especulación financiera para forzar la devaluación del bolívar, calumnias, satanización del nuevo líder, ataques mediáticos, llamamientos al magnicidio, el golpe de Estado y muchas más municiones del rico arsenal de la guerra sucia en la que el imperialismo y la derecha latinoamericana son maestros consumados.
De todas esas municiones, la preferida, sin duda, es el golpe de Estado, último y definitivo eslabón de la cadena contrarrevolucionaria. Es cierto que en la propia Venezuela el recurso del golpe fracasó en abril de 2002. Pero también es verdad que resultó exitoso en Honduras y Paraguay recientemente, para no hablar de la larga serie de cuartelazos consumados en Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, Ecuador, Paraguay, Perú, Guatemala, El Salvador y Honduras a lo largo del siglo pasado.
Para consumar un nuevo golpe de Estado, Henrique Capriles y sus mandantes internos y externos necesitan antes poner en práctica todos y cada uno de los recursos mencionados de la guerra sucia. Pero necesitan, igualmente, ganar para la causa del golpe a un sector de las fuerzas armadas, encabezado por un Pinochet, un Videla o un Bordaberry venezolano.
Ahí está el mayor peligro para Nicolás Maduro y la revolución bolivariana. Y aquél y ésta deberán desplegar los más grandes esfuerzos para preservar la institucionalidad de las fuerzas armadas y conjurar la tentación del cuartelazo entre los jefes y generales de pensamiento más conservador y pro imperialista.
Pero como el éxito de un golpe militar siempre es incierto, Capriles y sus mandantes en Estados Unidos y los países imperialistas de Europa, van, sin quitar el dedo del renglón golpista, a proceder más o menos despacio. Seguirán jugando la carta electoral a la espera de que los recursos de la guerra sucia, la propaganda negra y la buscada desestabilización económica, social y política del país generen desánimo y defecciones en las masas chavistas y, de este modo, la derecha y el imperialismo puedan lograr una mayoría electoral que hasta ahora no han conseguido.
Aquí está el segundo gran peligro. Y para conjurarlo no hay más camino que profundizar y acelerar el proceso revolucionario. Más justicia social es la clave para conservar y acrecentar el caudal de sufragios del chavismo.
Más escuelas y más educación para el pueblo, más salud y más empleo para la gente, más ingreso y más seguridad social para los trabajadores son los factores del apoyo popular.
Los siguientes seis años de la presidencia de Nicolás Maduro serán de dura batalla para conseguir esos propósitos. Pero no será fácil, sobre todo, en medio de la interminable campaña de hostilidad contra Venezuela por cuenta de Washington y sus cipayos de la Alianza Atlántica. Y en medio igualmente de la perpetua campaña de guerra sucia y propaganda negra de la oligarquía venezolana contra la revolución chavista.
Pero como le revelan los resultados de todas las elecciones ganadas por el chavismo, no basta trabajar en beneficio del pueblo para conseguir y mantener el apoyo de ciertos sectores de ese mismo pueblo. Siglos de dominación cultural e ideológica pesan como una montaña sobre el cerebro de millones de venezolanos que siguen apoyando a sus dominadores y sufragando por ellos.
Hugo Chávez logró conquistar para la revolución bolivariana a millones de esos antiguos dominados culturales. Hoy le toca a Maduro repetir la hazaña. La vida de la revolución depende de ello.
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QMX/mf