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La vigencia de La rebelión en la granja como crítica al autoritarismo y la manipulación del poder en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y México
Las revoluciones en América Latina, que prometían justicia y equidad, han degenerado en regímenes autoritarios, reflejando los peligros del poder sin control descritos por George Orwell en La rebelión en la granja. A través de ejemplos como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y México, se exploran las dinámicas de traición a los ideales revolucionarios, el uso de la propaganda para manipular la verdad, y la represión de las disidencias mediante el miedo. La vigencia de la crítica de Orwell, subraya la necesidad de una mayor vigilancia ciudadana y el ineludible y real equilibrio de poderes, para evitar la corrupción en los sistemas de gobierno, como está sucediendo en México
Alberto Carbot
Recientemente volví a leer La rebelión en la granja de George Orwell —Animal Farm. A Fairy Story (Granja de animales: Un cuento de hadas) en su título original en inglés, publicada el 17 de agosto de 1945 en el Reino Unido—, con la intención de comprender mejor los eventos políticos que han sacudido a México y América Latina en los últimos años. Al sumergirme de nuevo en esta obra de no más de 110 páginas, me sorprendió descubrir los asombrosos paralelismos entre lo que Orwell describía y lo que vivimos actualmente en nuestra región y especialmente en México. Lejos de ser una simple fábula sobre animales, el texto es una reflexión profunda sobre los peligros del poder sin control y la deslealtad a los ideales.
Orwell describió con precisión cómo los líderes, una vez en el poder, tienden a convertirse en aquello que prometieron combatir. En muchos países de América Latina, la manipulación de los ideales revolucionarios y la represión han sido las herramientas utilizadas para mantener el control, traicionando a las masas que una vez apoyaron esos ideales.
Desde el momento mismo de su publicación, fue una ácida crítica a los regímenes totalitarios como el soviético y —hoy, más que nunca— es una advertencia, que, a la luz de los hechos, mantiene su relevancia y continúa siendo crucial para entender las dinámicas que observamos en América Latina, donde las revoluciones que prometieron justicia y libertad han sido, en muchos casos, corrompidas por quienes se aferran al poder a toda costa o pretenden, tras las cortinas, continuar ejerciéndolo desde las sombras.
Al analizar la situación en países como Cuba, Bolivia, Venezuela, Nicaragua y México, resulta evidente que las promesas iniciales de igualdad y bienestar han sido socavadas.
George Orwell —cuyo nombre real era Eric Arthur Blair— fue un escritor, periodista y ensayista británico, nacido en la India Británica y fallecido en 1950 en Londres. Es conocido principalmente por su aguda crítica a los regímenes totalitarios y su lucha por la justicia social a través de sus escritos. Su experiencia como oficial colonial en Birmania —oficialmente llamado Myanmar desde 1989—, su participación en la Guerra Civil Española, y su vida en la pobreza influyeron profundamente en su visión del mundo y en su obra literaria. Entre sus escritos más conocidos están 1984, Política y el idioma inglés —donde critica la corrupción del lenguaje como herramienta de manipulación política—, y Dentro de la ballena, un análisis sobre la literatura y la sociedad.
La rebelión en la granja fue escrita durante la Segunda Guerra Mundial, entre 1943 y 1944, pero Orwell enfrentó dificultades para encontrar una editorial dispuesta a publicarla. Esto se debió a que la novela era una descarnada crítica a la Unión Soviética y a Joseph Stalin, en un momento en que la URSS era aliada de Gran Bretaña en la guerra contra la Alemania nazi. Varias editoriales temían que el libro fuera percibido como un ataque a un aliado estratégico, por lo que se negaron a imprimirla.
Una anécdota interesante sobre el proceso de creación del libro es que Orwell se inspiró en una escena real que presenció en una pequeña granja. Según relató, un día observó a un niño pequeño dirigiendo a un caballo grande sólo usando un látigo. Este episodio lo llevó a reflexionar sobre cómo los seres humanos controlan a animales mucho más fuertes, simplemente porque estos no son conscientes de su fuerza. Esta idea sirvió como metáfora para desarrollar la trama de su relato, donde los cerdos manipulan a los demás animales debido a su falta de conciencia política.
Al releer La rebelión en la granja, resulta imposible no ver en ella un espejo de lo que sucede en nuestra región, donde los ideales de justicia han sido subordinados al poder y la ambición. Con sus debidas distancias, es muy similar a lo que encontramos en los libros de La costumbre del poder de Luis Spota, obras que, al igual que la de Orwell, no pierden vigencia; basta con cambiar los nombres para seguir entendiendo los entretelones de la política mexicana.
Ambos autores capturan con aguda precisión cómo los mecanismos de poder se perpetúan a costa de la voluntad popular, y evidencian cómo las promesas de justicia y equidad pueden ser manipuladas para beneficio de unos pocos, mientras las masas quedan atrapadas en la maquinaria del poder autoritario. Este patrón de deslealtad a los ideales revolucionarios ha sido una constante en los sistemas autoritarios de América Latina, y Orwell lo predijo con precisión, desnudando las tragedias que ocurren cuando el idealismo choca con la corrupción humana.
Pero si los animales hubieran creado un sistema más justo, donde el poder estuviera distribuido, con educación, responsabilidad, y una participación activa de todos, podrían haber evitado la tiranía de los cerdos. Al final, el problema fue que confiaron demasiado en un pequeño grupo sin mantener los mecanismos de control. Una granja verdaderamente feliz y equitativa hubiera requerido vigilancia continua, participación y equidad desde el principio.
La obra de Orwell va más allá de su tiempo, retratando no solo lo que fue la Revolución Rusa, sino cualquier sistema de poder que hoy en día se ha vuelto autoritario. A través de su fábula, aparentemente infantil, capturó cómo las revoluciones que prometen igualdad y justicia muchas veces terminan reproduciendo los mismos vicios que intentaban erradicar. Este fenómeno sigue ocurriendo en América Latina y en otras partes del mundo, donde algunos regímenes han seguido el mismo patrón de desvirtuar los ideales iniciales de libertad y justicia.
El ideal revolucionario corrompido: promesas y traiciones en América Latina; cinco casos concretos
Cuando George Orwell escribió La rebelión en la granja, su intención era evidenciar cómo las revoluciones, al ser mal gestionadas y abandonan sus ideales originales, pueden degenerar en sistemas de opresión. América Latina ha vivido esta realidad de manera palpable en el último siglo. Países que en su momento abanderaron revoluciones que prometían justicia y equidad terminaron atrapados en sistemas autoritarios, lejos de los principios que los inspiraron.
Cuba es el ejemplo más antiguo y emblemático. La Revolución Cubana, liderada por Fidel Castro en 1959, ofrecía la promesa de igualdad y libertad para un pueblo sometido a la dictadura de Fulgencio Batista. Sin embargo, con el paso de los años, el régimen castrista se transformó en una dictadura de partido único, donde los derechos y libertades individuales fueron suprimidos. Los cerdos en la alegoría de Orwell representan a los líderes que traicionan la revolución. En este caso, Castro se consolidó como un líder indiscutible, eliminando cualquier oposición interna y perpetuando el poder dentro de una élite.
De manera similar, el gobierno de Evo Morales en Bolivia —que nació con una fuerte base popular y reivindicaciones indígenas—, terminó derivando en un sistema autoritario cuando intentó perpetuarse en el poder mediante reformas constitucionales. El sueño de igualdad que representaba su gobierno fue traicionado por la ambición de mantenerse en el cargo, dejando atrás a los sectores que lo apoyaron inicialmente. Esto refleja cómo, al igual que los cerdos en la granja, el poder absoluto corrompe incluso a aquellos que comenzaron con las mejores intenciones.
Venezuela es quizás el caso más trágico. Hugo Chávez llegó al poder en 1999 con una agenda de justicia social y redistribución de la riqueza, prometiendo eliminar las desigualdades. Sin embargo, tras su muerte en 2013 y bajo el mandato de Nicolás Maduro desde ese mismo año, el país ha colapsado tanto económica como socialmente. Los altos funcionarios del régimen se han enriquecido, mientras la mayoría de la población sufre la peor crisis humanitaria de su historia, con más de 7 millones de venezolanos emigrando desde 2015, según cifras de la ONU. El paralelismo con Orwell es claro: lo que comenzó como una lucha por la justicia en Venezuela se convirtió en un régimen opresivo que explota y empobrece al pueblo.
En Nicaragua, la revolución sandinista que derrocó al dictador Anastasio Somoza en los años ochenta trajo consigo la esperanza de una sociedad más justa. Sin embargo, Daniel Ortega, uno de los líderes de esa revolución, ha traicionado esos mismos ideales. Su gobierno se ha transformado en un régimen autoritario que reprime brutalmente a sus opositores, perpetuando una dinastía familiar en el poder. En este caso, Ortega ha seguido el mismo camino que Napoleón —el líder de los cerdos—, consolidando su dictadura mediante el uso de la fuerza y la manipulación.
El caso de México, aunque distinto, también refleja el deterioro de los ideales revolucionarios. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que en un principio fue visto como un cambio hacia la justicia social y el combate a la corrupción, ha sido criticado por el uso del poder para concentrar la autoridad en la figura presidencial y desmantelar los contrapesos democráticos. Aunque el país no ha llegado a los extremos de Cuba o Venezuela, las similitudes con la deslealtad a los principios iniciales son evidentes.
Controlar la narrativa a través de la propaganda
Uno de los elementos más poderosos en la obra de Orwell es el uso de la propaganda y la manipulación del lenguaje. El cerdo Squealer —el encargado de la propaganda—, justifica cada acción del régimen y representa a aquellos que distorsionan la verdad para mantener a la población en la ignorancia. En América Latina, el control de la narrativa ha sido esencial para la perpetuación de estos regímenes.
En Cuba, la propaganda ha sido clave para sostener el régimen durante más de sesenta años. Los medios de comunicación estatales han controlado el relato de los supuestos éxitos del gobierno, a pesar de la evidente crisis económica y la falta de libertades. Se ha cultivado una narrativa en la que el régimen es la única opción legítima, y cualquier crítica externa es considerada una amenaza “imperialista” o de los “conservadores,” un epíteto que también ha sido utilizado por Andrés Manuel López Obrador desde que decidió incursionar en la política a nivel nacional. Esta manipulación del discurso, similar a la que realiza Squealer en la novela, ha permitido que en Cuba el régimen sobreviva a pesar del creciente descontento popular.
En Venezuela, bajo Nicolás Maduro, la propaganda ha alcanzado niveles extremos. Los medios de comunicación independientes han sido acallados, y las plataformas digitales son estrictamente controladas. El régimen utiliza constantemente la narrativa de una «guerra económica» para justificar la miseria en la que se encuentra el país, y acusa a sus opositores de ser agentes del “imperialismo.”
Como en la granja de Orwell, donde los cerdos siempre encuentran excusas para sus errores, Maduro ha logrado desviar la atención de sus fracasos utilizando la propaganda como herramienta fundamental, máxime luego de su derrota evidente en los pasados comicios en los que el candidato opositor Edmundo González resultó triunfador, pese a la obscena manipulación del aparato electoral gubernamental y sin presentar hasta hoy las pruebas que constaten las cifras “oficiales”, que indican que el candidato opositor obtuvo el 44.2 por ciento de los votos, mientras que Maduro —con el apoyo de instituciones estatales y las fuerzas militares, en medio de protestas y controversias tanto a nivel nacional como internacional—, fue declarado ganador con el 51.2, a pesar de las denuncias de fraude y manipulación, lo que llevó a la oposición a rechazar los resultados oficiales.
Nicaragua ha seguido una senda similar. Daniel Ortega ha utilizado los medios de comunicación para desinformar y justificar la brutal represión de las protestas. El uso de la narrativa oficial para señalar a los opositores como traidores o delincuentes ha permitido que el régimen justifique la violencia estatal. Aquí, la lección de Orwell es clara: cuando los regímenes controlan el lenguaje, controlan la verdad y, por ende, el poder.
Ortega ha ido más allá, encarcelando y exiliando a figuras clave de la oposición, como el escritor Sergio Ramírez, quien, debido a la represión, ahora vive en España. Además, líderes políticos como Cristiana Chamorro han sido detenidos y condenados bajo cargos fabricados. Este exilio forzado de intelectuales y opositores refleja cómo los regímenes autoritarios eliminan cualquier amenaza a su poder, al igual que Napoleón desterró a Snowball —el cerdo rival de Napoleón—, en la novela.
En Bolivia, bajo el liderazgo de Evo Morales, también se manipuló el relato. Aunque Morales se presentó como un líder indígena cercano a los sectores más desfavorecidos, tras su polémica reelección, una ola de protestas y acusaciones de fraude electoral lo forzaron a abandonar el poder y salir del país en noviembre de 2019. Esto desató una crisis política en Bolivia. Morales intentó justificar su regreso aludiendo a un golpe de Estado.
Durante su exilio, fue recibido y protegido por López Obrador en México. AMLO, en un gesto de solidaridad con Morales, le ofreció asilo político, argumentando que su vida corría peligro en Bolivia. Durante su estancia en México, que duró aproximadamente un mes, fue resguardado por las autoridades mexicanas, quienes lo trasladaron en un avión de la Fuerza Aérea. Este episodio reflejó el apoyo de López Obrador a líderes de izquierda en América Latina. Este discurso, construido sobre la base de la propaganda, mostró cómo, incluso en regímenes que inicialmente se presentan como democráticos, el control de la narrativa es vital para mantenerse en el poder.
La represión de las disidencias y la estrategia del miedo
Un elemento clave en La rebelión en la granja es la utilización de la fuerza y el miedo para mantener el control. Cuando Napoleón destierra a Snowball —el cerdo rival—, utiliza a los perros —el ejército privado de Napoleón—, como su ariete para silenciar cualquier oposición. De manera similar, los regímenes en América Latina han recurrido a la represión violenta para sofocar el descontento social y eliminar a sus opositores.
En Nicaragua, Daniel Ortega ha utilizado las fuerzas policiales y paramilitares para sofocar las protestas masivas que estallaron en 2018, cuando los nicaragüenses se levantaron contra las reformas al sistema de pensiones y la creciente autocracia del gobierno. Las imágenes de violencia y represión, con cientos de muertos y miles de heridos, son un recordatorio claro de cómo los regímenes autoritarios recurren al terror para mantener el control. Al igual que en la granja de Orwell, Ortega ha construido un régimen donde el miedo es el principal mecanismo para aplastar cualquier intento de cambio.
En Venezuela, bajo Nicolás Maduro, el escenario ha sido igualmente brutal. Las protestas masivas que comenzaron en 2014 y se intensificaron en los años siguientes fueron sofocadas con una violencia sistemática. Las fuerzas de seguridad del Estado, apoyadas por grupos paramilitares conocidos como «colectivos», han sido responsables de detenciones arbitrarias, torturas y asesinatos de opositores. La estrategia del miedo ha sido tan efectiva que ha desmovilizado a gran parte de la población, que teme las represalias del régimen. Este uso del terror para mantener el poder es una reminiscencia directa del uso de los perros en la novela de Orwell.
En Cuba, aunque el régimen ha sido más sutil en sus métodos, no ha dudado en utilizar la represión cuando ha sido necesario. A lo largo de las décadas, cualquier disidencia ha sido silenciada mediante el encarcelamiento o el exilio forzado de los opositores. Las detenciones arbitrarias de activistas, la persecución de periodistas y el acoso a las familias de los disidentes son ejemplos de cómo el régimen castrista ha utilizado el miedo para evitar la aparición de movimientos organizados que puedan desafiar el poder.
En Bolivia, bajo el mandato de Evo Morales, aunque inicialmente su gobierno tenía una base popular fuerte, cuando intentó perpetuarse en el poder a través de una controvertida reelección en 2019, surgieron protestas masivas que fueron reprimidas violentamente por las fuerzas de seguridad. El uso de la fuerza para sofocar la disidencia demostró cómo incluso los líderes que nacen de movimientos populares pueden recurrir al autoritarismo cuando su poder se ve amenazado.
México ha tenido un episodio reciente que refleja estas prácticas preocupantes. Durante la reforma constitucional al poder judicial propuesta desde 2023 —y que finalmente hace pocos días otorgó mayoría al oficialismo en el Senado—, varios senadores disidentes denunciaron presiones, hostigamiento e incluso amenazas para forzar su voto. Este tipo de coerción y abuso de poder refleja la manipulación de la ley que Orwell describe en su obra, y es un indicio claro de que, aunque en menor escala, la represión del disenso comienza a ganar terreno en todo México.
Lo que vemos en estos países es que este método autoritario no es sólo una respuesta a la disidencia, sino una estrategia consciente para mantener el dominio. El miedo es la principal arma de los regímenes totalitarios, y Orwell lo dejó claro: cuando las ideas ya no convencen, la fuerza y el terror se convierten en los únicos medios de control.
La vigencia de la crítica de Orwell sobre los regímenes actuales
A más de 70 años de su publicación, La rebelión en la granja sigue siendo un texto fundamental para comprender la política actual, particularmente en América Latina. Lo que hace que su relato sea tan vigente hoy en día, es su análisis profundo de la naturaleza humana y del poder. La rebelión en la granja muestra que, independientemente del contexto histórico, cuando el poder no tiene límites, tiende a corromperse.
Los cerdos que prometieron un nuevo orden de igualdad se convierten en opresores, no por ser inherentemente malvados, sino porque el sistema que construyeron les permitió acumular poder sin rendir cuentas. Esta dinámica es claramente visible en los regímenes actuales de América Latina.
Otro aspecto de la obra que sigue resonando es la manipulación del lenguaje y la verdad. Orwell fue un visionario en su comprensión de cómo el control de la narrativa es esencial para mantener el poder. En la era de la información y las redes sociales, los regímenes autoritarios han adaptado las lecciones de Squealer —el cerdo encargado de la propaganda—, utilizando los medios de comunicación para distorsionar la realidad y controlar el relato. Desde la justificación de la represión hasta la fabricación de enemigos externos, los líderes actuales han perfeccionado el arte de la propaganda que Orwell denunció en su obra.
La represión y el uso del miedo como herramientas de control son también elementos que han mantenido la relevancia de La rebelión en la granja. La brutalidad con la que regímenes como los de Ortega y Maduro responden a cualquier desafío a su poder es un reflejo directo de cómo el cerdo Napoleón utilizaba a los perros para silenciar a sus oponentes. La lección aquí es clara: el miedo es el arma más poderosa de los regímenes autoritarios, y sin una ciudadanía organizada y dispuesta a resistir, es muy difícil romper ese ciclo de opresión.
Finalmente, Orwell nos ofrece una lección sobre la vigilancia y la necesidad de un sistema político que garantice el equilibrio de poderes. En La rebelión en la granja, los animales no logran construir mecanismos de control sobre los cerdos, permitiéndoles consolidar su poder sin restricciones.
Lo mismo ha ocurrido en los regímenes de América Latina, como en México, donde la falta de instituciones democráticas fuertes ha permitido a los líderes manipular el sistema para su beneficio personal.
La advertencia de Orwell sigue siendo pertinente: sin una ciudadanía vigilante y sin mecanismos que limiten el poder, las revoluciones siempre estarán en riesgo de traicionar sus ideales.