Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
El estilo de gobierno del sexenio de López Obrador significó una importante sacudida a los ritmos y ritualidades políticas para muchas organizaciones en México, y la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) no fue la excepción. En medio de las incertidumbres por los cambios políticos, los obispos católicos optaron por el experimentado mediador Rogelio Cabrera López para representarlos como presidente del organismo; y éste, desde el primer minuto de su gestión, mandó señales de cooperación, respeto y prudencia en la relación con el mandatario intensamente respaldado por el voto popular.
Dentro del episcopado, algunas voces jamás compartieron la actitud atemperada de Cabrera; ciertos liderazgos eclesiásticos, excitados por sectores reaccionarios, no dejaron de hacer campaña política contra el tabasqueño: adujeron que su “exótica identidad religiosa”, su “comunismo de izquierda”, su “desdén al Estado de derecho” y su “populismo” eran reales amenazas que destruirían al país. Seis años más tarde, aún hay voces con inquina que susurran a los oídos de los jerarcas católicos sus clamores porque, bajo el liderazgo de Cabrera, la Iglesia no “quiso frenar” el avance político del partido Morena y de la llamada “Cuarta Transformación”.
En cierta medida, la actual hiper-politización de extensos sectores católicos ha abierto espacio a discursos de integrismo que han revitalizado el activismo político de algunos cuadros episcopales. También es claro que en esto no ha ayudado la permanente jactancia, la vanagloria propia y la ausencia de autocrítica de las nuevas élites en el poder cuando minimizan, relativizan y hasta niegan los evidentes problemas que persisten en el país, como las violencias bestiales o las carencias graves en el acceso a derechos sociales básicos (en salud y educación principalmente).
Durante el sexenio anterior y en especial durante el proceso electoral, algunas élites católicas actuaron abiertamente como oposición política al gobierno lopezobradorista y como facilitadores u operadores de Xóchitl Gálvez ante la jerarquía: la visita de la candidata al Papa Francisco bajo los estándares más rigurosos de la diplomacia y el ‘apapacho’ de selfies con la candidata del PRIANRD durante su visita a la Asamblea Plenaria fueron signos –no los más relevantes– de la apuesta de estos grupos por la alternancia de partidos en el poder.
Y no son los signos más importantes puesto que, en el fondo, hay un desconocimiento respecto a qué tan extenso y profundo es el activo sermón homilético en parroquias y catedrales demonizando o satanizando al partido Morena, al presidente López Obrador y a sus candidatos. O, en otros casos, es insondable cómo algunos pastores se aventuraron a hacer la solicitud expresa de apoyar a candidatos de la oposición por ser “auténticos cristianos” (como lo llegó a hacer en plena celebración dominical el anterior y hoy finado obispo de Mexicali). Con todo, y a la luz de los resultados electorales en el 2021 y 2024, es evidente que la feligresía católica pone distancia entre sus convicciones religiosas y sus opciones políticas.
El triunfo de Claudia Sheinbaum en la presidencia de México ha disminuido la virulencia de las voces críticas en la Iglesia y el episcopado; aunque no todas. Aún hay obispos que en público y privado afirman que tanto la presidenta como el cuerpo legislativo electo son producto de una «elección de Estado», de un «megafraude» que ha permitido al partido en el poder «agandallarse» para «poder hacer y deshacer a su antojo». Acusan de formar un “gobierno de ultraizquierda”, “comunista”, “despilfarrador”, “corruptor y corrupto” que “compra a legisladores” para “destruir al Poder Judicial». En fin, hay ministros de culto y jerarcas católicos que, sin ruborizarse, aseguran que “la República ha muerto”.
Y a pesar de todo ello, como lo reveló el propio Rogelio Cabrera en una reciente entrevista, a lo largo del sexenio se mantuvo abierta la puerta del Palacio Nacional para la interlocución respetuosa (cordial y operativa, por ejemplo: ante la crisis de abasto de agua en Nuevo León, la Iglesia católica intercedió por el pueblo ante el gobierno federal para urgir la atención en la sequía); y que, bajo esa convicción mediadora y dialogante, se dio la bienvenida a la nueva administración de Sheinbaum, especialmente para mantener los procesos de construcción de paz que la candidata se comprometió a atender con los obispos, las congregaciones religiosas, los jesuitas y diversos sectores sociales.
Con todo, la situación es muy distinta hoy en la relación del episcopado con el gobierno federal: ahí donde había una distancia casi indiferente de López Obrador con ciertos perfiles episcopales, hoy hay una estrecha vinculación de Sheinbaum y miembros de su gabinete con obispos que fueron algo menos que invisibles durante todo el sexenio anterior.
Ahora bien, se acerca la realización de la 117 Asamblea Plenaria de la CEM y los obispos mexicanos tendrán sus propias elecciones: presentarán una terna de candidatos y votarán a los titulares del nuevo Consejo de Presidencia. Idealmente los candidatos tendrán que sujetarse a los requisitos planteados en los Estatutos y el Reglamento Interno del organismo, aunque hay algunos signos que anticipan la posibilidad de ‘flexibilizar’ la gramática de la ley para elegir a quienes tendrán el encargo de mantener relaciones con el gobierno federal. De los obispos ‘presidenciables’ para el trienio 2025-2027 y miembros de su Consejo, hablaremos en otra ocasión.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe