Visión financiera/Georgina Howard
Disputa de franquicias electorales
La crisis de representatividad de los partidos políticos en México es un fenómeno que se ha venido agudizando por su alejamiento de las bases sociales, porque nuestra clase política ha perdido progresivamente legitimidad como resultado de que las dirigencias partidistas se transformaron en aparatos burocráticos, en camarillas, tribus o pandillas, preocupados más en cómo lograr mejores ganancias o rentabilidad electoral y con ello la administración pública, y el reparto de los presupuestos en los diferentes niveles de gobierno.
La transición democrática, largamente buscada, se fue transformando en una lucha facciosa y en alianzas perversas entre franquicias electorales en que se convirtieron las organizaciones políticas, que algunos teóricos de la democracia funcional cobijados en un “halo de intelectuales orgánicos” justificaron y legitimaron, porque el único fin era obtener el control de los órganos del poder político.
Las purgas, el éxodo de militantes y la confrontación interna por los mecanismos antidemocráticos utilizados en los procesos de selección de candidatos, es una constante en el sistema de partidos, que la aparición de las candidaturas “independientes” pareció oxigenar como una alternativa para fortalecer la vida democrática y “ciudadanizar” nuestro sistema electoral, pero que la confrontación entre las élites políticas, económicas y ahora de carácter moral-religioso por el debate de los matrimonios igualitarios, amenaza con socavar y generar otra tormenta que podría enrarecer más el proceso electoral del 2018.
En este escenario, la alternancia partidaria como salida hacia la consolidación de la gobernabilidad parece ser un escenario con alta probabilidad, siempre y cuando los partidos con mayor competencia político-electoral puedan resolver y procesar, sus mecanismos institucionales de elección interna.
La presión que han ejercido sobre Ricardo Anaya, fundamentalmente del grupo del ex presidente Calderón, para que abandone la dirección nacional del PAN por considerar inequitativo su doble rol de dirigente-precandidato en la disputa interna por la candidatura presidencial, amenaza con socavar la unidad interna y las altas posibilidades que tiene esta organización de volver a Los Pinos en 2018.
No obstante, la adopción del pragmatismo electoral materializado en una política de alianzas como estrategia, reposicionó de manera exitosa a la dirigencia de Anaya, con el triunfo de siete de las 12 gubernaturas disputadas en los comicios estatales, dejó abiertas las puertas y las posibilidad de una alianza electoral para el 2018, para quitarle la Presidencia de la República al PRI y cerrarle el paso al candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador.
No obstante, las posibilidades de una alianza entre PAN-PRD enfrentaría un obstáculo que parece complejo, porque, por un lado, no se ve en el escenario quien pueda hacer a un lado la candidatura de la panista Margarita Zavala, y en el caso del PRD, el jefe de Gobierno de la CDMX, Miguel Mancera, como su mejor activo, cuenta con un arropamiento empresarial nada desdeñable, pero que arrastra a un partido sin líderes, con una crisis interna que no acaba de terminar, que podría agudizarse si no logra frenar el éxodo de un nuevo grupo de perredistas a las filas de Morena.
Finalmente, en el caso del PRI, después de su estrepitosa pérdida de siete de 12 gubernaturas estatales, la crisis interna que ello provocó y la ruptura que no termina en procesarse entre sus facciones, así como la vulnerabilidad y orfandad política de su nuevo dirigente, conforman un escenario muy complejo y de alto riesgo por el desgaste progresivo de un gobierno que parece que arrió las banderas anticipadamente.