
De frente y de perfil
El cardenal Robert Francis Prevost siempre estuvo entre los ‘papabili’ para suceder a Francisco sustancialmente por dos razones: se ubicaba entre la media de los 70 años, y había presidido quizá el segundo dicasterio más poderoso del Vaticano como encargado del nombramiento, formación y atención de los obispos del mundo. Sin embargo, la mayoría de los analistas coincidían en que tiene una cualidad personal que se convertía en tara: la nacionalidad norteamericana.
Desde hace años, se solía hacer un comentario entre jocoso y severo sobre la imposibilidad de que la ONU o la Iglesia católica tuvieran un líder de origen gringo. En el fondo, se consideraba que un organismo o una institución que muchas veces hace de balanza o contrapeso a los poderes omnímodos perdería objetividad o equilibrio con un ciudadano del imperio norteamericano como titular. Bajo esta lógica, una saludable globalidad, así como el respeto a la pluralidad y a las marginalidades presentes sobre la tierra parecían exigir un líder con la conciencia natural de que no todo el mundo juega bajo las reglas de la poderosa nación norteamericana.
De Prevost, no obstante, se decía sin reparo durante las vísperas del cónclave que, entre los purpurados norteamericanos, él era «el menos gringo de los gringos». Y en esta frase no solo estaba encerrada la larga misión del religioso agustino en Perú y su ‘corazón latinoamericano’ como ha insistido publicar la prensa del sur global (y de la cual hablaremos en otro artículo); también expresaba la profunda desconfianza respecto a la sede del imperio yanqui: sus valores, sus discursos y su carácter de dominio. Así, «ser menos gringo» significaba ser mejor candidato al papado.
Después de Francisco y su radical reivindicación de las periferias; de los pueblos, naciones y regiones desplazadas, expoliadas o convertidas en zonas de descarte de los centros de poder, había una auténtica inquietud de que el papado cayera en manos de alguien que representara los rasgos políticos del colonialismo o del imperialismo. Más que el temor al retorno de las tradiciones exquisitas o la belleza ornamental herencia de una Iglesia bimilenaria; la inquietud de quienes fueron resignificados por Francisco se condensaba en preocupación porque su sucesor representase la visión de los privilegiados, de la posición cómoda de quien no se ve obligado a aprender otro idioma o a usar otra moneda o a comprender una cultura.
El sentimiento no es completamente injustificado: la dura imposición de la economía y la cultura norteamericana ha dominado el orbe desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Un sistema coaligado entre su intervencionismo bélico, su propaganda heróica mediática, la dolarización del sistema financiero y comercial, la seductora “american way of life” y su aparentemente imbatible jactancia político-democrática ha supuesto una dominación absoluta de la moral geopolítica. Y así era, al menos, hasta hace muy poco tiempo. El hecho de que su dos veces presidente Donald Trump haya recogido la indignación de un país que ha perdido su dominación imperialista, evidencia que hoy, los Estados Unidos ya no tiene el peso de ayer.
Por ello, la frase dicha en los murmullos cardenalicios previos al cónclave «es el menos gringo de los gringos», parecía justificar su anticipada decisión.
Es improbable que los cardenales hayan electo al primer pontífice de origen norteamericano por estas razones, pero es un hecho de que no eligieron antes a un Papa de Estados Unidos (a pesar de haber tenido a personajes de inmensa talla y aún mayor admiración en el colegio cardenalicios) precisamente por la preocupación de condensar las figuras de referencia y poder en el centroide estadounidense.
¿Por qué entonces ahora ha salido un Papa norteamericano? Quizá la respuesta está en la propia trayectoria de Prevost: Una vocación religiosa nacida en EU pero que se alejó de toda comodidad al hacerse misionero: aprendiendo otra lengua, otra cultura y permitiéndose vulnerar por sus heridas. Y quizá también porque los Estados Unidos ya no representan el idílico sueño hegemónico que fueron; basta ver la casa y la parroquia en Chicago donde el hoy pontífice León XIV encontró el llamado a servir a Dios: una marginalidad suburbana que conoció mejores glorias y que, sin darse cuenta, se ha hermanado a las periferias del mundo.
*Director VCNoticias.com | Enviado especial Siete24.mx a Roma
@monroyfelipe