
De frente y de perfil
Con apenas dos meses en el Trono de Pedro, el papa León XIV ha dejado Roma para pasar el verano en la residencia pontificia de Castel Gandolfo. Su decisión retoma la tradición previa al papa Francisco con la que los pontífices se refugiaban del calor romano en el amplio Palazzo Pontificio del Lago Albano.
Su pausa estival ha provocado diversas reacciones. Quienes se acostumbraron a la forma de trabajo tenaz e ininterrumpida de Bergoglio cuestionan que el papa Prévost tome vacaciones con tan pocos días en el servicio bajo el solio pontificio. Y, en efecto, parece que hay demasiados pendientes tanto dentro como fuera de la Curia Romana como para tomar un respiro en la singular privacidad que ofrecen los jardines y las montañas aledañas a Castel Gandolfo.
El papa Francisco suspendió los viajes veraniegos a la residencia de descanso durante todo su pontificado. Dijo que no le hacía bien vivir aislado en un palazzo rodeado sólo de un entourage palatino (y por ello tampoco habitó el Palacio Apostólico en el Vaticano) y que había muchas cosas qué hacer en la reforma como para tomar una pausa. Los únicos momentos de descanso e inactividad para Bergoglio en trece años de papado fueron básicamente inevitables: hospitalizado o intervenido quirúrgicamente. Pero incluso durante sus convalecencias en el Policlínico Gemelli, Francisco no dejó de atender asuntos oficiales, marcar agenda e incluso visitar otros pabellones del hospital, especialmente a los niños internados. Por eso, aunque quizá Robert Prévost no necesite vacaciones, al Papa sí que le urgen.
La decisión de León XIV de retomar el descanso de verano en el Palacio Apostólico de los Albanos no es sólo por devolver la tradición al poblado de Castel Gandolfo, cuya esperada visita anual del pontífice dotaba de una intensa vida comercial y religiosa cada verano a la región; sino para revalorar un sentido vital de mayor relevancia: la importancia del descanso necesario, saludable y sereno en esta época.
Desde la filosofía, la sociología y la antropología se acusa hoy a la sociedad de una hiperactividad y sobreexplotación de todos sus recursos, especialmente del tiempo de trabajo y productividad de las personas. El colmo de esta época, denuncian varios pensadores, es buscarle productividad al sueño o ‘monetizar el descanso’ como promete la plataforma PropheticAI. El descanso, el esparcimiento y la fiesta (entendida como la pausa celebrativa de la cotidianeidad) han sido capturados por modelos de productivismo, consumo, lujo, ostentación, ganancia y usufructo. La sociedad contemporánea castiga toda inactividad, contemplación y la relajación no guiada o no comercializada (porque, claro, hasta para aprender a respirar hay gurús y coaches que venden sus servicios).
Pero la sociedad está obligada a conciliar las obligaciones y los horarios de los trabajos con la vida familiar y a recuperar el auténtico sentido del descanso, de la pausa celebrativa y la actividad contemplativa.
Como denunció el dicasterio para la Familia de la Santa Sede en el 2012 (un año antes de que entrara Bergoglio al Papado), en la modernidad, muchas veces las personas y las familias son valoradas exclusivamente por su cualidad productiva pero no por su capital social, sus relaciones comunitarias y valores internos. Tampoco por el invisible servicio al futuro que hacen mediante la educación y transmisión de valores y principios a las nuevas generaciones. Algunos de los cuales, el capitalismo salvaje o el utilitarismo comercial cuestionan por su gratuidad o su poca productividad, como el cuidado, la ternura, la enseñanza de la lengua materna, la vida honesta, la colaboración fraterna, la transmisión de la fe, etcétera.
El inmenso esfuerzo de trabajo cotidiano y permanente de Francisco fue verdaderamente heroico; pero también humana y cristianamente cuestionable. En un mundo de enfermiza hiperproductividad, el descanso se convierte en una silenciosa rebelión que mira con más amplitud y paciencia el futuro, que redescubre la dignidad de la esencia humana en medio de la vertiginosa velocidad acelerante de la tecnología, la explotación de recursos naturales y del expolio del tiempo (la economía de la ‘atención’ es, sin dudarlo, el mercado más inhumano y agresivo de nuestra era).
Ante el temor de que la IA suplante y sustituya el trabajo y genio humano en prácticamente todas las actividades productivas modernas; el Papa hace bien en recordar que el descanso necesario, saludable, sereno, improductivo, contemplativo y reparador es una frontera que las máquinas jamás comprenderán; porque ahí es donde comprendemos verdaderamente que el ser humano controla el trabajo y que el trabajo (la función, el algoritmo, la acción) no controla al hombre.
El Papa necesita vacaciones, al mundo no le vendría mal una tregua, un par de minutos de respiro; y a nosotros también. Feliz verano.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe