
Escenario político
Para muchos pasó desapercibida el fragmento del discurso del papa León XIV a los representantes pontificios en el que no sólo reivindicó el trabajo y responsabilidad de los nuncios apostólicos en el proceso de la selección de candidatos al episcopado; sino donde específicamente aseguró que el servicio de estos diplomáticos “precede” al propio pontífice; pues, dijo: “Puedo confiar en la documentación, las reflexiones y los resúmenes preparados por ustedes y sus colaboradores”. Fue un mensaje que estremeció a algunos presentes.
De entre los nuncios del mundo, el representante papal en México, Joseph Spiteri, fue uno de los que escuchó y sopesó el profundo impacto de aquellas palabras. No sólo porque la nación mexicana tiene uno de los colegios episcopales más nutridos del planeta sino que además, debido a diversas condiciones históricas y políticas, el mecanismo de selección de candidatos al episcopado ha experimentado en las últimas décadas cierto ‘burocratismo’; en donde la principal cualidad de las promociones no es precisamente la audacia pastoral o la radicalidad de lo que el papa Francisco les recomendó a los obispos de México en 2014: “Vivir una solidaridad comprometida y cercana con el pueblo en sus necesidades, ofreciendo desde dentro los valores del Evangelio”.
En su momento, Francisco tuvo una mirada muy clara del episcopado mexicano; conoció en primera persona las tensiones jerárquicas y políticas de los obispos nacionales al punto de no poderse guardar el célebre apercibimiento en su visita a México: “Si tienen que pelearse, peléense; si tienen que decirse cosas, se las digan; pero como hombres, en la cara”. Aquello tiene casi una década.
Ahora hay otro pontificado, el papa León XIV conoce también en buena medida al episcopado nacional debido a que sirvió un par de años en el Dicasterio de los Obispos precisamente analizando los temas que tienen que ver con los jerarcas de la Iglesia. Desde los primeros días de su pontificado explicó que una de sus preocupaciones es justamente la formación intelectual, teológica y pastoral de los obispos del mundo. Desde su lógica, la selección de los candidatos a las sedes episcopales es una dimensión realmente importante “de la gran misión de la Iglesia”, para la cual requiere que sus nuncios velen con celo y hasta sacrificio esa responsabilidad “irremplazable”.
Y ahí es donde el nuncio Spiteri tendrá una labor titánica por atender. Lo primordial será poner desvelo y muchos kilómetros a ras de suelo para vigilar la promoción de los presbíteros al orden de los obispos; también requerirá mucho diálogo y discernimiento ante los traslados episcopales interdiocesanos y las promociones a las sedes metropolitanas.
Sin contar los casos extraordinarios, que por enfermedad o impedimento, podrían anticipar sucesiones episcopales; al momento hay una veintena de diócesis bajo análisis de sucesión porque sus pastores han cumplido o están por cumplir la edad canónica de retiro, entre ellas, siete sedes metropolitanas.
Dos de ellas llaman fuertemente la atención por el perfil de sus actuales pastores: Guadalajara y México. Ambas tienen a cardenales arzobispos que ya han pasado la edad canónica de jubilación pero que, debido a su reciente participación en el cónclave, el propio León XIV ha contemplado que se encuentran con la salud y la disposición suficientes para extender su ministerio de gobierno un par de años más. La elección intempestiva de sus sucesores podría representar más la preocupación del nuncio o del Papa que del resto de sus hermanos obispos en el país.
Hay otras tres arquidiócesis muy representativas que también comienzan a vislumbrar un recambio generacional: Puebla de los Ángeles, Antequera-Oaxaca y Acapulco. Para estas sedes se requieren perfiles episcopales experimentados, con más de seis o siete años de experiencia diocesana de obispos con plenas facultades de gobierno y enseñanza. Sin embargo, el elenco de territorios diocesanos que ponen la mirada en cambio de pastor es extenso: Tepic, Cancún-Chetumal, Zamora, Mazatlán, Texcoco, Querétaro, Puerto Escondido, Valle de Chalco, La Paz, Tlaxcala, Coatzacoalcos, Tula, Zacatecas e incluso Monterrey. Esas junto a las otras siete diócesis actualmente en sede vacante (Atlacomulco, Campeche, Ecatepec, El Salto, Nogales, Nuevo Laredo y Tampico), suponen una labor inmensa y delicada para el nuncio Spiteri.
En todo este panorama no hay que olvidar el caso de Morelia, que es distinto pues antes de su larga hospitalización, el papa Francisco nombró a un arzobispo coadjutor para preparar la sucesión del actual pastor quien estará alcanzando la edad canónica de retiro en seis meses y cuya salud se ha visto mermada en los últimos años. Sin embargo, como suele ocurrir, la presencia de dos arzobispos (uno coadjutor con facultades especiales) en un mismo territorio no suele ser tan tersa como se esperaría y eso seguramente también está como pendiente en el escritorio del Nuncio.
La forma simple de atender todo esto es bajo el consabido proceso de promoción y colocación de los perfiles: hay obispos auxiliares jóvenes en el ‘bullpen’ (y a disposición de la Nunciatura) para ser nombrados obispos titulares y hay obispos con una experiencia acumulada superior a los siete años para ser promovidos a sedes metropolitanas. Sólo para casos de diócesis periféricas (con menos de un millón de habitantes) o en desarrollo (prelaturas y estructuras eclesiales en consolidación) hay una labor un poco más sopesada para promover a presbíteros o religiosos con cierta experiencia de administración (colegios, seminarios, congregaciones religiosas) como flamantes pastores.
Ese tal vez es el camino ‘fácil’, echar mano de lo que el episcopado mexicano ha sistematizado y hasta burocratizado; pero el papa León XIV quizá no tenga la misma idea. El mensaje a los representantes pontificios fue concreto: “Su papel, su ministerio, es irremplazable”; ese es el verdadero peso del Nuncio apostólico.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe