Escenario político
Las actividades productivas necesitan en más del 95 por ciento de la fuerza motriz, y esos motores en México necesitan un 84 por ciento de combustibles fósiles. La energía proveniente del esfuerzo humano se viene reduciendo a pasos agigantados frente a la alta tecnología de las nuevas máquinas. La manera en cómo se distribuya la energía dependen la eficiencia y eficacia productivas. En nuestra nación, por persona, se gastan al año 74.8 Gjoules de energía y somos el noveno país en cantidad de energía consumida. Es decir, la cantidad de energía y su uso eficiente van de la mano con el dinamismo económico. Por eso cualquier medida que se tome al respecto para producir, ordenar, regular y distribuirla tiene que hacerse con enterada prudencia.
De la energía humana, a la dendroenergía, al carbón, los hidrocarburos, la hidráulica, hasta las nuevas, como la solar, maremotriz y eólica, existe un trecho civilizatorio y económico abismal. Algunas naciones, las más desarrolladas, están investigando y creando las opciones energéticas que en el futuro sustituirán (ya están sustituyendo) a los combustibles fósiles. Para los gobiernos de algunos países el hecho incuestionable de que estos combustibles son finitos, altamente contaminantes y causantes del cambio climático, les está llevando a tomar medidas de política pública, como mayor inversión en la investigación de energías alternativas verdes, sustitución o conversión de su fuerza motriz, reforma de los sistemas de movilidad y modificación de los hábitos sociales.
En el horizonte inmediato esas naciones pretenden romper por completo con el uso de hidrocarburos y no se diga de carbón. Muchas de ellas tienen tiempos estimados para lograr el propósito que no va más allá del 2030. La tarea de construir, a partir de los nuevos sistemas energéticos, redes constituidas por microcentrales establecidas en cada casa o edificio, a las que todo ciudadano o empresario podría acceder, para aportar o consumir, como hoy se hace a través de internet, establecería la ruta de lo que suele llamarse la tercera revolución industrial. Hacía allá deberíamos mirar. Hay orgullo en el hecho de que México tenga petróleo, pero el costo para extraerlo y procesarlo es enorme. No se dice, en cambio, que contamos con uno de los recursos solares más grandes del mundo y que el costo para aprovecharlo es infinitamente menor.
Es lamentable que México no sea una de esas naciones. Cierto que el problema está enunciado en la propuesta energética del actual gobierno, sin embargo, no se sabe si será expresado en metas para el Plan Nacional de Desarrollo. El presidente ha dicho que al final de su sexenio veremos en las calles 100 mil autos eléctricos, lo que es una meta insignificante. Tan sólo Morelia tiene 350 mil automotores circulando. Debería buscarse que al menos fuera el 25 por ciento del parque vehicular nacional, eso sería congruente con el dato de que en el país, del total de energía producida, el 11 por ciento ya procede de fuentes no fósiles. La meta, por cierto, no se corresponde con el compromiso internacional establecido en nuestras leyes (derivadas del Acuerdo de Paris) de llegar al 2024 con un 35 por ciento de energía renovable.
Lo que sí es verificable es que el presupuesto de egresos 2019 no contempla recursos para la transición energética y la conversión motriz. Podría pensarse que los trabajos de investigación científica y tecnológica para ese fin se harán en el Conacyt, sin embargo hay duda, ya que a esta institución se le redujo en 8 mil millones el presupuesto, 13.6 por ciento menos que en 2018, a pesar de que se ofreció en campaña incrementarlo de 0.5 por ciento del PIB anual al 1 por ciento. La misma suerte corrió el programa de Investigación en Cambio Climático, Sustentabilidad y Crecimiento Verde, de la Semarnat al que le recortaron 26.6 por ciento. Y malo también, es el panorama para las instituciones universitarias autónomas cuyo presupuesto o no creció o disminuyó sensiblemente. Nuestro país dedicará este año menos del 0.5 por ciento del PIB a investigación y desarrollo. Igual y menos que países con menor desarrollo como Tanzania, Uganda, Senegal y Botswana, y muy lejos de naciones como Israel, Corea del Sur, Japón, Dinamarca, Finlandia y Suecia que invierten más del 3 por ciento. México entonces, camina a ciegas hacia su futuro energético.
La manera en cómo se accede a la energía no sólo denota una manera de cómo se vincula el ciudadano con el poder económico sino cómo se relaciona con el poder político. Los sistema basados en combustibles fósiles generan subordinación derivada de sus obligados métodos centralizados de producción y distribución, en cambio los sistema basados en la colaboración productiva, que promueve la relación horizontal, el vínculo político es de par a par, sin dependencia. El control corporativo o estatal de los combustibles fósiles, que para usarlos como fuerza motriz requieren de inversiones imposibles para un ciudadano, se traduce en medio para el control político. Quien tiene los combustibles o los regula tiene en sus manos el poder sobre la sociedad, influye en los costos de los productos y define el ritmo de toda la economía.
Si bien es cierto que el debate nacional en torno al cierre de ductos para combatir el huachicoleo tiene una gran importancia, primero por la aplicación incuestionable del Estado de Derecho y segundo por la mala planeación y ejecución del operativo que ha derivado en consecuencias adversas para la economía y la sociedad de 7 entidades, también es verdad que este debate debe llevarnos a la exigencia del cambio de paradigma energético. Nos estamos confrontando por el acceso a un energético fósil para mover una tecnología del siglo XIX sin mirar la solución de fondo: acelerar el paso para la transición energética y la generación de nuevas tecnologías energético-motrices, esas que nos permitirán sacudirnos el yugo manipulador de quienes centralizan el control económico y político.
Los ciudadanos, hasta ahora hemos bailado al son de la perversidad de esos intereses. Sin su energía no podemos movernos ni mover nuestros motores productivos. Por eso, es urgente desarrollar tecnología propia para que cada ciudadano pueda producir la energía que consume sin necesidad de recurrir a esos símbolos energéticos de poder arcaicos. Acceder a este paradigma energético sí sería una efectiva transformación económica y política. En lugar de gastar decenas de miles de millones de pesos en refinerías, que estarán disponibles muy tarde y temprano dejarán de ser funcionales -que retrasan la transición energética- debemos modificar el gasto para priorizar el reemplazo energético y ponerle metas y fechas precisas antes del 2027. En los próximos años el acceso a combustibles fósiles será más restringido y costoso en tanto que los mexicanos incrementaremos de manera notable el consumo de energía. Si no transitamos a energías renovables seremos menos competitivos y tendremos menos energía disponible por persona.
Seguro que saldremos de esta crisis de las gasolinas: con pérdida de confianza, apuntalamiento de la inflación, pérdidas económicas, carencia de mercancías, indignación pública, mayor polarización social. Pero la crisis que se perfila en el futuro, y ante la cual se deben dar pasos urgentes ahora -pero ante la que no se hace nada- esa de plano, bajo estas condiciones, si no rompemos con la energía fósil, nos sepultará.