Visión financiera/Georgina Howard
Su segunda presidencia en la Casa Blanca, compromete la estabilidad económica, migratoria y de seguridad de México; presagia nuevas tensiones y se advierten los riesgos de una relación de fuerza y presión
El regreso de Trump, la amenaza del Norte que acecha a México
“¡Es hora de salvar a Estados Unidos del desastre diciéndole a Kamala Harris que ya hemos tenido suficiente del daño que ha causado!” Este fue uno de los slogans de campaña de Donald Trump, quien, en la madrugada de este miércoles, ganó las elecciones en Estados Unidos frente a su rival demócrata. Trump se convertirá en el próximo presidente de Estados Unidos, y aunque muchos esperan algún cambio en su política exterior, las señales apuntan a un endurecimiento de su postura hacia México, que ahora debe enfrentar políticas de aranceles, control migratorio reforzado y una presión constante sobre su soberanía Mientras, la presidenta Claudia Sheinbaum proyecta calma frente al que parece ser uno de los mayores desafíos para el país en la última década. Y aunque ha asegurado que la relación bilateral se mantendrá fuerte, este nuevo contexto exige más que optimismo: el impacto de Trump en la economía, la seguridad y la diplomacia mexicana requiere una estrategia de confrontación y resistencia
Alberto Carbot
El retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha generado inquietud en México, especialmente en áreas como economía, seguridad y migración. Aunque la mañana de este miércoles —a pocas horas de conocerse los resultados—, en su conferencia matutina la presidenta Claudia Sheinbaum intentó transmitir calma, la realidad sugiere un panorama complejo para la relación bilateral. Sheinbaum ha asegurado que México está preparado para fortalecer la relación con Estados Unidos, independientemente de lo que fue el resultado electoral. Sin embargo, esta postura puede parecer desconectada de las tensiones que caracterizaron el primer mandato de Trump y que podrían intensificarse en este nuevo periodo.
Su vuelta a la Casa Blanca representa una amenaza directa para México, que sin duda enfrentará drásticas políticas de aranceles, controles migratorios reforzados y una presión constante sobre su soberanía, con el supuesto combate directo al narcoterrorismo en el país. Su pasada estrategia —ante la debilidad y complacencia del presidente Andrés Manuel López Obrador y su canciller Marcelo Ebrard— se basó en una diplomacia de fuerza y mostró pocos escrúpulos para imponer sus demandas.
La futura relación bilateral se definirá en tres ejes —comercio, seguridad y migración—, que desde este momento plantean desafíos significativos para el gobierno mexicano, que deberá posicionarse estratégicamente para no ceder en aspectos cruciales de soberanía. Análisis recientes del periódico The New York Times destacan que la relación México-Estados Unidos bajo Trump se caracterizó por una asimetría profunda, en la que México adoptó una postura más reactiva que proactiva, lo que facilitó las demandas unilaterales de Washington.
Durante su primer mandato, la relación con el presidente mexicano estuvo marcada por una dinámica de subordinación que dejó al país en una posición de vulnerabilidad. Trump, en un tono de burla y desdén, afirmó públicamente que “nunca había visto a nadie doblarse tan fácilmente” como a López Obrador, haciendo evidente su desprecio por él, quien, no obstante, lo admira y lo vio siempre como “un gran amigo”. Esta afirmación no solo expuso la fragilidad de la postura de México frente a Estados Unidos, sino que reveló una estrategia estadounidense basada en la coacción y el menosprecio, en la que el respeto mutuo estuvo siempre ausente.
Trump dejó en claro que, para él, la relación con el tabasqueño se limitó a una serie de demandas unilaterales que, al chasquido de sus dedos, el presidente mexicano acató sin cuestionamientos ni chistar. Desde la amenaza de imponer aranceles si México no endurecía su política migratoria hasta la exigencia de desplegar la Guardia Nacional en la frontera sur para frenar la migración, cada demanda fue respondida con concesiones inmediatas. En lugar de negociar en defensa de la soberanía mexicana, López Obrador optó por la sumisión, un comportamiento que Trump aprovechó para consolidar su poder y reforzar la imagen de México como un socio que cede sin resistencia.
La facilidad con la que se plegó a las exigencias de Trump se percibió no solo como una estrategia fallida en política exterior, sino como un símbolo de debilidad nacional. La decisión de actuar como “muro de contención” para los migrantes centroamericanos no sólo alimentó la narrativa de Trump, sino que desdibujó la imagen de México como un país soberano. En lugar de mantener una posición firme que defendiera los intereses mexicanos, el gobierno de López Obrador se convirtió en un aliado complaciente de las políticas migratorias de Trump, dejando a millones de migrantes en una situación de precariedad y reforzando la dependencia económica y política de México respecto a Estados Unidos.
Esta relación asimétrica también perjudicó la imagen internacional de López Obrador, quien inicialmente, con tono pendenciero y bravucón, prometió una política exterior basada en la dignidad y el respeto, pero terminó sucumbiendo dócilmente a las amenazas de un presidente que no mostró reparos en despreciarlo. El “doblamiento” al que se refirió Trump dejó en claro que, para él, López Obrador no representaba un desafío, sino un obstáculo fácil de sortear en sus ambiciones políticas. La sumisión del mexicano quedó patente en el apoyo a iniciativas de seguridad y migración que Trump le impuso, sin que se recibieran beneficios tangibles a cambio.
La ironía de la relación Trump-López Obrador es que, mientras el presidente mexicano intentó mantener una postura de “amistad” con Estados Unidos, Trump nunca consideró a México como un socio en igualdad de condiciones. En cambio, utilizó la relación para alimentar su retórica antiinmigrante y fortalecer su base política, mientras dejaba a López Obrador en una posición de dependencia. La falta de reciprocidad y la evidente manipulación de la relación deberían ser una lección para México en el futuro: la sumisión no garantiza respeto, y un presidente que se doblega con facilidad ante las demandas extranjeras, sólo logra debilitar la posición de su país en el escenario internacional.
En su libro Never Give an Inch (2023), el exsecretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, relató una reunión con Marcelo Ebrard, entonces secretario de Relaciones Exteriores de México, en la que el mexicano solicitó que los acuerdos migratorios entre ambos países se mantuvieran en secreto. Pompeo describió a Ebrard como “muy brillante y muy marxista” y mencionó que, durante las negociaciones, el canciller mexicano mostró dudas, pero finalmente aceptó las condiciones de la administración de Donald Trump. Esta descripción ha sido interpretada por algunos como una insinuación de que Ebrard cedió fácilmente ante las presiones estadounidenses.
“Marcelo estaba visiblemente agitado”, dijo Pompeo. “Insistió en que su gobierno no podía aceptar estos términos, señalando el hecho obvio de que su pueblo sería muy infeliz de tener miles de extranjeros ilegales quedándose en su país”.
La expresión “visiblemente agitado”, utilizada por Pompeo para describir a Ebrard, podría interpretarse como un indicio de que el entonces canciller mexicano se encontraba incómodo, nervioso o incluso inseguro frente a las demandas de la administración Trump. En diplomacia, las palabras elegidas en un libro o testimonio, como el de Pompeo, a menudo llevan una carga implícita que va más allá de la mera descripción. Al destacar su agitación visible, Pompeo insinúa una postura débil o dubitativa por parte de Ebrard. Esto puede proyectar la imagen de un negociador incapaz de mantener la calma y la firmeza.
Donald Trump, presión sin límites para alcanzar sus objetivos
Trump ha demostrado ser un líder transaccional, dispuesto a utilizar medidas de presión para alcanzar sus objetivos, incluso a costa de sus socios comerciales. En este contexto, el comercio se ha convertido en una herramienta de negociación y chantaje, con el riesgo de que México se vea forzado a aceptar condiciones desfavorables.
Durante su mandato anterior, Trump utilizó los aranceles como arma para presionar a México en temas de migración. En 2019, amenazó con imponer aranceles del 5 por ciento a todas las importaciones mexicanas si no se detenía el flujo migratorio hacia Estados Unidos. Esto llevó a México a desplegar 6 mil efectivos de la Guardia Nacional en la frontera sur. Como él mismo expresó en esa ocasión, “si México no frena el problema migratorio, se aplicarán aranceles que aumentarán hasta un 25 por ciento”, una presión que demostró su disposición a usar el comercio como un arma coercitiva, según informó The Washington Post.
Hoy, Sheinbaum ha subrayado la “solidez” de la economía mexicana y el respaldo de vínculos económicos profundos con Estados Unidos. Sin embargo, la actual volatilidad del peso y la incertidumbre de los mercados sugieren que la situación no es tan estable como ella lo ha planteado públicamente, de forma optimista y tranquilizadora.
En 2023, el comercio bilateral entre México y Estados Unidos alcanzó cifras históricas, con un intercambio de bienes que superó los 738 mil millones de dólares, consolidando a México como el principal socio comercial de Estados Unidos. A pesar de esta interdependencia, el riesgo de aranceles selectivos es real, y Trump ha dejado claro que está dispuesto a utilizarlos si México no se apega a sus condiciones en temas como la migración.
Las empresas mexicanas —especialmente las del sector automotriz y agroindustrial— serían las más afectadas por un alza de aranceles. El analista Alfredo Coutiño, director para América Latina en Moody’s Analytics y experto en economía latinoamericana, ha señalado que estas industrias, dependientes del acceso al mercado estadounidense, verían comprometida su competitividad, lo que llevaría a una pérdida de empleos y a un impacto negativo en el crecimiento económico de México.
A nivel de diplomacia económica, Trump ha demostrado poca disposición al diálogo multilateral y a la negociación basada en el respeto mutuo. Reportes del Financial Times señalan que la administración Trump mostró una tendencia a negociar desde una posición de fuerza, ignorando las implicaciones a largo plazo para la región y centrando sus intereses únicamente en el beneficio inmediato de Estados Unidos.
Sheinbaum enfatizó este miércoles la colaboración entre empresarios mexicanos y estadounidenses como una muestra de la fortaleza de la relación bilateral. Sin embargo, los empresarios, conscientes del impacto de las políticas de Trump, también muestran cautela ante un posible deterioro en las relaciones comerciales. En este sentido, la Cámara de Comercio Americana en México ha expresado públicamente su preocupación por las posibles tensiones que el segundo mandato de Trump podría provocar en el comercio bilateral.
Del peligro del narcoterrorismo y sus implicaciones en la relación bilateral
La postura del ganador del reciente proceso electoral ante el narcotráfico añade otra capa de tensión. En su campaña, Trump prometió catalogar a los cárteles como organizaciones de “narcoterrorismo”, lo que permitiría a Estados Unidos intervenir unilateralmente en México bajo el argumento de combatir un “enemigo común”, como señaló el exsecretario de Estado Mike Pompeo en entrevistas posteriores a su mandato.
Esta designación es una amenaza directa a la soberanía de México, ya que una intervención militar estadounidense en territorio mexicano podría desestabilizar la región y exponer a comunidades civiles a mayores niveles de violencia. En palabras del politólogo Lorenzo Meyer, “la etiqueta de ‘narcoterrorismo’ es un recurso que deja la puerta abierta a intervenciones que atentan contra la autodeterminación del país”, reflejando una visión unidimensional del problema.
Sheinbaum ha mencionado la cooperación en temas de seguridad, como el tráfico de armas y drogas, pero sus declaraciones no abordan la posibilidad de una incursión unilateral por parte de Estados Unidos, que marcaría un antes y un después en la política de seguridad entre ambos países.
Aunque muchos mexicanos verían con buenos ojos la participación de EU en el combate contra el crimen organizado y los narcotraficantes —ante la inacción ¿o protección? de las fuerzas armadas mexicanas—, para el gobierno de México aceptar la designación de “narcoterrorismo” implicaría renunciar a la autoridad en su propio territorio y, en la práctica, permitir que Estados Unidos actúe como una fuerza externa en suelo mexicano, sin supervisión local.
La Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (UNODC) ha advertido que clasificar a los cárteles como “terroristas” sin un enfoque integral de ambos países, podría agravar la violencia en la región. En el mejor de los casos, podrían generarse tensiones diplomáticas; en el peor, la violencia se agravaría y la estabilidad social y política se vería comprometida, con un impacto directo en las comunidades afectadas.
El enfoque de Trump en el tema del narcotráfico se centra en la fuerza, ignorando los factores estructurales que alimentan esta problemática, como la demanda de drogas en Estados Unidos y el tráfico de armas hacia México, un tema que apenas se menciona en su retórica. La UNODC estima que el mercado estadounidense de drogas ilícitas genera más de 150 mil millones de dólares anuales, lo que alimenta a los cárteles y complica la erradicación de sus operaciones en México.
No obstante, Sheinbaum confía en que el diálogo y la cooperación en seguridad se mantendrán, pero ante un líder como Trump, México necesitará de estrategias más robustas y realistas que la simple buena voluntad para asegurar que no se ponga en riesgo la soberanía nacional.
Política migratoria y “tercer país seguro”
Trump ha sido claro en su intención de que México actúe como una barrera para detener el flujo migratorio hacia Estados Unidos. Este enfoque reduce a México a un muro humano, sin consideración por la complejidad de los flujos migratorios. La política de “tercer país seguro” sería una de las posibles exigencias de Trump, y, de concretarse, México se encargaría de procesar a migrantes de diversas nacionalidades, lo que sobrecargaría el sistema migratorio mexicano y podría crear una crisis humanitaria.
Sheinbaum ha expresado su compromiso de proteger a los migrantes mexicanos en Estados Unidos, asegurando que los consulados están preparados para brindar respaldo legal y administrativo. Sin embargo, un endurecimiento de las políticas migratorias podría desbordar los recursos de los consulados mexicanos, que se verían enfrentados a una afluencia masiva de solicitudes de ayuda y protección. Durante su primer mandato, las deportaciones alcanzaron cifras récord, afectando a decenas de miles de familias mexicanas. Datos del Departamento de Seguridad Nacional indican que en 2019 se deportaron más de 267 mil personas de origen mexicano. Este volumen ilustra la magnitud del desafío que México podría enfrentar si Trump vuelve a implementar políticas de expulsión masiva.
Su retórica amenaza no solo a los migrantes mexicanos, sino también a los centroamericanos que cruzan México con la esperanza de llegar a Estados Unidos. Según el New York Times, el flujo migratorio desde Centroamérica representa una presión constante en México, que ya funciona como contención migratoria en su frontera sur, exacerbando la crisis humanitaria en ciudades mexicanas.
El papel de México como “tercer país seguro” implicaría, en la práctica, que asuma la responsabilidad de procesar a migrantes de diversas nacionalidades que soliciten asilo en Estados Unidos. Esto generaría una sobrecarga en los albergues y recursos migratorios del país, exponiendo a miles de personas a condiciones de vulnerabilidad. Según cifras de la Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas (UPMRIP) de la Secretaría de Gobernación, en 2023 se registraron más de 400 mil detenciones de migrantes indocumentados. Estos datos reflejan el volumen de personas que cruzan el territorio en busca de un futuro mejor. Ante una postura más dura de EU, México podría verse obligado a incrementar sus esfuerzos de detención y deportación, agravando la crisis migratoria y presionando aún más a las ciudades fronterizas mexicanas.
La política de Trump también podría llevar a una mayor militarización de la frontera, aumentando las tensiones y afectando a las comunidades binacionales que dependen de un flujo constante entre ambos países. Análisis publicados por The Washington Post advierten que una militarización en la frontera no solo afecta la economía de la región, sino que también deshumaniza el tratamiento de los migrantes.
Para México, aceptar el rol de “muro de contención” significa asumir una responsabilidad que debería corresponder a Estados Unidos, país de destino de la mayoría de los migrantes. Esta situación podría dañar la reputación de México en la región y generarle tensiones diplomáticas con otros países de América Latina. Además, la militarización de la frontera representa un retroceso en los avances logrados en materia de derechos humanos y en el tratamiento humanitario de los migrantes. Organizaciones como Human Rights Watch han advertido sobre los riesgos de estas políticas, que podrían llevar a violaciones de derechos fundamentales de los migrantes.
Con Trump nuevamente en el poder, México se enfrenta a un dilema: ceder ante las presiones de Trump y aceptar el papel de contención, o buscar alternativas que permitan mantener una política migratoria soberana y respetuosa de los derechos humanos. Este desafío requiere una estrategia integral que combine diplomacia y cooperación internacional.
Sheinbaum insiste en la estabilidad de la economía mexicana, pero la dependencia de Estados Unidos limita las opciones de México en el escenario global. Diversificar las relaciones comerciales y buscar otros socios en América Latina y Asia es crucial para reducir la vulnerabilidad ante las políticas proteccionistas de Trump.
A nivel internacional, la presión de Trump sobre México en temas de narcotráfico y migración ha generado preocupación entre los aliados del país. Según el New York Times, una política unilateral en la región podría desestabilizar América Latina, región clave para la seguridad y estabilidad de Estados Unidos. Diversos analistas en The Washington Post coinciden en que la relación entre México y Estados Unidos requiere un enfoque de cooperación y no de imposición. Forzar a México a actuar como “tercer país seguro” no solo es ineficaz, sino que podría crear un precedente negativo en las relaciones bilaterales y regionales.
El tráfico de armas estadounidenses a México, otro escollo que solventar
Por su parte, el tráfico de armas de Estados Unidos a México es una de las principales causas de la violencia en el país. Un reporte del gobierno mexicano indica que alrededor del 70 por ciento de las armas incautadas en el país provienen de Estados Unidos, una realidad que contradice la postura de Trump de ignorar este aspecto del problema. Igualmente, la designación de los cárteles como “narcoterroristas” es vista por algunos expertos como una medida que solo exacerbaría la violencia en México. El analista político Alfredo Jalife-Rahme advierte que esta política podría justificar incursiones militares y dar lugar a una intervención directa que violaría la soberanía mexicana.
Ante esta amenaza, el gobierno mexicano debe evaluar su posición y definir una estrategia que no comprometa su soberanía. Para ello, será fundamental fortalecer la cooperación con otros países de América Latina y buscar el respaldo de organizaciones internacionales que puedan frenar las intenciones de Trump. Ya en su primer mandato, demostró una disposición a utilizar la amenaza de aranceles y la presión diplomática para imponer sus políticas. Si México no toma una postura firme, podría enfrentarse a una repetición de este escenario, con consecuencias económicas y sociales graves.
Se espera la reactivación de las condiciones impuestas en la negociación migratoria de 2019
Están a la vista las condiciones que su pasada administración impuso a Marcelo Ebrard —y, por extensión, a López Obrador—, en la negociación migratoria, bajo la amenaza de imponer aranceles escalonados a las exportaciones mexicanas hacia Estados Unidos si México no cumplía con las exigencias en esta materia. Entre las principales condiciones figuraban la implementación del programa “Quédate en México”, el despliegue de la Guardia Nacional en la frontera sur y el compromiso de México de aumentar las deportaciones y detenciones. Es de esperarse que estas condiciones se reactiven e incluso se endurezcan, al volver Trump a la Casa Blanca.
En este contexto, Trump podría retomar su amenaza de aranceles con una postura más agresiva y con plazos más cortos para que México cumpla con sus demandas. En 2019, propuso tarifas escalonadas que iniciaban en el 5 por ciento, hasta alcanzar el 25. Esta vez, la amenaza podría materializarse más rápido si no observa resultados inmediatos en la contención migratoria.
Trump podría reactivar también el programa de Protocolos de Protección al Migrante (MPP) y presionar para que México reciba a un número mayor de solicitantes de asilo, especialmente ante la continua presión migratoria en la frontera sur de Estados Unidos. Es probable además que las autoridades estadounidenses exijan que México no solo albergue a los solicitantes, sino que asuma una responsabilidad ampliada en su supervisión y provisión de servicios básicos, lo que implicaría una carga económica significativa para nuestro país.
Con el endurecimiento de la política migratoria, Trump podría insistir en un despliegue mayor de la Guardia Nacional o incluso exigir que se amplíen las operaciones de contención a lo largo de toda la frontera sur y en puntos clave de tránsito en el centro del país. Asimismo, podría requerir que México mantenga e intensifique las deportaciones y el control interno de migrantes. Su retórica siempre ha estado centrada en “reforzar la seguridad fronteriza”, lo cual podría traducirse en una demanda de cooperación aún mayor, incluyendo patrullajes coordinados y un endurecimiento general de la política de deportación.
Pero más allá de las palabras tranquilizadoras de la presidenta Claudia Sheinbaum y de su declaración de que “no hay ningún motivo de preocupación” y que “México siempre sale adelante; somos un país libre, independiente, soberano y va a haber buena relación con los Estados Unidos; estoy convencida de ello”, en realidad el futuro de la relación bilateral dependerá de la capacidad de México para responder con dignidad y firmeza.
Ante un escenario complejo, el país debe apostar por la diversificación económica y por políticas de migración y seguridad que respeten los derechos humanos y la soberanía nacional. La postura de Sheinbaum es positiva, pero no debe subestimar los desafíos que se avecinan con el regreso de Trump, la amenaza del norte.