Contexto
La política cultural entre el desdén y el resentimiento
Sin pretender parecer tremendistas o agoreros del desastre pero la realidad es que el sector cultural en México enfrenta una de las peores etapas de su historia.
Y son precisamente los trabajadores de la cultura los que han resentido en carne propia no solo el olvido de la cultura –ahí están las escasas cinco cuartillas del Plan Nacional de Desarrollo (PND) dedicadas al tema-, sino que además han sido condenados a la tortura de muerte lenta causada por los recortes presupuestales hasta llevarlos a la inanición.
Ni siquiera usando la lámpara de Diógenes con un sistema ultra led sería suficiente para encontrar la respuesta a la pregunta que dramáticamente se hacen los trabajadores de la cultura:
–¿Dónde está la política pública cultural de este sexenio?
–Pues con la pena, no hay… simplemente no existe.
Las voces más críticas, o si se prefiere las más escépticas, de plano consideran que hoy a la cultura es para la 4T como la muñeca fea.
Las malas noticias siempre han sido noticia y el sector encargado del cuidado, la conservación, defensa y rescate del patrimonio cultural, tangible e intangible (el INAH y el INBAL) ha visto minada su estructura por la política de austeridad que se ha traducido en menos gasto y en la eliminación de plazas de trabajo. Solamente en el INAH se ha despedido a mil 500 personas.
El tema es muy complejo, aunque hay quien dice que es muy fácil gobernar, pero en este ámbito como en otros la constante también es la incertidumbre.
Dicen que en política lo que parece… es. Por tanto la cabeza de sector no es la Secretaría de Cultura sino la Secretaría de Hacienda. ¿A poco no?
Y lejos de que la nueva administración dé certidumbre a instituciones como el INAH y el INBAL, a los trabajadores les han advertido que los déficits que arrastran los ha condenado a una situación casi de quiebra. (Y si no que le pregunten a Sergio Mayer).
El panorama es oscuro, pues los trabajadores no acaban de entender el proceso de transición que implicó primero el paso de las SEP a Conaculta y luego a la Secretaría de Cultura. Lo grave es que esta última Secretaría de nueva creación no cuenta con un plan rector que defina con claridad la ruta que seguirá la cultura en México.
Mire usted, así está la cosa, diría un clásico. El PND que acaba de aprobar el Congreso -que para muchos no es plan sino un manifiesto doctrinario y listado de ocurrencias-, le dio de plazo a la Secretaría de la Cultura hasta diciembre para contar con un plan específico del sector.
Pero mientras eso ocurre, el sector está a la buena de dios, guardadas las proporciones.
Desdén, indiferencia, resentimientos personales, menosprecio por la Cultura y por su desarrollo. No lo sabemos, pero los argumentos para justificar los recortes no dejan de ser propaganda.
Amarga transición
El INAH se dispuso a conmemorar sus ochenta años de vida institucional dedicados a la defensa, el cuidado, la conservación y el rescate de nuestro patrimonio histórico, pero nunca contó con que lejos de que se le reconociera sus aportaciones a la Patria, se les trataría hasta con menosprecio.
El efecto ha sido catastrófico. Por eso los trabajadores que de acuerdo a sus especialidades tienen diferentes representaciones sindicales, hoy perfilan la creación de una Federación de Sindicatos del Sector Cultura para evitar más daños.
Hace unos días las representaciones sindicales de los investigadores, los arquitectos y trabajadores de campo y administrativos organizaron una mesa de análisis –coordinada por Bolfi Cattom- que tuvo como eje la problemática laboral en el sector cultura.
El tono autocrítico ha permitido echar por tierra mitos e historias fantásticas sobre quienes trabajan en este sector que es salvaguarda de nuestra identidad cultural.
Así como no existe un plan rector para el sector Cultura en México, plasmado en el PND, tampoco ha sido aprobada la Ley Reglamentaria del sector y en todo caso ya está rebasada.
Es más, a la Secretaría de Cultura la siguen viendo como el Conaculta pero con otro nombre.
Se han dejado de otorgar estímulos económicos, los trabajadores eventuales son los primeros en la lista de despidos y a los investigadores los contratarán pero como prestadores de servicios.
Estas situaciones irregulares han dado paso a campañas conocidas como #YaPáganosINAH #YaPáganosINBAL
Aún con sus diferencias gremiales, Joel Santos Ramírez (titular del Sindicato de Profesores de Investigación Científica y Docencia); Alejandro Villalobos, del Sindicato de Arquitectos Conservadores del Patrimonio Cultural; Francisco Galván del Sindicato de Trabajadores Administrativos, Manuales, Técnicos y Profesionistas, así como la maestra emérita Noemí Castillo tienen claro que es preciso conjuntar fuerzas para la defensa de los trabajadores con la premisa de que es el recurso humano lo que hace a las instituciones.
Los riesgos que se avisoran son muchos. Destacan el colapso del sector tras los recortes al gasto, los despidos y la ruptura del binomio cultura y educación; no hay una cabeza formal en el sector pues hay resistencias a aceptar a la Secretaría de Cultura como la entidad especializada en la temática del INAH, por ejemplo. Nadie duda que es la Secretaría de Hacienda la verdadera cabeza de sector.
Es una falacia que se diga que las prestaciones de los trabajadores de la cultura son la causa del déficit y la crisis económica del sector. Muchos trabajan por amor al arte, literalmente.
Adicionalmente los gobiernos de los estados han venido reclamando el manejo de sus propios bienes históricos, aún cuando estos bienes son nacionales.
El ambiente laboral es de tensión. Tanto en el INAH como en el INBAL se aprecian mantas colocadas por los trabajadores donde se anticipa que no tolerarán cualquier afectación al patrimonio cultural, exigen respeto a las condiciones de trabajo y sus prestaciones.
Lo único que ha hecho la nueva Secretaría de Cultura es podar, podar y podar al sector.
Lo trágico es que a la 4T la ven como un motor que tiene tres velocidades de arranque pero la palanca que más están utilizando es la reversa.
La incertidumbre
Leonardo López Luján, uno de los más eminentes y respetados arqueólogos que tiene México –formado en las escuelas de Eduardo Matos Moctezuma, Miguel Léon Portilla y Manuel Gamio- hizo recientemente una declaración escalofriante: “Si despiden a alguien del proyecto, El Templo Mayor baja la cortina”.
La nota publicada en El Universal (12-07-19) describe con crudeza la precariedad en la que trabajan 21 especialistas en el Templo Mayor, pese a tratarse de uno de los proyectos arqueológicos más conocidos en México y el mundo.
López Luján admitió que los investigadores del INAH viven en una incertidumbre laboral inédita, ante la austeridad que ha impuesto la administración federal.
Y consternado apunta que así como en todo el mundo se entiende la importancia de la ciencia (y la cultura), en México no sé quién asesora al Presidente de la República.
En diciembre le pidieron una lista del equipo para saber quién no era indispensable, cuando necesita otros 20 personas. Hay quienes trabajan con salarios más que simbólicos.
Para irse de espaldas, hay trabajadores especializados que cobran desde mil 500 pesos hasta 16 mil pesos al mes.
“No soy experto en políticas públicas, pero sí puedo percibir que estamos muy lejos de las prioridades nacionales y eso es muy dramático.”
A pesar de la precariedad, el proyecto del Templo Mayor es de los más estables, ahora imaginen otros proyectos donde las condiciones son alarmantes.
Esta historia no termina todavía. Y conste que no nos referimos al tema del párrafo dedicado a la ciencia y la tecnología en el PND.
La pregunta sigue siendo la misma. ¿Dónde está la política pública para la cultura en México?