Abanico
«Necesitamos soñar para no volver atrás», atizó el papa Francisco en su renovado mensaje a los Movimientos Populares del mundo el pasado 16 de octubre. Un clamor que parece casi desesperación al advertir que la post-pandemia, en lugar de propiciar los cambios profundos de actitud que requiere la humanidad, parece fortalecer la idea de volver a ‘la falsa seguridad’ en las estructuras y ‘el sistema de muerte’ que, en primer lugar, condujeron al orbe a la crisis, al dolor y a la pobreza.
Se ha vuelto habitual escucharle a Francisco duras sentencias y críticas contra el sistema político-económico imperante (globalización capitalista, lo llama) y aún más cuando las comparte con las asociaciones que reclaman la triada tierra, techo y trabajo o que canalizan el hartazgo y la indignación social a través de obras de defensa y promoción de la dignidad humana; sin embargo, en esta ocasión, el Papa ha ido más allá: «Retornar a los esquemas anteriores sería verdaderamente suicida, y si me permiten forzar un poco las palabras, ecocida y genocida».
El sueño del Papa es que el mundo no regrese a la enferma normalidad pre-COVID donde campeaba la iniquidad, la injusticia, el descarte de los ‘prescindibles’, el abuso, la sobreexplotación y la patológica persecución de ganancias y privilegios. Y, por ello, hizo algunas peticiones al mundo. Once en total. Parecen pocas pero, cada una de ellas bastaría para advertir un mundo nuevo.
El Papa pidió la urgente liberación de patentes farmacéuticas, clamó por el fin de la especulación alimentaria y un alto total a la producción armamentista. Pidió que los desarrolladores tecnológicos ya no «exploten la fragilidad humana», que se socialicen los contenidos educativos y que los medios de comunicación no promuevan más la desinformación, la difamación, la calumnia o los escándalos.
Pero no paró allí, también solicitó que los países poderosos abandonen sus fantasías de ‘neocolonialismo’, que levanten los bloqueos, sanciones, intervenciones u ocupaciones unilaterales sobre países en desventaja; que se condonen las deudas a los países pobres y que la clase política deje de escuchar solamente a las élites económicas «tantas veces portavoces de ideologías superficiales que eluden los verdaderos dilemas de la humanidad».
Finalmente, el Papa volteó a mirar a los suyos (a los pastores y líderes religiosos) para que no fomenten guerras ni golpes de Estado; por el contrario, los exhortó a que lleven «la voz de las periferias y de los que sufren» a la empatía social.
Bergoglio es consciente de que todas estas peticiones parecen inalcanzables o irrealizables pero insiste en su llamado a soñar «a ir más allá de miopes autojustificaciones y convencionalismos humanos que lo único que logran es seguir justificando las cosas como están».
El Papa reitera que los verdaderos sueños -mas no las ‘ensoñaciones rastreras’- son peligrosos para quienes defienden el statu quo porque «rompen las ataduras de lo fácil y la aceptación dócil de que no hay otra alternativa, de que éste es el único sistema posible… que sólo podemos refugiarnos en el sálvese quien pueda».
En fin, el papa Francisco convoca a un ‘sueño rebelde’ que se oponga no sólo a las estructuras del pecado que ya existían antes de la pandemia sino a todo intento de restaurarlas en el debilitado mundo que ha dejado esta crisis global.
Los detractores del Papa, que los tiene y no pocos, podrán señalar las muchas debilidades de este pontífice pero seguro no lo podrán acusar de falto de imaginación ni falto de esperanza. Y, sin duda, los anhelos del pontífice parecen muchos y muy audaces pero ya lo dijo el novelista Shusaku Endo: «El hombre es un ser extraño; sin importar el peligro en que se encuentre, siempre sentirá en algún lugar de su corazón que saldrá adelante. Es como cuando en un día lluvioso uno imagina los débiles rayos del sol brillando en una colina distante».
Felipe de J. Monroy/Director VCNoticias.com
@monroyfelipe