Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
Margarita Dalton Palomo, primera esposa del recientemente fallecido escritor José Agustín, y hermana del poeta y revolucionario salvadoreño Roque Dalton, recuerda con afecto su relación con “Pepe”, como le llamaba cariñosamente, desde su encuentro juvenil hasta sus caminos divergentes tras su breve matrimonio. La respetada académica y activista comparte cómo su estancia en Cuba y su participación en el movimiento literario de «la Onda» marcaron tanto su vida como la del célebre escritor, dramaturgo, guionista de cine y ensayista guerrerense, revelando detalles de su conexión intelectual y emocional. La entrevista no sólo arroja luz sobre su notable carrera académica y su compromiso con la educación y el empoderamiento de mujeres indígenas, sino que también brinda una perspectiva única sobre la influencia del escritor en su vida. Con reflexiones sobre su pasada y breve relación como marido y mujer, ella ofrece la crónica actual de una existencia dedicada con pasión a la escritura.
Por Alberto Carbot
A pesar de estar inmersa en la meticulosa preparación de sus clases para el día siguiente en su estudio de la ciudad de Oaxaca, donde reside desde los años 70, toda una vida dedicada a la educación, la doctora Margarita Dalton Palomo —la primera esposa del escritor José Agustín quien falleció apenas hace unas cuantas horas en su casa de Cuautla, Morelos—, atiende la llamada con cordialidad. «Estaba preparando mi clase para mañana cuando llamaste», me dice con tono calmo, al saber que compartimos amistades comunes, como es el caso de la distinguida periodista Ivonne Melgar.
Intuye que obviamente la conversación está dirigida a comentar el reciente fallecimiento de “Pepe”, como cariñosamente le llamaba a quien fue su primera pareja, uno de los escritores más destacados de México y que conforma un capítulo significativo en su historia personal. Su voz, aunque marcada por la serenidad de quien a lo largo de su vida ha enfrentado muchas despedidas, revela esta vez un matiz de tristeza sutil.
—Siempre tuve un gran cariño por Pepe; fue una figura fundamental en mi vida—, expresa. La noticia de su deceso acontecido hace apenas unas horas, ha dejado su trazo en ella, una tristeza contenida pero cierta. «Su partida me ha afectado profundamente», comparte, y añade que, cuando se enteró, de inmediato le envió sus condolencias a la familia de José Agustín, a través de su hijo Andrés.
Nacida en 1943 en la Ciudad de México, hermana de Roque Dalton —conocido por su poesía política y su compromiso con los movimientos de izquierda en América Latina—, es además una destacada académica en el campo de la geografía e historia, con doctorado de la Universidad de Barcelona, España. Actualmente se desempeña como profesora e investigadora en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), campus Pacífico Sur en Oaxaca, donde ha sido directora en dos ocasiones. Su carrera académica es complementada por su participación en la Academia Mexicana de Ciencias y su inclusión en el Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt).
Además de su trayectoria académica, ha tenido una presencia activa en la esfera gubernamental. Ocupó importantes cargos en el gobierno estatal de Oaxaca. Su compromiso con la sociedad se extiende a su labor en el Fondo Guadalupe Musalem, A. C., donde ha contribuido a elevar el nivel educativo de las mujeres indígenas, gestionando becas a más de 176 jóvenes. También ha sido la coordinadora del Seminario de Género, Identidad y Multiculturalidad en el CIESAS por más de 15 años. Su liderazgo en este seminario ha fortalecido su reputación como una experta en temas de género, identidad y multiculturalidad, y ha contribuido significativamente al avance de la investigación social en México. Su carrera es un reflejo de su dedicación al desarrollo del conocimiento y al empoderamiento de las comunidades marginadas.
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Margarita y José Agustín. Rumbos diferentes
Aunque Margarita Dalton y su exesposo José Agustín eligieron caminos distintos tras su breve matrimonio y su permanencia en Cuba —donde ella cursó la carrera de Historia en la Universidad de la Habana, de 1962 a 1966—, mantuvieron contacto durante varios años.
“Después de mi estancia en la isla, yo comencé a viajar mucho. En 1966, me fui a Ghana, donde obtuve la maestría en Estudios Africanos; luego viajé a Londres y escribí Larga Sinfonía en D. Con Pepe nos vimos antes de irme a África, platicamos ampliamente y nos dejamos de frecuentar. Luego, nos dieron un reconocimiento en la embajada de Cuba en México y volvimos a reencontrarnos. Esa vez él estuvo acompañado por su esposa Margarita Bermúdez y sus hijos. También asistieron mi querida amiga Mariángeles Comesaña, mi hermana y mis padres. Pero, aunque nos vimos ocasionalmente, nuestras vidas tomaron rumbos diferentes. Quizá la última vez que nos encontramos de forma personal fue por ahí del año 2000. Sin embargo, el cariño especial, la conexión y el respeto mutuo nunca se desvanecieron” —me dice.
Reconocida por su contribución a las ciencias sociales, Dalton Palomo recibió el Premio Estatal de Ciencia, Tecnología e Innovación en 2014. Este galardón subraya su impacto significativo en el ámbito de la investigación científica y social en México. Además, es una autora prolífica, con más de una docena de libros publicados y tres en coautoría, así como numerosos ensayos y artículos académicos en revistas de renombre en ciencias sociales.
Conocida también por su influencia en la literatura, reflexiona sobre su relación con el fallecido literato guerrerense y su propia trayectoria. La noticia de su muerte, no cabe duda, ha sido un golpe emocional, pese a que seguramente ya había recibido noticias de su precario estado de salud.
—Cuénteme sobre sus primeros encuentros con José Agustín. ¿Cómo se conocieron?
—Nuestra historia comenzó por los rumbos de la colonia Narvarte de la Ciudad de México, pero nos conocimos realmente en las clases de actuación que promovía el IMSS en el teatro Xola —que después se llamó Julio Prieto—, y rápidamente descubrimos una gran conexión intelectual. De antemano quiero mencionar que siempre fuimos excelentes amigos; es decir, nos comunicábamos de manera profunda en ese plano. Nos enamoramos, pero podría comentarle sinceramente, que nuestra gran amistad fue el cimiento que nos llevó a decidir casarnos.
En esa época yo formaba parte de la juventud comunista y el apogeo de la Revolución cubana coincidió con la posibilidad de ir a Cuba, un momento verdaderamente maravilloso. Eso fue lo que nos impulsó a casarnos y mudarnos allá y vivir nuevas experiencias, como la campaña de alfabetización, entre otras. ¿Cómo percibí aquel despertar? De forma maravillosa, por supuesto; fue una época significativa. Intelectualmente, Pepe y yo éramos extremadamente compatibles en muchos aspectos. Eran los vibrantes años 60, y compartíamos un entusiasmo por la revolución cultural que se estaba gestando. Te hablo de una época que data ya de muchísimos años.
—¿Hábleme de su relación precisamente en aquellos años?
—Éramos unos jóvenes de izquierda, llenos de ilusiones y deseos de cambiar el mundo y creo que eso es lo fundamental de cualquier ambiente; con muchos deseos de hacer cosas, de escribir, de leer. Nuestra relación se basaba en afinidades compartidas, pero también respetábamos nuestras diferencias —cada uno a su manera—, lo que mantenía las cosas interesantes y dinámicas; éramos diferentes, como siempre sucede con las parejas. Eso sí, te puedo decir, no nos aburriríamos, porque él era muy divertido, muy simpático, queridísimo, con mucho sentido del humor y además con una gran inteligencia; muy avispado. Muy lindo, muy lindo José Agustín —recalca.
—¿Qué le atrajo inicialmente de él?
—De Pepe me atrajo su forma de pensar, su inquietud intelectual y las lecturas que compartíamos. Además, también, claro, para mí era un hombre físicamente atractivo, lo que sin duda influyó en nuestra relación. Nos reuníamos con algunos amigos como Parménides García Saldaña, muy querido y qué pena que se fue muy rápido, y con René Avilés Fabila, que también ya falleció.
—Ahora, no sé si sea una imprudencia preguntarle por qué se divorciaron. ¿Fue porque usted decidió quedarse en Cuba?
—No, no. No creo que ese haya sido el motivo. En realidad, en este preciso momento no sé si haya sido la causa el hecho de que yo me hubiese querido quedar y él deseaba regresar a México; no sé. No me gusta poner motivos para explicarlo. Tampoco hubo pleitos de por medio; de ninguna manera. Jamás nos peleamos, nunca lo hicimos. La mera verdad, éramos muy buenos amigos y teníamos una concepción de la vida muy similar, en el sentido de que éramos abiertos, gente muy libre. Quizás pudo haber sido el hecho de que él tuviese otros planes en un momento determinado, o que ambos teníamos planes diferentes y entonces yo me quedé y él se regresó. Así pasó.
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El recuento de José Agustín en su libro Diario de un Brigadista
El escritor compartió en 2010 una charla con el periodista Enrique Serna —contenida en el libro Diario de brigadista, Cuba 1961, publicado por Penguin Random House—, su extraordinaria experiencia de vida, especialmente su relación con Margarita Dalton y su posterior viaje a Cuba. José Agustín, conocido por romper los moldes de la literatura mexicana con sus memorias y diarios, recordaba con claridad la historia de su boda secreta con esa joven de fuerte personalidad que experimentó una notable transformación ideológica, pasando —dice—, de ser una líder en las juventudes católicas a convertirse en una ferviente comunista.
En aquel entonces, el autor reconoce que tenía sólo dieciséis años, una edad en la que la mayoría de los jóvenes aún están descubriendo su camino en la vida. Margarita Dalton, por su parte, compartía la juventud de él, ambos menores de edad y llenos de un espíritu rebelde y aventurero. La decisión de casarse fue impulsiva y audaz. Margarita, con su recién adoptado fervor revolucionario, y José Agustín, con su deseo de independencia, vieron en su matrimonio efectuado finalmente en Tlanepantla, donde ejercía el único juez que quiso casarlos, una oportunidad para escapar de las restricciones familiares y embarcarse hacia Cuba, un país que en aquel momento representaba un ideal de cambio y revolución.
La reacción de sus respectivas familias ante la noticia de su matrimonio fue de consternación y sorpresa. José Agustín relató cómo su hermana Yolanda fue su cómplice, ayudándolos a llegar al juzgado para su boda clandestina. Sin embargo, la noticia no tardó en llegar a sus padres, quienes inicialmente se opusieron a su decisión. Pese a los obstáculos, la pareja logró casarse, pero incidentalmente perdieron su barco a Cuba, lo que los obligó a permanecer un mes en Veracruz. Durante ese tiempo, ambos mostraron una audacia notable para sobrevivir, con Margarita incluso recaudando dinero en las iglesias bajo pretextos piadosos.
“Yo conseguí un trabajo vendiendo cortineros de puerta en puerta. Jamás he podido vender nada, pero ahí la necesidad me obligó. Margarita Dalton era mucho más abusada que yo para sacar lana. Los domingos se emperifollaba, se ponía cuquísima y se iba a las iglesias. Muy compungida les decía a los feligreses: “Disculpe usted, estoy haciendo una manda, cometí un pecado muy grave y la manda es tener que pedir dinero de limosna”. Era tan conmovedora que le soltaban la lana, ¡increíble! No sólo tuvimos dinero para pagar el cuarto sino hasta para comer de vez en cuando unos taquitos de cochinita que vendían abajo en el edificio”—relató José Agustín.
La entrevista ofrece una mirada acuciosa a un período formativo en la vida del escritor, donde su matrimonio con Margarita Dalton y su tiempo en Cuba jugaron un papel fundamental. Su relato destaca no solo la precocidad y la audacia juvenil de ambos, sino también la complejidad de la vida en una época de cambio cultural y político. El escritor guerrerense le relató a Serna que momentos antes de iniciar su travesía perdieron sus ahorros, al caer la bolsa de Margarita al mar, y una vez en Cuba, la vida de la pareja tomó un giro inesperado.
Margarita, gracias a sus contactos con el gobierno cubano, y su paso de la derecha católica a la izquierda revolucionaria, obtuvo un empleo en la Casa de las Américas. Por su parte, él se involucró más a fondo en la campaña de alfabetización, una experiencia que lo transformó, enseñándole el valor de la humildad y la responsabilidad. Este período fue crucial en su desarrollo personal y profesional. Sin embargo, la relación matrimonial no duró mucho tiempo. Se divorciaron un año después, cuando él apenas había cumplido diecisiete. Este breve matrimonio, fue seguido por el éxito literario temprano de José Agustín, quien publicó su primera novela, La tumba, un año después.
—¿Cómo surge la idea de casarse y viajar a Cuba en 1961?
—Como le digo, fue una decisión impulsada por nuestro deseo de unirnos a la revolución cubana. Entonces éramos muy jóvenes y soñadores, anhelando ser parte de algo más grande que nosotros. Yo tenía 18 años y pese a la negativa de mi mamá, partimos a la Habana desde el Puerto de Veracruz. Cuba nos abrió los ojos y participamos por ello en su campaña de alfabetización; fue una época de aprendizaje y crecimiento. Nuestra relación se fortaleció en medio de un entorno de cambio y desafíos.
—¿Qué impacto tuvo esa experiencia en su vida?
—Creo que nos transformó a ambos; por lo menos reconozco que a mí sí me trasformó. La campaña de alfabetización no solo era sobre enseñar a leer y escribir, sino sobre compartir esperanzas y sueños. A pesar de que nuestro matrimonio fue breve, considero que esos momentos en Cuba dejaron una huella imborrable en Pepe y en mí.
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Experiencias, emociones y percepciones más allá de la nomenclatura de “la Onda”.
Margarita Dalton recuerda cómo José Agustín influenció su carrera literaria. Su relación se basaba en una conexión intelectual, compartían ideas y una pasión por la escritura que la inspiró a explorar nuevas dimensiones en su trabajo. Ambos buscaban trascender las etiquetas, incluida su asociación con el movimiento literario denominado la Onda, centrándose en escribir sobre sus experiencias y emociones.
“Cuando nos conocimos —dice—, él tenía un grupo de literario que se llamaba Mariano Azuela. Publicamos algunas cosas, y todos estábamos muy interesados en escribir, en leer, en fin, en conversar sobre autores. Hablábamos mucho de Kafka, y de esos tiempos guardo algunas anécdotas. Yo luego publiqué mi novela Larga Sinfonía en D, y que ahora Penguin Random House ha reeditado. Trata de una experiencia de ácido lisérgico que tuve en París. Esa novela te dice mucho de mí y también de esa época. Años más tarde, me publicaron Al calor de la semilla.
—¿Su trabajo podría también inscribirse en lo que desde el punto de vista literario se ha llamado «la Onda»?
—Hay quienes hay querido situarme como parte de la Onda, y yo no estoy muy convencida de eso, porque lo siento un poco peyorativo; tiene un cariz como de discriminación. Por eso el término no me gusta mucho, porque, por ejemplo, la novela de Parménides es algo más que un producto de la Onda, al igual que las de Pepe, y lo mío también. Entonces yo no sé quién realmente lo inventó. Y aunque mi obra se asocie a veces con ella, tanto José Agustín como yo precisamente buscábamos trascender etiquetas. Queríamos escribir sobre nuestras experiencias, emociones y percepciones del mundo que nos rodeaba.
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La literatura de “la onda”, según el Diccionario de literatura mexicana, siglo XX
De acuerdo al Diccionario de literatura mexicana, siglo XX —coordinado por Armando Pereira y editado por el Instituto de Investigaciones Filológicas y el Centro de Estudios Literarios de la UNAM—, la literatura de la Onda, fue un movimiento literario mexicano nacido en los años sesenta, que se inauguró con obras emblemáticas como De perfil de José Agustín, Gazapo de Gustavo Sáinz y Pasto verde de Parménides García Saldaña Conceptualizada por la crítica de arte Margo Glantz, esta corriente refleja la voz de una generación nacida entre 1938 y 1951, marcada por el contexto del movimiento estudiantil de 1968, las protestas contra Vietnam y un descontento juvenil hacia las estructuras de autoridad. Los autores de la Onda, inmersos en una época de transición, expresaban en sus obras una juventud rebelde, adoptando elementos del hipismo, el rock y la tecnología emergente.
En sus novelas y relatos, los escritores de esa corriente literaria capturaron la esencia de la experiencia adolescente: una rebeldía contra la sociedad y las generaciones anteriores, y una búsqueda de libertad y ruptura con lo convencional. Influenciados por la generación beat, estas obras retrataban la vida juvenil con un estilo directo y desenfadado, reflejando el deseo de exploración y movimiento, ya fuera a través de viajes físicos o experiencias psicodélicas.
El lenguaje de la Onda —expone el texto universitario de 2004, en el que también participaron Claudia Albarrán, Juan Antonio Rosado y Angélica Tornero—, fue una herramienta distintiva para delimitar su identidad juvenil. Este estilo lingüístico único mezclaba jerga juvenil, expresiones urbanas y albures con el ritmo de la música pop y un nuevo sentido del humor. Este lenguaje, junto con temáticas innovadoras, daba vida a un realismo literario que apelaba a los sentidos y se apartaba de cualquier racionalización, creando mitologías propias y héroes juveniles que se expresaban a través de un lenguaje vibrante y crudo. Publicadas en diversas revistas y suplementos culturales, marcaron un capítulo distintivo en la literatura mexicana.
—El término, oficialmente se lo atribuyen a Margo Glantz —le comento. Lo hizo en “Onda y escritura en México: jóvenes de 20 a 33”, cuya primera edición fue en 1971.
—Sí, pero no sé si Margo Glantz fue quien realmente lo estableció o le dio esa connotación en un momento determinado, pero sí recuerdo que hay un libro donde nos mencionan a Pepe, a mí, y a Parménides, a los tres —un trabajo muy interesante—, que va más allá de la Onda, y es producto de la investigación de un autor méxico-americano, de Chihuahua, de la Universidad de Berkeley, quien escribió un ensayo sobre nosotros.
—¿Considera que él influyó en su carrera literaria?
—Él fue un estímulo constante. Nuestras conversaciones intelectuales y nuestra pasión compartida por la escritura, me inspiraron a explorar nuevas profundidades en mi propio trabajo.
—Después de Cuba ¿cómo fue su vida al paso del tiempo?
—Volví a México, y mi vida tomó un rumbo académico y activista. Me dediqué a la enseñanza y me sumergí en el movimiento feminista, fundando espacios para el empoderamiento y la educación de las mujeres. Sigo comprometida con la docencia y el activismo. Además, sigo escribiendo. Como le he dicho, recientemente se reeditó mi novela «Larga Sinfonía en D», estoy inmersa en la preparación de mis clases y participo en diversos proyectos sociales. Me mantengo entusiasta sobre el futuro y mientras pueda, seguiré enseñando, escribiendo buscando siempre nuevas maneras de contribuir a la sociedad a través de mi trabajo y experiencias. Como le digo, me gusta viajar y recientemente, el pasado fin de año, estuve en Brasil; los viajes me enriquecen y me mantienen activa intelectualmente.
—¿Cómo recuerda a José Agustín?
—Siempre lo recordaré con mucho cariño y respeto. A pesar de que nuestros caminos se separaron, mantuvimos una amistad duradera y admiración mutua. Pepe fue una persona llena de vida, inteligente, con un gran sentido del humor. Su fallecimiento es una gran pérdida y la verdad es que últimamente me hubiera gustado estar más cerca de él, pero como le repito viajo mucho, salgo mucho.
—¿Podría compartir alguna anécdota con él?
—Prefiero mantener esas memorias en privado. Lo que sí puedo decir es que nuestra relación estuvo siempre marcada por el respeto y el cariño. Nunca tuvimos conflictos serios; éramos buenos amigos y compartíamos una visión de vida abierta y libre. Lo extrañaré.