Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
Sin duda la prolongada y aparentemente estancada guerra en Ucrania motiva serias reflexiones sobre el papel que juegan actualmente los organismos internacionales de diálogo, negociación e intervención diplomática en este pulsante siglo XXI.
Para no pocos líderes, el agotamiento de las estructuras de paz internacional se debe no sólo a los inmensos cambios técnicos y tecnológicos que claramente han rebasado a estos organismos fundados hace casi 80 años, sino a las nuevas dinámicas geopolíticas poliédricas a las que no se les puede dar ‘mediación’ porque, muchas veces, lo ‘equidistante’ (esencia de la neutralidad) no es sino una posición extrema para otro polo de presión o interés internacional.
Este desafío lo advierte con claridad el papa Francisco quien este 18 de octubre presenta un libro dedicado a la paz, especialmente por los diversos conflictos bélicos en el mundo y muy particularmente por la guerra que diezma los territorios ucranianos desde febrero de este año. El libro lleva por título ‘Te lo pido en nombre de Dios. Diez oraciones por un futuro de esperanza’.
En el libro, el Papa reconoce la labor de conciliación, paz y seguridad mundial desempeñada por las Naciones Unidas (ONU) y su Consejo de Seguridad desde el final de la Segunda Guerra Mundial; y, sin embargo, considera que en este siglo XXI se requieren “formas más ágiles y eficaces de resolver los conflictos”.
Al igual que en su más reciente encíclica ‘Fratelli Tutti’, el Papa aboga no sólo por ‘más multilateralismo’ sino un ‘mejor multilateralismo’; clamor que sostiene Bergoglio desde 2019 cuando, junto al Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb, el pontífice advertía que en el juego geopolítico “nacen focos de tensión y se acumulan armas y municiones, en una situación mundial dominada por la incertidumbre, la desilusión y el miedo al futuro y controlada por intereses económicos miopes”.
El libro de Francisco busca tener eco en las esferas de la política internacional, en concreto en la ONU, organismo del que la Santa Sede es miembro observador desde 1964 y cuyos derechos de voz y voto están claramente restringidos aunque sus obligaciones sean casi idénticas a las de los países miembros: “La ONU se construyó sobre una Carta –apunta el Papa- que pretendía dar forma al rechazo de los horrores que la humanidad ha vivido en las dos guerras del siglo XX; y si bien la amenaza de su reaparición sigue viva, por otro lado el mundo ya no es el mismo hoy, por lo que es necesario repensar estas instituciones para que respondan a la nueva realidad existente y sean el resultado del mayor consenso posible”.
Francisco también confirma lo predicho en el dramático Statio Orbis que pronunció en una vacía Plaza de San Pedro en los albores de la pandemia: “Ha quedado más que claro lo necesarias que son estas reformas tras la pandemia, cuando el actual sistema multilateral ha mostrado todas sus limitaciones. Desde la distribución de vacunas hemos tenido un claro ejemplo de cómo a veces la ley del más fuerte pesa más que la solidaridad”, reclama en su libro.
Francisco acusa a las naciones y a sus líderes de provocar la deslegitimación y degradación de las organizaciones internacionales: “Los Estados han perdido la capacidad de escucharse unos a otros para tomar decisiones consensuadas a favor del bien común universal”. El Papa se solidariza con la función de la ONU pero vaticina: “Ningún marco legal puede mantenerse en ausencia de compromiso de los interlocutores, sin su disposición para una discusión justa y sincera, ni su disposición a aceptar las inevitables concesiones que surjan del diálogo entre las partes”.
El Papa carga contra los líderes mundiales por generar ‘retroceso’ cuando éstos no muestran la voluntad política para hacer funcionar el multilateralismo y elegantemente les cuestiona sus errores: “Hoy, mientras pido en nombre de Dios que se ponga fin a la cruel locura de la guerra, considero también su persistencia entre nosotros como el verdadero fracaso de la política”.
El libro de Francisco condensa sus reiterados llamados a la paz, al diálogo internacional y a la fraternidad universal, exige en concreto el desarme nuclear y una actitud de escucha entre los líderes mundiales; es un texto escrito con evidente malestar y con algo de enojo contenido en el que, sin ingenuidad, cuestiona a los verdaderos ‘señores de la guerra’ a quienes les carga el peso moral por la fabricación, posesión, venta y tráfico de armas, especialmente las que provocan grandes devastaciones.
A estos últimos les recuerda las palabras del papa Pablo VI, el pontífice que logra la incorporación de la Santa Sede a la ONU como observador: “Las armas, especialmente las terribles que les ha dado la ciencia moderna, incluso antes de producir víctimas y ruinas, generan pesadillas, alimentan malos sentimientos, crean demonios, desconfianzas y tristes intenciones; exigen enormes gastos, detienen proyectos solidarios y fuentes de trabajo, desvirtúan la psicología de los pueblos…”.
Esto último es importante, porque el Papa mantiene una posición evidente sobre el conflicto entre Ucrania y Rusia: no sólo está claramente en contra de la violenta invasión rusa, también en contra de la industria bélica que incita y mantiene a los ucranianos en la locura de la guerra. Es decir, muestra equidistancia; pero, como ya dije: eso sólo significa un extremo. Inválido para otros polos de interés.
Felipe de J. Monroy es Director VCNoticias.com
@monroyfelipe