
Libros de ayer y hoy
Cuando se habla de un cambio estructural se suele olvidar que la institucionalización de las movimientos o la burocratización de las revoluciones son procesos que lo mismo implican un mejoramiento gradual en cómo se fijan las convicciones iniciales del cambio, que una degradación acelerada de los valores que lo motivaron originalmente. México, por ejemplo, tiene en su historia moderna el caso de lo “revolucionario e institucional” como el epítome de esta contradictoria diada cuya naturaleza no es absoluta.
En estos días, crecen las voces de alarma asegurando que no se debe participar en un proceso electoral para elegir al Poder Judicial porque la patria mexicana ha llegado al final del camino democrático y que ahí no ha encontrado más democracia sino puro autoritarismo. Y puede que sea cierto, pero hay que poner matices, porque la democracia es un proceso, no un fin en sí mismo.
La idea del abstencionismo en un proceso electoral suele seguir ese planteamiento puritano respecto a la democracia como un fin en sí mismo y no como un delicado proceso donde la impureza no sólo es una condición necesaria para lograr cambios sociales transformadores sino para sostener el “anhelo democratizador” en lugar de una “plenitud democrática”, donde efectivamente se inmovilizan la historia y las necesidades sociales.
La hiperregulación de los aparatos democráticos, con la idea fantasiosa y bana de contar con burocracias doradas, hiper especializadas, con funcionarios de cualidades casi sobrehumanas e incapaces de sesgo político alguno (“auténticamente independientes” como repiten con necedad algunos analistas) es un camino de autoritarismo por vía de la elitización de la política.
Bajo estos supuestos, donde sólo ciertos personajes encumbrados y prístinos son la única clase política en donde se ha cristalizado la pureza de la alfabetización democrática y las instituciones han llegado a la plenitud legalista de todas las contingencias, la idea de Estado de derecho ya no se ve como un espacio donde se dirimen las tensiones sociales por medio de mecanismos imperfectos sino como un mecanismo perfecto que no debe dejarse alterar o contaminar por las tensiones sociales. Y esto no se trata sólo de una dominación hegemónica unipartidista sino abiertamente de una dictadura.
Por el contrario, la degradación del aparato político democrático es, paradójicamente, la vía para mantener vivo el anhelo democrático social. La polémica idea de la ‘dictadura perfecta’ expresada por Vargas Llosa quizá toma sentido en la medida en que la participación cívica y ciudadana se repliega voluntariamente al silencio y al ostracismo social. Y si bien, el silencio es uno de los mecanismos más nobles de desobediencia civil y reflejo de una inmensa libertad de conciencia, este sólo irrumpe con radicalidad histórica cuando el concierto social está obligado a cantar una sola nota en un solo himno de un único discurso. En mi opinión, aún no llegamos a ese momento.
Por el contrario, la toma de conciencia sobre la natural degradación de los aparatos democráticos es en sí misma el percutor indispensable para la movilización social y participativa. La acción ciudadana en medio de los más amañados, tramposos y autocomplacientes mecanismos del poder encumbrado siempre será un signo de resistencia y preocupación para los autoritarios. Cuestionar a la ciudadanía por su ignorancia sobre el mecanismo político, su incapacidad de participar “correctamente” en el proceso, su vulnerabilidad a la manipulación o la inutilidad de su sentimiento actuante no ayuda a denunciar los abusos del poder, ayuda a alejar a la ciudadanía a la posibilidad de abrazar el cambio y a inmovilizarla por vía de la apatía desesperanzada.
Por ello, la idea del repliegue estratégico (el abstencionismo, por ejemplo) sólo funciona para conservar fuerzas, ganar tiempo, seleccionar el terreno, engañar al otro o desgastarlo para someterlo, para dominarlo o para cambiar la posición del poder; y esa es lógica de adversario y oponente; pero no lógica ciudadana.
En la lógica ciudadana no se puede tener temor de que la organización alternativa esté condenada a perpetuar el sistema que pretende transformar; porque el esfuerzo radical de evitar la cooptación del poder hegemónico (como suponen implicaría la participación en un proceso electoral ciertamente desastroso) significaría retirarse voluntariamente del compromiso que requiere el cambio social. Porque en este inmenso espacio existente entre la degradación y la plenitud democrática, la única manera de desmitificar el uso ideológico del “pueblo” es reconociendo, valorando y animando su deseo de participación, su anhelo permanente de subir la sisífica ladera democrática.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe