La nueva naturaleza del episcopado mexicano
Al premio Nobel 2020 el gobierno mexicano lo desdeñó
Parece increíble, pero Paul R. Milgrom, quien acaba de recibir el Premio Nobel de Economía 2020 junto con Robert B. Wilson por sus aportaciones en la teoría de subastas que desembocó en la creación de nuevos formatos de licitaciones para asegurar beneficios a los consumidores y a los países en los procesos de asignación de recursos públicos fue despreciado por el gobierno mexicano.
El economista de la Universidad de Stanford, Estados Unidos, había venido a México a ofrecer sus conocimientos y asesoría para subastar los caóticos horarios de aterrizaje y despegue, conocidos como slots, del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM).
Su intención era evitar que esos ‘insumos naturales’ del Estado mexicano se remataran al mejor postor porque eso no resolvería la compleja situación del tránsito aéreo en la capital del país, tampoco favorecía la competencia y, en cambio, perjudicaba a los consumidores en términos de precio y calidad.
El economista, que ya cargaba sobre sus espaldas el prestigio de haber aplicado exitosamente sus esquemas de subasta, fue rechazado por los secretarios de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza, y el de Hacienda, José Antonio Meade, que consideraron que se corría un riesgo muy elevado porque el modelo propuesto cerraba el paso a la colusión de las empresas participantes y les parecía que su oferta era un juego, cuando realmente era lo más adelantado de la teoría de juegos.
Pensaban, como puede pasar en Santa Lucía; que en materia de slots debe prevalecer el derecho de prelación o preferencia para quienes tienen más tiempo.
De nada le valió a Paul R. Milgrom haber ofrecido que sus servicios serían gratuitos y, dicen los que estuvieron cerca del proceso, que al principio solamente pedía que se le hiciera una mención como académico si el resultado era positivo y luego simplemente desarrollar el programa.
Pero la respuesta fue negativa. Incluso se le pidió que no insistiera.
Eso ocurría, a pesar de que las pocas subastas exitosas en términos de beneficio para el país de los campos petroleros resultantes de la Reforma Energética emprendida por el presidente Peña Nieto se habían desarrollado con su modelo.
Aunque con tristeza, Milgrom se reunió siempre sonriente con académicos, estudiantes y con los miembros de la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece), del Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) y con juristas especializados en Competencia, que valoraron sus conocimientos en el complejo tema de las decisiones.
En esas reuniones adelantó varios de los trabajos que venía desarrollando con Robert B. Wilson que ahora fueron valorados por la Real Academia de las Ciencias de Suecia porque han demostrado en la práctica que “sus hallazgos han beneficiado a vendedores, compradores y a contribuyentes de todo el mundo».
La enseñanza que vino a ofrecer Milgrom es que el resultado de una subasta o licitación depende de tres factores: de su formato o reglas, del objeto subastado y de la incertidumbre acerca de qué saben el resto de los postores sobre el resultado.
De ahí que la dificultad del análisis de esos procesos radica en que la mejor estrategia de un postor depende de cómo cree que los otros harán sus pujas en la subasta.
Pero eso no se ha entendido en México y no se logran los mejores rendimientos en términos de precio, calidad ni competencia, lo que es muy grave en el caso de bienes públicos como los slots, el espectro radioeléctrico o los energéticos.
Nuestras autoridades han aprendido poco de los avances económicos, tanto en la época del neoliberalismo como en la del actual liberalismo juarista que mantiene prácticas proclives a la corrupción cada vez más sofisticada que favorece prácticas monopólicas y que van en contra de los consumidores y la sobreexplotación de los recursos no renovables, por decir lo menos.
Por ejemplo, desestiman las enseñanzas de Wilson y promueven subastas que incentivan la incertidumbre, que se traduce en más precaución de los postores y que resultan en precios finales bajos y rentabilidad escasa para los países porque los participantes tienden a colocar ofertas por debajo de su mejor estimación, pues están preocupados por lo que los economistas llaman la maldición del ganador, porque pagan demasiado y pierden.
Los dos economistas que ahora gozan del Nobel desarrollaron formatos para licitar de forma simultánea objetos más complejos como los de las radiocomunicaciones o los energéticos, pensando en un vendedor motivado más por el beneficio social que por el beneficio máximo, que era el modelo que se trató de poner en operación en nuestro país, pero que fue tristemente desdeñado.
@lusacevedop