Para Contar
No hay datos oficiales que, como ahora, alguno de los gobiernos federales en la historia moderna de México haya colocado al país en una ruta de fe y optimismo para dirigirnos hacia un destino incierto.
El plan para levantar el confinamiento al que nos sometió la pandemia del coronavirus y que trajo como consecuencia una crisis económica y moral todavía desconocidas. En el caso mexicano se plantea como un “regreso a la nueva normalidad”, como si fuera posible regresar en el tiempo para empezar de nuevo.
De ahí que el destino se anticipe incierto porque no se revisaron las estrategias de recuperación económica que ante la nueva realidad nacional e internacional ofrezca opciones suficientes para que la suspensión de actividades no se traduzca en más pobreza y desigualdad.
Como aliciente hay que decir que el problema no es solamente de México sino de todo el mundo, porque no hubo liderazgo para promover un nuevo orden económico y social. Cada quién miró hacia el interior de sus naciones y es a partir de esos enfoques locales como se ha planteado la reanimación de las actividades productivas.
En consecuencia, la crisis no ha sido oportunidad; al contrario.
Para el caso de México, el programa de gobierno se basa en una necesaria reintegración económica gradual condicionada por el virus, pero sin reconocer que tendrá efectos diferentes en el programa de desarrollo, que durante 2019 ya mostró su ineficacia y que ahora, al no ser adecuado a la nueva realidad, plantea junto con el desplome del PIB, una larga secuela de desempleo, pobreza y otros daños sociales.
Nuestro destino está marcado por la dependencia económica con Estados Unidos, de manera que la reapertura de actividades arrancará como los proveedores tradicionales de bienes y servicios en los sectores previstos en el TMEC, que inicia actividades en julio y que fijará condicionamientos tan fuertes como los que ya padecimos con el FMI debido a que nuestro socio tiene problemas en empleo y en noviembre inicia la campaña para la reelección de Donald Trump que podría abrir conflictos adicionales por el lado migratorio.
La expectativa ciudadana frente al deseado desconfinamiento no supo ser leída por el presidente López Obrador que despreció la unidad nacional que le ofrecía cambiar la manera de hacer las cosas, no solamente en el plano público sino en el privado y que se ha visto durante el aislamiento inclusive en las situaciones más íntimas de las familias.
Frente a la disyuntiva de abrir las puertas y dejar que el coronavirus provoque más muertes o de regresar a las actividades con objetivos acordes a la nueva realidad socioeconómica que augura más desempleo y pobreza, el gobierno optó por abrir la puerta sin programas de control sanitario y sin bases para reinsertar al país al incierto horizonte económico global.
Es difícil pensar que alguien no quiera que se restablezca la normalidad lo antes posible, ha sido el argumento.
Sin embargo, al no haber querido construir esquemas de reincorporación a la nueva realidad social, política y económica, con la perspectiva de que muchas cosas ya no serán como antes, se desaprovechó la oportunidad histórica que paradójicamente impuso la crisis.
Pensemos que hacia adelante tendremos que convivir con el virus hasta que exista una vacuna, que las relaciones sociales tendrán que ser físicamente distantes y limitadas, que los espectáculos y la diversión serán diferentes, que seremos otro tipo de público, la convivencia ya no podrá ser cercana y que, también, por la nueva realidad se tendrá que actuar diferente frente a las relaciones abusivas dentro y fuera de los hogares, además de que muchos mexicanos no tendrán ahorros para enfrentar los cambios en sus ingresos.
Lamentablemente el costo más elevado será para los más débiles y los más pobres, así como los que no tengan acceso inmediato a la sanidad como los trabajadores autónomos e informales que, a pesar de las ayudas gubernamentales, se precarizarán todavía más, junto con los migrantes.
Ni como recurso retórico es válido decir que podemos regresar el tiempo para empezar de nuevo, como se pregona con la frase “regresar a la nueva normalidad” que es el eufemismo de que la intransigencia política solo es capaz de ofrecer más de lo mismo.
Todavía estamos en tiempo de construir un mejor final que el que se nos presenta con la falsa idea de volver al futuro.
@lusacevedop