La nueva naturaleza del episcopado mexicano
Del despiporre intelectual 5
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Vale la pena lo que nos platica el colega José Antonio Aspiros sobre las Nubes de ayer 10.
“Estimado amigo:
Fui compañero de dos integrantes del Mandinga Poder que menciona tu amiga Rosa María Campos (o Mandinga Power, como ellos le llamaban).
Me refiero a Mariela Cházaro, reportera que murió hace poco de covid-19, y a Octavio Magaña, fallecido hace muchos años. Él fue jefe de información en Notimex, cuando yo fui jefe de redacción.
También estuvieron en ese Mandinga dos veracruzanas que fueron mis compañeras en el Heraldo de México: Isabel Zamorano y Ada Hernández Delfín. Reporteras ambas.
Isabel llegó a ser directora de El Sol de México.
Y creo que también eran mandingas quienes fueron mis jefes, Miguel López Azuara y Eduardo Deschamps.
Celebro que tanto Rosa María Campos como Gaby Vargas hayan «iluminado este sábado».
Quien me iluminará mañana sábado, será el que me haga entonces la tomografía de abdomen que solicitó el antropólogo, paleontólogo o lo que sea. Salud”.
Seguimos con nuestro libro.
José Joaquín Fernández de Lizardi (El Pensador Mexicano)
escritor satírico que proliferó en el primer tercio de la centuria pasada, es considerado unánimemente como el fundador de la novela (satírica) mexicana y el más popular de todos los que han practicado desde entonces el peculiar cuanto difícil género literario.
Su obra más divulgada. El Periquillo Sarniento, constituyó, durante el siglo pasado y posiblemente hasta nuestros días (en los que Pito Pérez, el acierto más feliz de José Rubén Romero puede competir con ella) el prototipo mexicano de la novela picaresca.
Marcelino Menéndez y Pelayo lo calificó como periodista revolucionario, hombre de ideas radicales y heterodoxas, cuando éstas eran rarísimas en México y extraordinariamente tenaz en divulgarlas.
En el renglón estética, sin embargo, el polígrafo español lo sitúa como ingenioso, aunque chabacano escritor, cuya importancia es más bien histórica y social que propiamente literaria.
Más justo en sus apreciaciones fue Ignacio Manuel Altamirano al opinar que Lizardi, con el Periquillo Sarniento, se adelantó a Eugenio Sue en el estudio de los misterios sociales, y que, profundo y sagaz observador, aunque no dotado de una institución adelantada, penetró con su héroe a todas partes para examinar las virtudes y los vicios de la sociedad mexicana, y para pintarla como era ella a principios de éste siglo, en un cuadro palpitante, lleno de verdad y completo, al grado de tener pocos que lo igualen.
Del humorismo de Fernández de Lizardi son las dos muestras siguientes:
El que se mete a hacer lo que no entiende, acertará una vez, como el burro que tocó la flauta por casualidad; pero las más ocasiones echará a perder todo lo que haga, como le sucedía a mi maestro en ése particular, que donde había que poner dos puntos, ponía coma; en donde éste tenía lugar, la omitía y donde debía poner dos puntos, solía poner punto final: razón clara para conocer desde luego que erraba cuanto escribía; y no hubiera sido lo peor que solo hubieran resultado disparates ridículos de su maldita puntuación; pero algunas veces salían unas blasfemias escandalosas.
Tenía una hermosa imagen de la Concepción, y le puso al pie una redondilla que desde luego debía decir así:
Pues del Padre Celestial
Fue María la Hija querida,
No había de ser concebida
Sin pecado original.
Pero el infeliz hombre erró de medio a medio la colocación de los caracteres ortográficos, según que lo tenía de costumbre, y escribió un desafío endemoniado y digno de una mordaza, si lo hubiere hecho con la más leve advertencia, porque puso:
Pues del Padre celestial
Fue María la hija querida
No, había de ser concebida
sin pecado original.
“Decir haz esto porque quiero, porque el otro conozca la injusticia de lo mandado, es una tiranía insufrible, pero muy antigua en el mundo.
Juvenal nos refiere de aquella mujer que pedía a su marido que crucificara a un criado inocente, sin más razón que su voluntad.
Esto es intolerable, y menos entre cristianos.
Oiga usted una decimita que en cierta vez escribí al mismo asunto:
Un señor una ocasión
A un criado suyo reñía,
Y si éste le respondía,
Le decía el amo: chitón,
Chitón o de un mojicón
Te dejaré sin sentido.
Callaba el criado aturdido
Sobrándole que decir;
Porque este modo de argüir
¿a quién no deja concluido?
Entre los grandes escritores políticos del siglo XIX, cuenta en primera fila Ignacio Ramírez, El Nigromante quien combatió por igual a la clericalla reaccionaria, a los oportunistas del liberalismo y a los detractores de la Reforma.
Polemista temible fulminó a los enemigos con elocuencia insuperable, a tal grado que el brillante tribuno español Emilio Castelar reconoció públicamente su derrota en la contienda ideológica que sostuvieron ambos.
Un buen número de escritores y periodistas mercenarios de aquella época, usaron contra él la diatriba y la calumnia armas deleznables que nunca llegaron a alcanzarlo.
El siguiente es un ejemplo de la estima en que El Nigromante tenía en sus adversarios:
Cuando un mastín forastero
cruza por una ciudad
gozques de la vecindad
le van a oler el trasero.
El mastín, grave y mohíno,
ve la turba que babea,
alza la pata, los mea
y prosigue su camino.