Teléfono rojo/José Ureña
Diálogo que no debe perderse
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Sobre los pantalones rotos comparto la plática de dos lectores.
“Estimados amigo:
Qué interesante crónica la del señor embajador don Antonio Pérez Manzano.
Es un valioso registro del momento social por el que pasamos, para sumarlo a alguna actualización de la Historia de la vida privada, que es una obra en cinco tomos sobre las costumbres humanas desde la época del imperio romano.
Acá en San Juan de los Baches (o San Juan del Río desbordado, como prefieras), abundan las personas que usan esos pantalones rotos a que se refieren hoy las Nubes.
A mí no me gustan, ni creo que me hubieran gustado cuando tuve edad para vestir de fachas.
En materia de ropa siempre he preferido lo que no pasa de moda y eso me recuerda cuando un sastre me presionó para aceptar que hiciera mi siguiente traje con los pantalones acampanados. Por fortuna fue sólo uno y pronto lo dejé.
Con mis saludos, le sugiero a don Antonio Pérez manzano que también escriba sobre la minifalda, o sobre el saco y la corbata que antes usábamos los reporteros.
Otro tema puede ser el sombrero, que don F usa a diario en la actualidad, pero que cayó en desuso como parte natural del arreglo personal, mucho antes de que yo hubiera crecido; ya no me tocó.
Salud. José Antonio Aspios Villagómez.
Y la respuesta del diplomático Antonio Perez Manzano “Estimados amigos,
Me halaga saber que han ocupado parte de su tiempo para comentar algo que escribí «intrascendente», pero que sin embargo es parte de nuestra vida diaria.
Uno de mis propósitos al escribir es desmitificar la imagen que se tiene del diplomático en general y mostrar que somos tan humanos como los demás; con debilidades, defectos y virtudes.
En el aspecto profesional somos testigos privilegiados de muchos hechos y costumbres de diferentes países, incluyendo el nuestro; sobre lo cual me siento obligado a compartir.
Me arriesgo a recibir críticas de algún colega, por abordar este tipo de asuntos, pero considero que otros también piensan en esos temas, pero no se atreven a abordarlos. Además de todo, siento la satisfacción de expresar lo que pienso y compartirlo.
Aprovecho para compartirles otro artículo que escribí hace unos meses, al cual titulé «Monumento a la cama». Coincidiremos en que este mueble se merece tal distinción.
Finalmente -no por menos importante-, agradezco a don José Antonio Aspiros sus amables comentarios y recojo la invitación para escribir alguno de los temas que sugiere.
Un afectuoso saludo y mis deseos de conserven la salud ante la amenazante pandemia. Antonio Pérez Manzano
La réplica del escritor desde San Juan del Rio, Querétaro.
¡Pues sí que hay camas para todos los gustos y necesidades!
“Hubo una primera dama que mandó poner la suya suspendida del techo en su habitación de Los Pinos.
Señor embajador: no permita que las críticas de sus colegas lo aten de manos. Hasta los temas más pueriles pueden resultar importantes, útiles y atractivos, si están bien presentados, y sus lectores se lo agradecerán. En un viaje a la URSS pedí entrevistar a un paleontólogo y mis anfitriones se burlaron porque me interesaba «el problema mamut», como le llamaron. Mi entrevistado relacionó el hallazgo de viejos esqueletos no sólo con la ciencia, sino con los beneficios de ello para la economía de su país.
Pero algo peor le pasó a una destacada académica, que se defendió de sus colegas con mucha categoría y de ello escribí un artículo en dos partes, que les comparto. Saludos”.
Y nosotros,a los lectores. Es cultura. Simplemente erudicción.
La crónica y “la academia”
José Antonio Aspiros Villagómez
6 de diciembre de 2018
La entrega anterior de Textos en libertad fue una suerte de crónica retrospectiva acerca de Chapultepec y Los Pinos, con las experiencias del autor. Así fue pensada, porque la crónica es un género tanto literario como periodístico cuyo valor testimonial la convierte en fuente informativa de primera mano para los investigadores.
Les guste o no a quienes cuestionaron por su trabajo a la doctora Sara Sefchovich, como veremos.
La crónica, escribió el periodista Vicente Leñero, “es género puntual del periodismo, del quehacer de la historia, de la literatura misma”. En todos los rincones de México existen cronistas locales. Trabajan puntillosamente en su misión de consignar cuanto ocurre en sus ámbitos para reunir así la información, los testimonios y las vicisitudes de un momento dado de la sociedad.
En nuestro lugar de residencia, San Juan del Río, el cronista es José G. Velázquez Quintanar, y han sido cronistas de la Ciudad de México de mucho renombre, Salvador Novo, Artemio de Valle Arizpe, Carlos Monsiváis, Guillermo Tovar y de Teresa y -sin nombramiento oficial, pero con pleno dominio del oficio- lo es aún Alberto Barranco Chavarría. El cronista de Taxco, Javier Ruiz Ocampo, fue una vez nuestro anfitrión en un recorrido por museos y otros lugares de esa bella ciudad y nos ofreció valiosas informaciones. Lo mismo la cronista del municipio Miguel Hidalgo, María Bustamante Harfush, quien nos llevó a una caminata por la colonia San Miguel Chapultepec.
En la actualidad hay un cronista para cada uno de los 16 municipios de la capital del país, porque la ciudad es inmensa y ya no se limita al Centro Histórico como en el pasado, sino que abarca todo lo que se llamó hasta 2017 Distrito Federal.
Dice un texto sin firma (que los cronistas “reinventan (la ciudad), la mantienen a base de contar su historia, de desentrañar los sucesos que la caracterizan desde su fundación, pasando por sus diversas transformaciones, hasta lo que es hoy y lo que se espera de ella en el futuro”.
En su Breve historia de la crónica (Ediciones Septién, 2008), el maestro y periodista Manuel Pérez Miranda -quien también escribió el libro La entrevista de prensa- sostiene que las primeras crónicas conocidas son las pinturas rupestres porque representan “testimonios vivos, únicos e irrepetibles, captados en esencia por testigos al momento de producirse”, y relata la evolución del género hasta nuestros días y más allá, porque -afirma en comunión con el párrafo previo- “la crónica continúa, no se interrumpe ni tiene fin, mientras exista el hombre”. Al prólogo de ese libro corresponden los conceptos de nuestro recordado maestro Leñero.
Y si el género es tan antiguo en el mundo como prueba la obra de Pérez Miranda, en México por consecuencia también. Además, a juicio de la doctora Sefchovich la crónica es “lo mejor de la literatura mexicana” y se le encuentra “de manera ininterrumpida” desde la época prehispánica con el Chilam Balam y el Popol Vuh, hasta el trabajo actual de Hermann Bellinghausen y otros contemporáneos.
Pero la escritora, socióloga, historiadora, investigadora y profesora de la Universidad Nacional Autónoma de México, al parecer recibió críticas en su medio intelectual, donde por una supuesta falta de rigor académico no habría sido bien recibido por esa élite su estupendo libro Vida y milagros de la crónica en México (Océano, 2017), donde expone esos y otros conceptos, entre ellos que la crónica es democrática -horizontal y accesible-, al contrario del “autoritarismo” de la novela, la poesía o el ensayo, que “no dejan entrar al lector”.
Reitera en esas páginas que la crónica es “el gran género de la literatura mexicana” y a la vez el menos estudiado, lo cual se debe a que se le tomó como un “género menor” pues se publica también en diarios y revistas, como si muchos de éstos (no todos, claro) no tuvieran gran valor documental e informativo, o no fueran verosímiles y bien trabajados. De ahí tal vez que a “la academia” (a la cual la académica Sefchovich no identifica) no le guste.
En una entrevista que publicó el pasado 20 de noviembre el diario El Universal, del que es colaboradora habitual, ella habló de lo anterior y lo repitió esa misma noche cuando recibió el premio ‘Clementina Díaz y de Ovando’ del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) por su labor en torno a la historia social, cultural y de género.
En sus palabras cuando aceptó el premio, comentó que a “la academia” no le había parecido su trabajo sobre la Vida y milagros de la crónica en México, obra que a nuestro juicio es un valioso libro en cuyas 270 páginas sostiene la tesis de que toda la literatura mexicana, incluida la poesía, funciona como crónica.
Entre paréntesis, un artículo de la antropóloga social Virginia García Acosta en la revista Relatos e historias en México de este mes, expone que Clementina Díaz y de Ovando fue una académica que “tuvo tres pasiones: la UNAM, el siglo XIX y la novela histórica” y escribió numerosos libros con temas que abarcan “desde aspectos de la vida cotidiana y la cultura, hasta instituciones virreinales y la educación” en la mencionada centuria. Buscaremos algunos, incluido Los cafés en México en el siglo XIX.
Y la segunda parte ofrecida también, por fecunda, íntegra.
“De regreso con la doctora Sefchovich, la periodista Yanet Aguilar Sosa (El Universal, 20-XI-18), escribió que, a lo largo de su trayectoria, su entrevistada había hecho tanto trabajos académicos como una variedad de géneros más, “que van de la novela al ensayo y al artículo periodístico y que, dice, es algo que la academia rechaza mucho”. En uno de sus artículos, por cierto, citó a este tecleador cuando ambos escribimos sobre el plagio de Guillermo Samperio a Josefina Moguel, de un texto sobre el general Juan Andreu Almazán (El Universal, 27-V-2012).
“Llevo -le dijo a Aguilar la académica de la UNAM- 40 años… peleando para que tenga reconocimiento un tipo de trabajo que no se va por una sola línea” ni “cabe en un solo agujerito (el académico)”, y en cambio “mezcla (géneros) y aprovecha lo que enseña la historia”.
En esa tesitura agradeció -y lo repitió al recibir su premio- que (en el INEHRM) sí “puedan reconocer que un artículo de periódico puede a veces requerir más investigación que un trabajo académico” y se refirió a la “mucha dificultad para expresarse (en los medios masivos) de una manera que te entienda la gente”.
Ella no lo dijo, pero es innegable la importancia de una labor así, para poner al alcance de todo tipo de lectores los trabajos serios en un lenguaje comprensible. Y nos parecería soberbio rechazar el valor de las fuentes hemerográficas para documentar investigaciones, aunque al parecer las descarta por definición la élite erudita.
Hay además una diferencia significativa: los trabajos meramente académicos no llegan más allá de su círculo aunque a veces los llevan a las ferias del libro; se les quedan en sus bodegas o en las librerías de las instituciones y, así, están fuera del alcance del lector común a quien se debería facilitar la adquisición de esos trabajos. Hay que poner esos libros al paso del público. Para comprar libros del INEHRM, por ejemplo, como los varios y valiosos que adquirió este tecleador y ya comentará en sus Lecturas con pátina, hay que trasladarse hasta su librería en el rumbo de San Ángel en la Ciudad de México. No están en librerías comerciales, o éstas no los exhiben. Y es lo mismo en todas las instituciones dedicadas a la investigación, aunque -hay que reconocerlo- la UNAM sí tiene varios puntos de venta.
En cambio los libros que sí llegan a las librerías que funcionan como negocio, no por su naturaleza comercial son todos malos y la prueba está en los que nos ha ofrecido la doctora Sefchovich, inclusive novelas, y entre los que está La suerte de la consorte (Editorial Océano), una obra sin precedentes acerca de las mujeres más próximas al poder -las primeras damas-, cuya edición actualizada abarca desde las virreinas hasta la esposa del ex presidente Enrique Peña Nieto, y no es un trabajo morboso, sino serio y a la vez ameno. Ah, que “la academia”.
Y por último el emérito diplomático, concluye así la charla escrita
“Muchas gracias nuevamente por incluirme en este grupo de lectores, en el que compartimos pensamientos y emociones plasmados en textos.
Algún día -cuando la situación sanitaria mejore-, podremos reunirnos para compartir o intercambiar tantas cosas que hemos podido conocer durante nuestra prolongada y privilegiada vida.
Un abrazo y feliz fin de semana. Y añade: Gracias a don José Antonio por compartir «La Crónica y la Academia».
Y nosotros, a los dos agradecemos su contribución a En las nubes, que utilizamos tal cual.
craveloygalindo@gmail.