Observar a la abogacía/ José Antonio Bretón
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
A propósito hoy se celebra a San Judas Tadeo, en el mundo católico.
Primo de Jesús.
La tradición es bastante cierta en el caso de Judas Tadeo, ya que de las Escrituras se deduce que su padre, Alfeo, era hermano de San José.
Su madre, María de Cleofás, era prima de la Virgen María.
En el templo San Hipólito, Hidalgo y Reforma, frente al Club Primera Plana, está en el Altar.
Bendito sea.
Con permiso de la Asociación de Diplomaticos Escritores tomamos el siguiente artículo de la pintora y escritora doña Sandra Michele Johonson Sandova, que denomina iconografía, mi mundo etéreo, así:
La palabra ícono deriva de la expresión griega “eikón” que en teología significa imagen, y se refiere a toda pintura religiosa realizada sobre una tabla.
El ícono es pues la representación de Jesucristo, la Virgen y los santos que se desea venerar.
Tal situación en cierto modo se inculca en México con la adoración a la Virgen de Guadalupe.
El ícono no es un fin, es un medio y el artesano es el mediador que intenta abrir una ventana entre lo terrenal y lo celestial.
En los íconos no hay perspectiva ni son tridimensionales, así pues los íconos son meras alegorías y representan de manera especial su simbolismo.
Únicamente María sintetiza todo lo femenino de la vida religiosa, después de ella son los ángeles.
La representación de la Madre de Dios con el Niño en brazos fue inspiración para iconoclastas y pintores de todas las épocas, así como para escultores en todo occidente.
La iconografía es una cultura fundamentada en lo humano, lo temporal, lo terrenal, lo real que da la razón a todas las manifestaciones estéticas del mundo artístico.
No obstante la importancia que se le da a los adornos y al colorido, no significa alejarse de lo espiritual.
Es parte del misterio de los íconos en que su colorido avivará los sentidos y lleva a la mente que los contempla, el oro y las piedras preciosas que representan la riqueza sin igual de la gloria del cielo, es la expresión sensible de la presencia irradiante e invisible.
La belleza de un ícono no está en ser una obra de arte, sino en su verdad, por consiguiente un ícono no se ve, sino que se lee, se trata de una síntesis de arte y de Fe.
Al Viajar por el tiempo vamos desgranando los minutos, los segundos, contando el paso de los días y el transcurrir de los años. Registrar el ayer, el hoy y el mañana y en ello la búsqueda de la luz, la búsqueda de Dios, esa fuerza espiritual superior al hombre.
Por milenios para tener contacto con Dios, los humanos han sentido la necesidad de construir sitios especiales para vivir la espiritualidad, buscar protección y esperanza.
Una de las devociones más antiguas como la misma religión, ha sido la devoción a la Madre de Dios, la Virgen María. Para sentirse cobijados, casi como un ritual de vida, por ello la iconografía con imágenes y pinturas que representan etapas de la vida de Jesús y de su madre han sido relevantes en el culto católico.
A través de las manifestaciones artísticas se ha tratado de enseñar, de dar un mensaje religioso, y por supuesto de embellecer los espacios. En el arte cristiano, los temas marianos son de suma importancia como ejemplo de amor, dedicación y entrega.
Aunque las imágenes hablan por sí mismas, hay elementos que atender para apreciarlas mejor, la expresión de los rostros, detalles del vestuario que la revisten y le dan relevancia, con motivos florales y hermosas grecas elaboradas trabajando el metal.
En nuestro país se extiende con fuerza y devoción la veneración a imágenes sacras como lo pueden ser la Virgen de Guadalupe o San Judas Tadeo, a quienes se les pide consuelo y protección.
No se trata ni se pretende explicar o justificar el marco dogmático de la Fe ni nada de eso.
La pretensión es simple y es crear arte de manera artesanal, con un tema que nos acompaña desde tiempos inmemoriales.
El ser creyente, respetuosa y sensible, tocar corazones al entrar en contacto con ese mundo fantástico, etéreo, que da refugio, da consuelo y gran felicidad al agradecer cada trabajo terminado.
Si bien a los íconos se les ha considerado como una artesanía, estos han sacado a la luz verdaderos talentos que usaron su creatividad o supieron adaptarse a los nuevos tiempos.
Hemos tomado como base la iconografía rusa, la hemos adaptado y modernizado de acuerdo a nuestras tradiciones.
Desde el lado espiritual se encuentran la selección del tema y su composición, desde el lado material la abundancia del decorado y en ocasiones el arduo bordado usando perlas y piedras semipreciosas.
Todo más íntimamente relacionado en el contexto de la iconografía con sentimientos y expresiones más apegadas al renacimiento italiano, demanda destreza como artesanos y talento como pintores.
Para el arte griego y renacentista la belleza del cuerpo humano ocupa el primer lugar.
En el ícono, en cambio, el cuerpo desaparece bajo las vestiduras largas y abundantes, cuyos pliegues no expresan el movimiento físico, sino el ritmo espiritual de todo ser.
El rostro tiene la primicia, lo domina todo, los personajes están de frente, por su frontalidad los personajes de los íconos interpelan al espectador, en los íconos solamente los personajes que no alcanzan la santidad aparecen de perfil.
Los ojos en los íconos más antiguos son desmesuradamente grandes y abiertos, desde el siglo XVI los rostros se tornan más suaves y dulces.
La frente simboliza la fuerza y la sabiduría, inseparables del amor. La nariz subraya la nobleza.
La boca muy fina, permanece cerrada porque la contemplación exige silencio.
Los dedos indican la desmaterialización y reflejan la intensidad espiritual que brota de todo ser.
El nimbo dorado de la cabeza simboliza la irradiación de la luz divina en aquel que vive en la intimidad de Dios.
Todo se realiza en primer plano, y el punto de partida se encuentra en quien contempla el ícono y que los personajes van a su encuentro.
Los colores dan forma y plenitud al ícono, juegan un papel muy importante.
El oro, color inalterable, simboliza la vida eterna y la Fe de los cristianos; pero ante todo simboliza a Cristo, sol y luz.
El blanco, no es propiamente un color, pero es el que representa la revelación de la gracia, la teofanía. Blancos son los seres penetrados por la luz divina, los Ángeles del sepulcro vacío, y los de la Ascensión. Color de la pureza, de la ciencia divina.
El rojo es símbolo de vida exuberante, por su vínculo estrecho con la sangre, principio de vida. El rojo es juventud, belleza, riqueza, salud y amor. Aunque por otro lado el rojo puede también significar el egoísmo, el odio, el orgullo de Satanás y el fuego del infierno.
El verde es el color del reino vegetal, de la primavera, de la renovación, verde y vida son dos palabras que se conectan profundamente. El verde es frecuentemente el color de los profetas y del evangelista Juan, anunciadores del Espíritu Santo.
El azul es el más profundo y más inmaterial de los colores, el azul ofrece la transparencia del agua, es el color del cielo por excelencia, el azul guía al espíritu por el camino de la Fe.
El café es el color del suelo, de la arcilla, del barro. Sugiere las hojas muertas, el otoño, el regreso a la tierra.
El negro, la ausencia de color, la negación total, el negro absorbe la luz sin reflejarla, evoca la nada, el caos, la angustia y la muerte.
Sin embargo también es conductor de mensajes, el negro de la noche contiene la promesa de la aurora, así como el invierno anuncia la primavera.
El negro de la noche precedió a la luz de la creación.
La crónica de la dama, electriza. Por su prosa ligera, emociona.
Solo a nosotros nos resta agradecer al embajador emérito en retiro don Antonio Pérez Manzano su benevolente aquiecencia para subirlo a nuestras Nubes. Y compartirlo como hacemos.
Galería de íconos realizados por la autora del presente artículo: