¡Guerrero en llamas! La gobernadora goza la vida cantando
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
El día de hoy celebramos que millones del mundo, no solo los latinoamericanos, aplaudimos de cerca a la Patrona de América, la santísima virgen de Santa María de Guadalupe, en su basílica del Tepeyac.
A nuestra nieta Ximena Guadalupe Ravelo Barba de Rafael Puerto Reyes, como regalo le comentamos querida Bety, en dos párrafos, que compartimos con todos.
El acontecimiento Guadalupano ha forjado la identidad de nuestro pueblo desde hace 490 años.
Nuestra señora de Guadalupe está tatuada en nuestro corazón y nuestra memoria.
Y también que en 1953, cuando Bety y yo –primera persona—acudimos, como cada domingo hacíamos desde novios, a escondidos de don Melchor y Conchita, para agradecer entonces la llegada de nuestro primogénito, don Guillermo y María Teresa, mis padres también guadalupanos, nos obsequiaron un poema, escrito por ellos, a la Virgencita Morena.
Hoy, desde nuestra soledad, lo leímos y de hinojos—apenas pudimos bajar las rodillas—lo compartimos, con una lágrima.
“Virgen de Guadalupe, virgen bendita. Eres del mexicano la Reyna Indita
Virgencita morena Guadalupana, ante ti me persigno cada mañana. Ante ti me postro lleno de unción, pidiéndote me impartas tu bendición.
Poniéndome de hinojos pido anhelante, que nos bendigas siempre con mano amante.
Nunca nos desampares Virgen bendita, bendiciendonos siempre con tu manita.
Eres la bondad pura,¡Oh virgencita!. Por eso nos perdonas. Eres bendita.
Perdona virgencita a este hijo ingrato que no ha sabido darte debido trato. Ya arrepentido de largo rato.
Perdona en, Morena Guadalupana a este hijo que te ofende cada mañana.
Me despido anhelante mi ser querido y espero devoto ser preferido.
Venimos a postrarnos, muy apenados, en espera perdones nuestros pecados.
Eres la bondad pura ¡Oh virgencita!. Por eso nos perdonas Virgen bendita.
A ti, igual que al indio que te encontró, virgen morena guadalupana bendice también en estos álgidos momentos a la patria tuya, tan mexicana”.
La poeta Rosa María Campos nos recuerda que antes de nuestra Lupita la llamaban Tonantzin: «La Madrecita»
Tonantzin , para los prehispánicos era la diosa de la sabiduría, de los animales, los árboles, la salud, la curación, el amor, la guerra y la victoria, el cielo, el sol y la luna.
Ella era proveedora, educadora, defensora de la tierra, salvaguarda de las tradiciones, que heredarían los hijos.
En su honor tallaron bellas esculturas y acostumbraban hacer peregrinajes al Cerro del Tepeyac
En Tonantzin, cuyo nombre significa “nuestra madre venerable”. To «nuestra», Nan(a)- «mamá» Tzin «reverencia, cariño», los mexicanos antiguos reconocían a la representante de la energía femenina que emana el espíritu creador de cada ser humano.
Ella, Tonantzin, su diosa madre de las divinidades, de los rostros y los corazones humanos, les abría las ventanas de oportunidad a niveles de información y frecuencias de luz para elevar su programa de ascensión, en su misión en la Madre Tierra.
Al Tepeyac, llegaban nuestros tatas desde distintos puntos del antiguo México, para honrar a Tonantzin y celebrar la vida en un acto de comunión cósmica y de reconocimiento a su propia madre.
Tonantzin, como dice la historiadora Bibiana Dueñas, era «la Madrecita», que tenía por atributo la vida que ella concedía. De allí su importancia y su fuerza tan grande”.
De tal manera que desde siempre en México la mujer madre ha sido honrada y venerada como también lo fue la Coyolxauhqui la diosa de los cascabeles en la cara, la representada por la luna, la madre de Huitzilopochtli, el dios «Colibrí del sur».