Alfa omega
Hasta que la muerte los separe.
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Es una advertencia que nos sirve a todos.
Un día histórico para la familia, que comparto con gusto. Así de simple, amigos.
Al finalizar un mensaje del maestro Jorge Herrera Valenzuela, sobre la felicidad.
El 24 de enero de 1953, Bety y yo, primera persona, contrajimos matrimonio en Santa Teresita, a las 12 horas. Hubiéramos cumplido hoy sesenta y nueve años juntos.
El precepto bíblico “hasta que la muerte los separe”, se cumplió inclemente. Ella, el tres de agosto de 2015, por desgracia murió. Y reposa, su urna, a espaldas de nuestro escritorio en el despacho.
Hoy nos envía de recordatorio y regalo, nuestra hermana Marina Ravelo de Juan Casas, lo que su nieta la escritora Fernanda Guillermo Casas le mandó. En su cumpleaños 73.
“Mira abue; de mi tío güero, por tu cumpleaños:
“16 de enero de 2014 (es la fecha de la misiva).
Querida hermana Marina Ravelo Galindo de Juan Casas Reveles.
En esta fecha naciste hace muchos años ya. Bety no sabe tu tiempo y mucho menos yo. Pero ha sido tanta la felicidad como gotas tiene la lluvia.
Te hemos disfrutado desde hace sesenta y cinco años, sin perdernos un instante.
Y como a mi amor le digo diario: Bety chula no te rindas por favor. No cedas aunque el frío queme, aunque el miedo muerda.
Aunque el Sol se ponga y se calle el viento. Siempre serás amada.
Tu presencia siempre está, como Marinita chiquita, cerca de todos nosotros.
Como hoy En Las Nubes, en donde Guillermo, nuestro padre, toca el piano y María Teresa, su compañera hermosa, entonan, entusiastas para ti, las gloriosas Mañanitas.
A coro todos, como los niños cantores, como siempre, hacemos segunda:
“Estas son las mañanitas que cantaba el Rey David, a las muchachas bonitas, te las cantamos a ti. Despierta, mi Marinita, mira que ya amaneció, ya los pajaritos cantan, la Luna ya se metió”.
Ten en cuenta que aún hay fuego en tu alma, vida en tus sueños.
Que cada día es un comienzo porque es la hora y el mejor momento.
Nunca dejes de acordarte que éramos doce a la mesa; cuatro mujeres y ocho hombres.
Hoy –entónces, aclaración pertinente– quedamos ocho; seis hombres y dos mujeres.
Todos teníamos, energía, talento … .pero no peculio. Luego dinero, energía, y poco tiempo. Y los que aún quedamos, disfrutamos de todo el tiempo, algunos sin fortuna y talento.
Tú, la más chiquita siempre concertaban las reuniones. Eres entusiasta. La que aún, como Lupita nos convocan.
Empezabas con María Teresa, luego con Guillermo.
Les seguía Rebeca, el güero, Héctor, Ernesto, Lupita, Gustavo, Nacho, Lalo, Mauricio y, claro, tú.
La mazorca aumentó de tamaño con los nuevos hijos políticos.
No olvidabas a Yolanda, a Bety, a Chela, a Irma, a Ruth, a Nohemí, a Lulú y claro a María Luisa, la muy querida Tatis.
También estaban Alfonso, Alejandro y Luis, que ya descansan en paz. Al menos uno.
Eran doce fechas, una por mes.
En diciembre nos reunimos en la casa de Juanito Casas Reveles, tu marido, el padre de Marinita, Juan Pablo y la inefable Teresita del Carmen- Jesús-María-José-y-San Ciro Médico. Suegro de Gabriel Pastor, Gonzalo y Anita.
Abuelo de tus ocho nietos, cuyos nombres no te lo repito.
Nuestras amistades se sorprendían de la variedad de caracteres y se unían a la algarabía, aún sin ser invitados.
Nos regocijamos todos, sin excepción, con la Comida de Traje, (para no decir traje la comida), de la cual uno que otro, gracias a la gentileza de tu familia eludíamos, yo entre ellos.
Fueron muchos, muchos años, en donde también nos reíamos con los tres vinos: vino la suegra, vino la cuenta y no le vino.
Disfrutamos la vida con todo lo que teníamos en el momento. Porque sabíamos que no podíamos tenerlo todo al mismo tiempo.
María Teresa, “tete”, risueña, hasta con su “chaparro”. Guillermo, circunspecto, afable y continuo en el beso de amor a Yola de toda su vida.
Era Rebeca, de sonrisa enigmática y feliz en la contienda.
Luego a quien Bety, con toda razón, reprendía por beber más de una: “Te la estás acabando” nos decía “como el sacapuntas al lápiz”.
El genio y figura de Héctor predominaba: “Chelita, tómate una…”
En tanto que Ernesto, ante un gran trozo de carne pedía a “su” Irma: “Párteme la madre, por favor”. A lo que Guadalupe, con garbo, replicaba: “Si ella no. Yo sí mi doctor….”
Gustavo, siempre ocurrente, carcajada de por medio, quién podrá olvidarlo, atenuaba la escena y contaba un chiste, con tal tino que hasta su Ruth lo festinaba, con el aplauso y brindis de todos.
Ignacio, al terminar su bebida y soplándole los dedos para rascarse… el pantalón, conminaba a Lalito, de andar quedito, no “hacerse taruguito con lo que quedaba en el vasito, aún que siguiera, como acostumbra, calladito”.
Mauricio defendía a su hermano, compadre, colega y al final – no me defiendas compadre– anécdotaba.
Vaya nos platicaba un pasaje atribuido a don Lalo. Con tal precisión que hasta parecía cierto. Lo que originaba que Tatis lo ajusticiara con voz y mirada.
Solo faltaba una de nombrar. Tú Marinita que como hormiguita, siempre atenta y muy bonita, te esmerabas porque todos tuvieran alimento.
“Güero, aquí hay chicharrón. Yo lo hice” a lo que Mauricio, contraviniendo a su mujer responde: “Mejor dale chicharrón a Juan…” “Y a mí por qué” arremetía de inmediato, éste sin perder serenidad y buen ánimo.
Hablar de beber no implicaba licor, sino cerveza. Era una regla que contraveníamos a escondidas de anfitriones y esposas. Lo recordamos bien, verdad Gussi. Como también ellas, cuando nos reclamaban airadas al llegar a casa. No antes.
Fueron épocas gloriosas.
Pero todo por servir se acaba y acaba por no servir. Uno tras otros se han ido para siempre. De aquellos doce que éramos solo ya quedamos ocho. Seis hombres, conste que en ellos incluimos a Ernesto, y dos mujeres. Ernesto, sigue con vida pero ausente de nosotros.
A todos y a todas nos han llegado hijos, nietos y bisnietos, que conforman una prole numerosa.
Si de nuestros hijos hablamos María Teresa tuvo tres: Maritere, Susana y Alfonso.
De Guillermo y Yolanda son cinco: Carmelita, Guillermo, Yolanda, Georgina y Maricela.
Rebeca dejó a dos, Verónica y Alejandro.
El que escribe y Bety tienen cuatro: Carlos Fernando, Luis Emilio, Jorge Alberto y Arturo Javier.
Don Héctor y Graciela sólo tres: Héctor, Humberto y Chelita.
Ernesto e Irma, al “picho” Ernesto, Irma Margarita, Alfredo y Liliana.
Guadalupe nomás tres, ni uno más: Luz María de Guadalupe, Luis Mauricio y Claudia Marina, la maestra milagrosa.
Gustavo y Ruth a “Gusi” Gustavo y Alfredo.
Ignacio y Nohemí a Jacqueline, Jesica e Ignacio.
Eduardo y Lourdes a tres también: Regina, Paulina y José Eduardo.
Mauricio y María Luisa “Tatis” a Mauricio, Gabriel y David.
Y ustedes Marinita y Juan a los que ya nombramos.
Es un pequeño repaso, sin hablar de nietos, nombres, edades o bisnietos, para evocar toda una época que rememoramos continuamente con gran ternura. Domingos o sábado de cada mes del año, que el calendario de Lalito nos recordaba, así como las fechas del cumpleaños o santo de cada uno.
Han pasado muchos años. Se han ido algunos. Pero los que aún quedamos nos tratamos con respeto, con afecto, con cariño. Y nos hablamos continuamente para saber cómo estamos o seguimos vivos.
Por esta razón Bety y yo, con cariño, queremos repetirte lo que don Guillermo Ravelo Anaya nos leyó exactamente el 16 de enero de l953, cuatro años después de haber nacido tú:
“Para mi hija Marinita, la más chica y más bonita, pido a Dios que me dé vida, para verla crecidita”. Hoy, él y María Teresa estarían orgullosas de su pequeñita que tanto hizo por ellos. Y que vivieron a su lado tanto y tanto tiempo con el amor pródigo de quien siempre les patentó.
Y siguen desde el Cielo, en donde están, tu camino y dicen, Bety y yo los oímos con frecuencia decirnos: “Mírenla, ya su corazón la rebasó…” Por ello esta escueta cartita como revelación de algo que deberás recordar toda tu vida: el cariño, respeto a Marinita, la hermana más bonita, que junto con Lupita, son honra y orgullo de todos y cada uno de sus hermanos supervivientes.
Con enorme satisfacción firmamos mancomunadamente Bety y Carlos Fernando. Un beso extra”.
Acabamos nosotros también de darle lectura, sin faltar por supuesto la añoranza por quienes se adelantaron, y una furtiva lágrima, de quienes, ya viejos, quedamos.
Y nos dice don Jorge:
“Estimado y respetado Decano de los Reporteros Diaristas y Columnistas Mexicanos, una vez más, te reitero mi felicitación por tus amenos comentarios EN LAS NUBES que encierran conceptos filosóficos, verdades y frases que perduran en la mente de quienes te leemos.
Nunca la riqueza ha dado felicidad plena a los hombres y a las mujeres, sino los sencillos actos que jamás esos millonarios vislumbran hasta que una voz los ilumina, entonces entienden y viven la felicidad, que comparten con nuestros semejantes, máxime si son niños.
Allá por los años 50 un grupo de estudiantes, afiliados al Instituto Nacional de la Juventud Mexicana, se reunió para llevar dulces y juguetes a los niños del Hospicio ubicado en la Calzada de Tlalpan y el hoy Viaducto Alemán.
Los acompañaron las artistas de cine Magda Donato y las hermanas Alicia y Azucena Rodríguez.
Los rostros de esos niños infractores, huérfanos la mayoría, reflejaban una alegría inmensa y abrazaban a quienes, también sonrientes, entregaban modestos, pero valiosos, regalos.
Cuánto podría hacerse no solo con los niños, los jóvenes y con ancianos desamparados.
No es el dinero, es demostrar afecto, cariño.
Regalar unos minutos de felicidad, es lo más valioso.
Gracias por ese comentario que estremece a quienes lo leemos. Un abrazo querido Carlos.
En otro órden de ideas, qué sabes de nuestra amiga Rusia, pues he perdido el contacto con ella. Atentamente tu amigo y colega Jorge Herrera Valenzuela”.