Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Como dice Amin Maalouf en su obra: El Naufragio de la de civilización.
“Parece que vamos a bordo: los países y clases sociales en un trasatlántico como el Titanic y nos vamos a estrellar con una montaña de hielo que se derrite. Con el calentamiento global, vamos la humanidad entera a un naufragio apocalíptico”.
Las nuevas generaciones se han perdido de la cultura ancestral, disfrutar los rituales y la naturaleza.
Pero que paradoja. Se incrementó la violencia y las adicciones, corremos a toda velocidad, pero en dirección contraria.
El tiempo se volvió el peor enemigo.
Para llegar a “tiempo” se volvió imprescindible el auto, una de las principales fuentes de estrés y contaminación.
En cuestión de género solo intercambiamos los roles, se empeñan en que hombres y mujeres sigamos como enemigos.
Imprescindible compartir las pláticas de sobre mesa. Y más cuando son narradas por una doctora, escritora, bien conocida por su prosa fecunda
Como ésta. Dígame usted si no.
Es sobre el cambio vertiginoso de la civilización, de doña Rosa Chávez Cárdenas, que nos dice, despojada de preocupación. Pero consciente de su obligación psicológica, profesión a la que también se dedica.
“Nací en los años cincuenta, con el privilegio de vivir en el terruño donde nacieron mis padres, el mundo se movía lentamente.
Las vacaciones de verano eran muy largas, las disfrutaba en el pueblo de mi abuelo, en el estado de jalisco.
Llegar era una odisea, la carretera era de terracería, cuando llovía el pueblo parecía Venecia, los niños nos divertíamos con una pelota y con barquitos de papel en el arroyo del agua, mientras avanzaba a tomar su cauce en el río, a unas cuadras del jardín principal.
Los hogares permanecían de puertas abiertas, los niños vivíamos en libertad, sin miedos, entrabamos a las casas de amigos y parientes.
Las familias sembraban las tierras que habían heredado de sus padres, criaban el ganado y con la leche elaboraban quesos para su consumo y para la venta.
Los alimentos los preparaban con los productos del campo.
Se curaban con las enseñanzas de sus ancestros, a los bebés cuando se deshidrataban les acomodaban la mollera (la fontanela) y les “tronaban” las anginas: un masaje en los brazos, logra que el niño mejore la digestión y se desinflaman las amígdalas.
La mayoría en los pueblos cultivan árboles frutales en el traspatio de su casa y huertas en sus terrenos; la fruta la conservan en jalea para todo el año, así como las semillas para la siguiente cosecha.
Durante las fuertes lluvias hacían cruces de sal en la puerta y rezaban con ramas de laurel y romero para mitigar la tormenta, rituales entre paganos y religiosos.
El teléfono se encontraba en una caseta y solo lo utilizaban para emergencias.
Qué triste, en la era moderna vivimos pegados al celular.
La civilización cambió radicalmente, muchos avances. Bueno o malo, depende.
Pero, las nuevas generaciones se han perdido de la cultura ancestral, disfrutar los rituales y la naturaleza.
El progreso tecnológico nos rebasó, es el más espectacular de todos los tiempos.
Tenemos al alcance de la mano, el conocimiento tan solo con un aparato, pero perdimos socialización.
China de estar aislada del mundo, ahora es una de las primeras potencias, casi rebasa a Estados Unidos.
Parecía que con tantos adelantos tecnológicos ya se había librado la humanidad de prejuicios que la acosaban y viviríamos una era de derechos humanos, libertad y progreso.
En cuestión de género solo intercambiamos los roles, se empeñan en que hombres y mujeres sigamos como enemigos.
Como dice Amin Maalouf en su obra: El Naufragio de la de civilización.
“Parece que vamos a bordo: los países y clases sociales en un trasatlántico como el Titanic y nos vamos a estrellar con una montaña de hielo que se derrite. Con el calentamiento global, vamos la humanidad entera un naufragio apocalíptico”.