Teléfono rojo
De mis bendiciones 18
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Benditos los que perdonan mis interrupciones.
Ah, vuelvo de mi digresión y reproduzco parte de un capítulo del Corsario Beige: Es un diálogo entre, Renato Leduc y un coronel, que pinta al legislador de cuerpo entero. Más o menos lo que acontecía en 1940, hoy, digo, es lo mismo en esas cámaras legislativas.
“A veces sufre uno porque se le despega la suela del zapato, porque se le rompe el pantalón o porque entre todos los hijos de los hombres sólo el nuestro –desdichado- no tiene un juguete para jugar o un dulce que llevarse a la boca; y estos dolores no por ser pequeños dejan de ser grandes…”
“Pero como dijo el diputado Anguiano en aquél memorable discurso que pronunció en ocasión de las fiestas patrias, encaramado en el kiosco de música de la plaza principal de Indaparapeo, cómo dijo el diputado Anguiano, ¿recuerda usted? “hay que hacer caso omiso de todas aquellas cuestiones que no constituyen un problema nacional”.
“No se desmoralice pues, mi coronel, que en este mundo no hay cosas irremediables salvo la muerte, y eso porque la muerte es, en cambio, el remedio supremo… Alguien dijo al rey Midas: lo mejor para el hombre sería no haber nacido, pero una vez que nacimos hay que vivir y que morir cuanto antes…
“—¿Quién es el rey Midas…?
“—Pues no lo conocí personalmente, mi coronel, pero de todas maneras mientras nos quede la vida nada habremos perdido, y si la perdemos ¿qué nos importan ya las cosas de la vida? Y si no la perdemos, repito, nada habremos perdido, mi coronel, puesto que aún tenemos la vida.
-Lo peor que puede sucedernos es morir, pero una vez muertos, mi coronel, ¿qué nos importan ya la vida y la muerte? Y mientras la muerte no llegue ¿qué cosa peor que morir puede sucedernos en la vida?
No se preocupa, pues, y mucho menos por cuestiones de dinero, que está en tierra bendita, hambre nadie padece, y las cuestiones de dinero, si tiene usted dinero se arreglan con dinero; y si no tiene dinero, se arreglan sin dinero; provisionalmente, mande al carajo sus compromisos, y no pierda la línea, pues más vale ser ladrón que limosnero; tome las cosas de donde las haya y no pida ni llore a nadie; que el hombre que pretende guarnecerse de la lluvia bajo los árboles, mi coronel, se moja dos veces, primero con el agua de lluvia, y después con el agua de los árboles…
Aquí donde usted me ve, yo iba para licenciado que volaba, y en los libros aprendí muchas cosas, entre otras ésta, mi coronel, que el que no tiene derechos tampoco tiene obligaciones.
Nada debemos a nadie, la poca alegría de que hemos disfrutado, siempre la pusimos nosotros, porque la vida, a lo que parece, se ha propuesto fregarnos de un hilo; y si no dígame usted mi coronel, ¿qué le dieron los amigos sino desengaños? ¿qué le dieron sus queridas, sino disgustos? ¿qué le dieron los cantineros, sino venenos? ¿qué le dio a usted su mujer sino hijos? ¿y qué le darán sus hijos, sino nietos? ¿y qué le darán sus nietos, sino bisnietos?…Y ni quejarse es bueno, porque demasiado sabemos que el encino no ha de dar sino bellotas.
Pero no se desmoralice, mi coronel, que usted tiene madera de político de éxito, hombre de triunfo, y algún día, pronto tal vez, le llegará su turno… ¡Ah! Y quisiera tener esa noción primaria de las cosas, esa avidez de todo, esa habilidad para olvidar injurias y para recordar onomásticos, ese certero instinto predatorio, esa sordera que le permite a usted no escuchar lo que no quiere, mi coronel, porque con todas esas cosas tendría yo automóvil, queridas, dinero y a media República bajo mis plantas, aunque el automóvil sólo me sirviera para encandilar muchachitas idiotas; las queridas para solaz de mis amigos, y el dinero para hacerme pendejo solo creyéndome muy rico.
Esta es la primera vez que no le oigo reír, esta es la primera vez que le veo fallar por pequeñas cuestiones de crédito que guardar y honra que mantener; como luego dicen: la mejor mula se está echando, y usted, mi coronel, se me está volviendo purpurino o puritano, que no sé a punto fijo cómo se dice; se me está volviendo puritano o purpurino cuando menos debe hacerlo.
Recuerde aquél dicho que dice que el cabrón siempre es cabrón y el chivo hasta cierto punto; que el borrego es agachón y el pobre lo es todo junto: chivo, borrego y cabrón. Hay que salir de pobres, porque estamos ya en la edad en que nada se consigue sin dinero y, como dijo Lerdo, mi coronel: Ahora o nunca…
El cartelito de abigeo, tahúr y contrabandista, que, sin merecerlo, conquistó usted en la frontera, ya ni Dios Padre se lo quitará de encima, pero cuando sea usted poderoso, nadie osará echárselo en cara; aproveche pues la oportunidad que le brindan para irse arriba y no se ande con remilgos, que si va usted escarbando en el pedigrí de cada familia prócer –de las de antes y de las de hoy- se encontrará con que el fundador fue siempre un abigeo, un estafador, un gangster, un alcahuete, un cómico de la legua, una puta de postín o un abogado de prestigio.
Sea usted el fundador de una casa ilustre, sea usted la primera piedra, dicho sea sin ofenderlo, de una rancia estirpe; que mañana, mi coronel, luzca su efigie venerable en el salón de recepciones de sus bisnietos, que ya para entonces, en la nariz de su efigie venerable nadie encontrará las rojeces que dejaron el tequila de Jalisco, el mezcal de Oaxaca, el charanda de Michoacán, el sotol de Chihuahua, el bacanora de Sonora, el resacao de Guerrero, el tapemete de Durango, el nanche de Veracruz, el pinos de Zacatecas, el cerroprieto de San Luis, el periqueño de Sinaloa, el xtabentún de Yucatán y los chumiates de Toluca.
Funde usted una casa ilustre, mi coronel, que desde hoy le propongo para ella esta divisa fuerte y altanera; Vale verga hacer zapatos –vale más comprarlos hechos…
A caballo dado no se le ve colmillo, acepte usted sin regatear la comisioncita que le dan, que si la cumple con eficacia se le abrirán, ipso facto, todas las puertas que hasta
hoy le han cerrado. ¿Quiere usted llevar una vida ejemplar a estas alturas? Pues yo le garantizo que mientras vayamos como hemos ido siempre, fracasando sin truco, de pueblo en pueblo, ni sus propios hijos le agradecerán el ejemplo.
¿No quiere usted salir de México? ¿Esa muchachita? ¿Su taquígrafa? ¡Ah! Sí; bastante guapa, pero permítame que le repita lo que usted me dijo hace año y medio, cuando nos encontramos en aquel cabaretucho de mala muerte, poco antes de salir para Sonora: todavía me suena en los oídos la carcajada que soltó usted cuando le confesé que yo no quería salir de México porque estaba enamorado… ¡Ah! Mi coronel, parece mentira a su edad. Parece mentira que una liebre corrida como usted… Con que enamorado a los cuarenta y cinco años… ja… ja… ja… Ridículo, mi coronel, tan ridículo como si ahora se le fuera ocurriendo a usted hacerse futbolista… ¿Con que pretende usted volver a casarse? ¿No? Ja… ja… ja… permítame que me ría, y permítame que le de un buen consejo.
Ya que enviudó usted, ya que Dios le hizo la merced de quitarle a esa excelente señora que fue su esposa, respete la voluntad divina, permanezca viudo y aproveche la circunstancia; que la mujer por buena que sea, no deja de ser un lastre para el hombre de aspiraciones. Y no se vuelva a casar. Ya sé que su perro vicio son las mujeres, y ahora a mí me toca hacerle el ofrecimiento que me hizo usted hace año y medio: ¿Cuántas quiere? Dígame nada más la pinta, y yo se las consigo; porque, además, en esto como en todo, debemos ser consecuentes con los principios socialistas por los que hemos venido propugnando desde hace quince años.
No sabe usted, mi coronel, lo molesto y humillante que resulta para el conglomerado social la pública, pacífica y no interrumpida posesión de una sola y única mujer, por un solo y único individuo… ¡Oh! El día en que todas las mujeres sean de todos… “E pluribus unum –in goda we trust” como dice la leyenda de los dólares…
Y no me alegue usted la razón clásica: Mis hijos necesitan el calor de un hogar. Los niños, mi coronel, solamente deben interesar al Estado en vista de las posibilidades que encierran; si de hombres realizan las posibilidades que encerraban cuando niños, nos interesa el hombre y no el niño; si de hombres no realizan las posibilidades que encerraban cuando niños, entonces, mi coronel, no nos interesa ni el niño ni el hombre; para que el niño se realice, hay que dejarlo libre, libre sobre todo de esos morbosos problemas de ternura y amor filial tan caros a nuestros mayores. ¿Para qué quiere usted, mi coronel, que sus hijos le amen? ¿para qué necesitan sus hijos que usted les ame? Provea a la alimentación de esos muchachos en forma competente y no se emocione, que la emoción es el peor enemigo de las grandes empresas: de la guerra, del comercio, de la industria, de la política y de todo aquello que requiere eso que don Carlos Pereyra llamaba alma sin alma y que en mi tierra, con más substancioso criterio, llaman huevos.
Una de las causas –la principal quizá- de que nuestro Pancho Villa diera dado y a la postre no convenciera sino a los turistas, consistió en que nuestro Pancho Villa, al igual que las señoritas quedadas, los niños consentidos, y los asesinos madrugadores, era cobarde y sentimental, irascible y llorón… y como usted, mi coronel, tenía el perro vicio de las mujeres.
¿Con que la muchachita esa, no?
Claro que en lo tocante a piernas no anda mal la mocosa, es además una chica excelente, sin más defecto que una madre anciana y una desmesurada vanidad que sostener. Desde luego no sería usted el primer funcionario que se casara con su taquigrafía, pero no creo que haya necesidad de recurrir a tal extremo. Ocurre que, como dicen los clásicos, está usted confundiendo el amor con las ganas de folgar, que esa muchachita se ha dado cuenta de ello y por eso le está poniendo las peras a veinticinco; pero si usted me autoriza, yo trataré de convencerla de que un funcionario de limpios antecedentes socialistas como usted, no puede, sin grave detrimento de su prestigio político, incurrir en vicios tan notoriamente burgueses como fundar un hogar, comprar un radio o pagar a sus acreedores.
Por lo demás estas son cuestiones en las que yo, por más adicto amigo y fiel servidor que sea de usted, no quisiera inmiscuirme; usted sabe su cuento, si está por el casorio, cásese, pero le garantizo que en cuanto sea usted gente y esa niña se percate de ello, en cuanto asegure su posición cerca de usted, le dará por adquirir notoriedad; en cuanto se de cuenta de que lo tiene a usted cogido por el sexo, se pondrá sistemáticamente en plan de neurastenia superior y para distraerse le dará por patrocinar, a costa de usted naturalmente, sociedades de beneficencia, por organizar fiestecitas sociales, por jugar jueguitos aristocráticos, por practicar gimnasia sueca, lésbica o del país con sus amiguitas, por enamorarse de cualquier pendejete snob y, en fin, por ponerlo a usted en evidencia ante los ojos de nuestros correligionarios y amigos…
-¿Qué quiere decir snob…? Hoy en la noche veo en el diccionario y mañana le informo a usted, mi coronel…
Pero desde luego, nada de eso sería bochornoso para usted puesto que siendo usted un hombre a carta cabal tendría, por definición, que ser cornudo. Y no se extrañe ni se ofenda, su ídolo, el inmenso Bonaparte fue, sin menoscabo de su fama, el más estupendo cabrón. Llegado el caso podría yo ofrecer a usted para consuelo otros muchos ejemplares además del de Napoleón y, por si acaso no fuera bastante, podría ofrecerle también una sentada jurisprudencia: “el que no es cabrón no es hombre”, “no es defecto ser cabrón cuando la mujer es puta”; “desde nuestro padre Adán hasta los santos varones todititos son cabrones y los que no son, serán…” etc., etc.
Es verdad que la muchachita vale la pena; como ha observado usted muy bien, tiene un gran temperamento, pero si se casa usted con ella, lleva usted el riesgo de adquirir –como dicen los juristas- la nuda propiedad pero no el usufructo de ese temperamento. No sé dónde leí, mi coronel, que las mujeres son como violines, que no cualquier idiota las hace vibrar.
Los hombres serios, los hombres consagrados a una alta misión, los hombres a quienes todo el mundo tiene interés en engañar, deben darse por engañados de antemano y proceder en consecuencia. Como decía el risueño y generoso Manco de Celaya: No hay general que resista un cañonazo de cincuenta mil pesos, ni mujer que resista un automóvil. Obséquiele usted a esa muchacha un Packard y una casita; duerma usted con ella tres o cuatro veces en esa casita; mande usted buscar al novio o amante desdeñado, reconcílielos y cáselos, sea usted padrino de la boda, hágale a la feliz pareja un regalo decoroso en numerario, mueva usted sus influencias y consígale a él un honesto modus vivendi, y, déjelos en paz, que ellos le vivirán eternamente agradecidos y usted quedará satisfecho del pasado y tranquilo para el porvenir…
No quisiera yo verlo, mi coronel, distraído de sus graves deberes políticos por una mujer, permítame que le diga, abusando de la confianza que usted me dispensa, que eso es ridículo y peligroso, sobre todo a su edad, sobre todo cuando está usted a punto de conquistarse una envidiable posición.
Y hablando de cosas más serias, siga usted mi consejo, acepte la comisioncita que le ofrecen que ese puede ser el primer escalón de su grandeza… ¿qué porvenir le espera en ese empleíllo que ahora tiene? Hay que mirar adelante, mi coronel, a pesar de nuestras convicciones debemos tener en cuenta que el dinero sigue siendo el amo del mundo y, como decía yo antes, estamos ya en edad en que nada se nos da gratuitamente. Ya que no tenemos madera de mártires, ni tamaños para renunciar a todo, tengamos por lo menos la necesaria enjundia por conseguirlo todo a cualquier costa… y vámonos de aquí, vámonos de esta ciudad cuya dulzura nos está afeminando, vámonos donde haya que pelear con los hombres o con las fieras, con los elementos o con nosotros mismos; vámonos a donde no haya mujeres que ya sabe usted, mi coronel, que las mujeres, como el tomate, le quitan la fuerza al chile…
Puede verse claramente, con el ejemplo puesto tanto de don Luis Vega y Monroy y Renato Leduc, cómo, en aquél tiempo podía hablarse de los temas políticos; burlarse de ellos, a través de interpósito personaje.
Sólo así, el escritor, el periodista, podía reírse a su antojo, de la clase poderosa y rica, emanada de la política, de México.
Y la crítica era bien recibida. Aun cuando los directamente involucrados, los políticos, no entendían. Como hoy ocurre por desgracia para todos.