Abanico
Un santo triste, es un triste santo
Reproducir de grandes escritores sus textos nos da satisfacción. Y presumirlos, más.
Empecemos con el cuento Incognoscible del también reportero amigo don Mario Luis Altuzar Suárez. Desde Tuxtla Gutierrez, Chiapas, donde reside y saluda efusivo.
-…y nos reconstruimos para reinventarnos con la fuerza del poder de la Palabra del Incognoscible, el más grande que cualquier organización de endiosados resentidos en su cruzada destructora de estructuras físicas y en su falso poderío, excluir y esclavizar a hombres y mujeres, y usurpa la Suprema Voluntad.
-¿Ante su furia devastadora, qué hacer?
-¡Sencillo! ¿Recuerdas que nos arrojaron al desierto? ¿Y qué hicimos? ¡Nos sincretizamos con el calor ardiente de la arena asilante de los huérfanos por retroceso histórico!
Y cuándo se dieron cuenta, creyeron destruir ese dos de septiembre de dos mil siete, el Augusto Templo de la Libertad allí, en el remoto Wakhan Corridor, Afghansitan.
¡Paradoja! Hicieron un favor, nosotros sentimos el alivio de romper el límite de nuestra pequeñez al caer el techo de la construcción para unificarnos en nuestra grandeza con las estrellas.
-¡Si! Recuerdo bien cómo los excluidos de los fundamentales fuimos los sobrevivientes reconstruidos…
-Fue gracias a nuestro líder, de la misma edad infantil, qué en medio de tres paredes, una con una puerta al horizonte, a falta de maestros caídos por las balas del odio, ese pequeño asumió y nosotros, número cabalístico: Los Trece.
Y lo consagramos, en la misión divina de conducirnos a la libertad y a vivir, simplemente vivir la vida como en el Principio de los tiempos, varones y varonas caminando uno al lado del otro, ni uno atrás, ni uno adelante…
-¡Ah! Cómo recuerdo esos pasajes islamistas, sin manipulación, simplemente como lo qué es:
La Palabra del Incognoscible, el Centésimo nombré de El, el Padre Creador.
-Con su cúmulo de sabiduría en el cielo como en la tierra.
Y ellos, los Falsos Profetas, podrán destruir las construcciones con sus bombas y balas, y podrán encerrar nuestros cuerpos, pero jamás podrán atentar contra nuestros pensamientos, producto de nuestra mente conectada con la Gran Esencia Universal.
¡Y siempre dispuestos a reconstruirnos para reinventarnos! Nacimos libres a la inmortalidad.
Ahora con otro bardo:
Microrrelato de Umberto Senegal: Solicitud inútil.
“Espera, tengo algo para contarte”, suplicó.
“Cuéntamelo por el camino”, respondió la muerte.
Un cuento de Gabriel García Márquez: El drama del desencantado.
El drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía veía a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad.
Cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo.
Había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.
Ahora un microrrelato de Luisa Valenzuela: Narcisa.
Como quien mira por la ventana del bar, miro la ventana. El tipo que me ve desde afuera entra para interrogarme.
–Me gustás. –Lo mismo digo. –¿Yo también te gusto? –Nada de eso, me gusto yo. Me estaba mirando en el reflejo.
Y como postre lo que escribió Rosa María Campos, desde Ocotepec, Veracruz. La poeta lo calificó como humor cristiano.
“Señor dame el sentido del humor, dame el don de saber reírme, a fin de que sepa traer un poco de alegría a la vida haciendo partícipe a los otros”.
La mayoría de las religiones orientales tiene anécdotas humorísticas que contienen profundas enseñanzas, pero en Occidente este tipo de anécdotas no se manejan, como en Medio Oriente, donde el Islam, el Sufismo, Cábala y Jasidismo del judaísmo, están llenos de ejemplos, como él siguiente:
“¡Mozo. Mozo…Hay un Dios en mi sopa!”
Sin embargo el cristianismo, la religión más sufrida, en sus textos sagrados revela que: “Un corazón alegre es la mejor medicina, un espíritu abatido termina por secar los huesos”.
Jesús decía frases ocurrentes. Por ejemplo: “pasar un camello por el ojo de una aguja” (Mt 19,24) o cuando se refería a los fariseos: “¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!” (Lc 11- 23:24), o la frase “Echar perlas a los chanchos” (Mt 7,6), todas evocan imágenes chistosas y dan a entender que Jesús tenía un sutil sentido del humor.
Juan Bosco era bromista. Santa Teresa de Ávila especialista en poner apodos. A San Felipe Neri lo llamaban “el bufón de Dios” por su costumbre de divertir con sus ocurrencias a los Cardenales de Roma. San Bernardino de Siena nunca paraba de reír y bromear.
Santo Tomás Moro solo invitaba a comer a quién compartiera chistes con él. Su sentido del humor muy inglés, lo siguió hasta el momento de su muerte:
Tomás Moro (1478-1535) era un abogado tan culto que llegó a ser Canciller del rey Enrique VIII, pero cuando éste rey rompió con la Iglesia Católica proclamándose Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, mandó a la guillotina a Tomás Moro quién agotado, después de subir escalones para que le cortaran la cabeza, dijo a su verdugo: “Le ruego, señor teniente, ayúdeme a subir; en cuanto a bajar, deje que ruede por mí mismo”.
Canonizado en 1935 y en el año 2000, proclamado patrono de los políticos, Tomas Moro escribió la siguiente oración:
“Señor, dame una buena digestión y -naturalmente- algo para digerir. Dame la salud del cuerpo y el buen humor necesario para mantenerla. Dame un alma sana que tenga siempre ante los ojos lo que es bueno y puro de manera que frente al pecado no me escandalice, sino que sepa encontrar la forma de ponerle remedio”.
“Un Santo triste es un triste Santo”.
Sí, son breves y buenos. Por ello, decimos con sentido común, son doblemente buenos.