Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
Vámonos de tianguis con la justicia
Trasladamos con lealtad el fallo del que nos entera en Candelero el maestro Abraham Mohamed Zamilpa, sin más:
Bien dice el dicho que todo cae por su propio peso y, de nuevo, el tiempo le dio la razón a Ricardo Monreal.
Y es que tras las evidencias y la exposición en los medios, a la Fiscalía General del Estado de Veracruz no le quedó más remedio que acatar las recomendaciones que hizo la Comisión Nacional de Derechos Humanos -CNDH- en diciembre pasado, al Gobierno de Cuitláhuac García para sancionar a quienes violentaron los Derechos Humanos de los seis jóvenes encarcelados en Pacho Viejo y que gracias a las gestiones del senador Monreal hoy están libres.
Hace unas semanas el propio Ricardo Monreal Ávila, presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado de la República dio a conocer la serie de recomendaciones que hizo la Comisión al Gobierno de Veracruz, para sancionar la actuación de los policías, fiscales y jugadores que en Veracruz encarcelaron a inocentes.
Hoy esto es una realidad y a través de su cuenta de Twitter la Fiscalía General de la entidad dio a conocer que la dependencia decidió aceptar y dar cumplimiento a dicha recomendación.
Añade que es la obligación de todos los servidores públicos de esta dependencia respetar a cabalidad las garantías individuales de las personas.
¿En serio?…. tarde para darse cuenta….¿no cree? pues recordemos que el senador Monreal evidenció las irregularidades de esta Fiscalia desde hace varios meses sin que se hiciera nada al respecto”.
Nosotros servidores de México, lo damos a conocer y recomendamos:
La forma más fácil de hacer sentir bien a la gente es decirle cosas que no son difíciles de decir como «Hola» y «Muchas Gracias».
Los amigos son raras joyas, que pueden hacerte enojar y sonreír, que poco a poco aprenden a escuchar, a alentarte y ellos siempre abrirán su corazón a nosotros.
Demuéstrales a tus amigos lo mucho que los estimas haciéndoles estos regalos, que nos sugieren:
1.- El regalo de Escuchar.
Pero realmente escuchar, sin interrumpir, bostezar, o criticar. Sólo escuchar.
2.- El regalo del Cariño.
Ser generoso con besos, abrazos, palmadas en la espalda y apretones de manos, estas pequeñas acciones demuestra el cariño por tu familia y amigos.
3.- El regalo de la Sonrisa.
Llena tu vida de imágenes con sonrisas, dibujos, caricaturas y tu regalo dirá: «me gusta reír contigo».
4.- El regalo de las Notas Escritas.
Esto puede ser un simple «gracias por ayudarme», un detalle como estos puede ser recordado de por vida y tal vez cambiaría la tristeza por alegría.
5.- El regalo de un Cumplido.
Un simple y sincero «te ves genial de rojo», «has hecho un gran trabajo» o «fue una estupenda comida» puede hacer especial un día.
6.- El regalo del Favor.
Todos los días procura hacer un favor.
7.- El regalo de la Soledad.
Hay días que no hay nada mejor que estar solo. Sé sensible a aquellos días y da este regalo o solicítalo a los demás.
8.- El regalo de la disposición a la Gratitud.
Demos, todos, gracias a Rosa María Campos, por su actitud.
Enseguida con otro escritor que nos invita en sus Lecturas con pátina un recorrido el Libro con postales de tianguis muestra la ciudad que se fue.
Nos referimos, claro a don José Antonio Aspiros Villagómez que, sin más nos dice salvo la mejor opinión del lector, coleccionar y documentar objetos es uno de los pasatiempos más provechosos y agradables a que podemos dedicarnos.
Así, por ejemplo, el Museo del Estanquillo en el Centro Histórico de la Ciudad de México contiene las diversas colecciones del intelectual Carlos Monsiváis (1938-2010), algunas de tipo popular y todas muy atractivas y educativas. También “coleccionó” gatos, pero esos tuvieron otro destino.
Y precisamente acerca de la capital del país, el coleccionista Carlos Villasana tiene miles de fotografías y tarjetas postales encontradas “dentro de cajitas entre las chácharas de algún tianguis”, y cien de ellas fueron seleccionadas para el libro La ciudad que ya no existe, publicado en este 2021 por la Editorial Planeta.
Hay urbes que sí existen todavía, y muy bellas como el París de Haussmann, la Florencia del Renacimiento o la eterna Roma, y otras como la Ciudad de México, sometida a partir del siglo XX a un sinfín de a veces groseras adulteraciones que siempre tienen quien las justifique, de las que ni siquiera su Centro Histórico ha escapado y por las cuales a bastantes capitalinos se les volvió de repente una metrópoli desconocida y hasta difícil.
De ahí el sentido del título de este libro que busca rescatar imágenes donde el tiempo pasado se detiene, para conocer o recordar cómo eran las calles, los edificios, los transportes, los comercios, las modas, las costumbres, los paseos, la vida diaria, las casas y las diversiones en las primeras seis o siete décadas de la centuria anterior.
Sin pasar por alto el hecho de que no todos los mexicanos conocen, nacieron o han vivido en la capital del país, o tal vez ni tengan interés en ella, tampoco debe soslayarse su importancia histórica, política, económica y cultural, y sus repercusiones en la vida nacional.
La obra está salpicada con textos breves donde el divulgador de la historia Alejandro Rosas explica o comenta el momento y el lugar de la escena y aporta datos muchas veces desconocidos u olvidados.
Para nosotros ha resultado una grata experiencia recorrer las páginas de La ciudad que ya no existe, porque en ellas está la urbe de cuando menos seis generaciones de familiares nativos o residentes que han visto en su momento una ciudad diferente en cada caso.
En su doble condición de capitalino y coleccionista de tarjetas postales impresas y digitales, así como de muchos otros objetos, este tecleador ha encontrado en el libro La ciudad que ya no existe los lugares de su infancia como, por ejemplo, el edificio Ermita con su antiguo y enorme anuncio del calzado Canadá (también hay una foto de la residencia de la familia Mier que estuvo antes en ese lugar).
El portal de La Magdalena donde íbamos con mamá en diciembre a comprar la piñata y el musgo y esferas para el Nacimiento, una estampa de Chimalistac antes de que entubaran el río Magdalena, o un desfile de carros alegóricos, suponemos que con motivo de la primavera como los hubo en los años 40-50.
Por cierto, en la imagen pasan frente a la estatua de Cristóbal Colón, retirada hace un año y para siempre, pero que se perpetúa en esta publicación.
Las de este libro no son las clásicas postales donde vemos a Villa y Zapata en Sanborns, ni a Porfirio Díaz en sus inauguraciones de obras, sino a la gente común cuando cruza la avenida Insurgentes o camina por San Juan de Letrán (hoy Eje Central), Plateros (Madero) o la Plaza de la Constitución.
Quién podría imaginar un Paseo de la Reforma visto de poniente a oriente en la imagen, donde la edificación más alta en el horizonte es el actual Monumento de la Revolución y con un campo de futbol llanero donde ahora hay inmensas torres que no dejan ver más allá. O recordar cuando la estatua del Caballito se encontraba frente a la Lotería Nacional.
O aquella Librería de Cristal en la Alameda Central, que en 1946 el diario The New York Times consideró “la más bella del mundo” y, pese a ello, “sin justificación alguna fue destruida en la década de los setenta”.
Consideramos un privilegio haber alcanzado a recorrer sus naves, hurgado en sus estantes y salido con buenas compras.
La obra muestra los edificios que hubo donde luego estuvieron la Torre Latinoamericana, el Banco de México, la Lotería Nacional, la Cancillería de Tlatelolco hoy centro cultural de la UNAM, el Monumento a la Madre y otros puntos icónicos de esa gran ciudad cuya metamorfosis no ha cesado con el rentable pretexto de la modernidad.
Carlos Villasana dice que su tarea en esta edición “fue explorar miles de imágenes hasta reunir esos sentimientos que nos hacen recordar y disfrutar no sólo la Ciudad de México: también a nuestros familiares y amigos”.
Con fotografías de su colección han sido ilustrados libros y otras publicaciones y se han montado exposiciones dentro y fuera del país.
Habría que hacer un libro como este cada cierto tiempo, donde toda la gente interesada en la memoria histórica tuviera las escenas de épocas recientes.
Por ejemplo, la avenida Juárez antes del sismo de 1985, las inmensas salas de cine -recordamos ahora algunos: Manacar, México, Roble, París, Paseo, Ermita y Continental-, las arterias Xola cuando tenía palmeras y Río Mixcoac donde hubo árboles, las colonias del poniente que fueron escindidas física y socialmente por el anillo periférico.
Y también, los ejidos donde ahora están el Estado Azteca y la zona de Coapa y Miramontes, el barrio de Xoco ya invadido por enormes torres, las estaciones del ferrocarril a Cuernavaca, las antiguas casonas del Paseo de la Reforma, una muy conocida Tintorería Francesa sobre Insurgentes, la cementera La Tolteca desplazada por conjuntos habitacionales, y hasta el palacete -hoy centro cultural- de los presidentes en Los Pinos, más todo lo que usted guste agregar.
Y hay que fotografiar también aquellos sitios amenazados actualmente con su desaparición.