Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Mi primera novia
Rusia McGregor González nos escribió luego de dar lectura a los Bandoleros sociales.
Nos dice:
«Fíjate que hace muchos años, no recuerdo exactamente pero estaba yo en la Dirección de Prestaciones Sociales del IMSS en México, encargada del Almacén Central de Vestuario en el que estuve durante 15 años. El vestuario era de danza y teatro, además de que ahí teníamos banderas nacionales, banderas del IMSS, ahí se distribuían los juguetes para las guarderías, hospitales y personal del IMSS sindicalizados y de confianza en Reyes y Día del Niño.
Viajaba constantemente a los Estados de nuestra República para supervisar el vestuario que se les enviaba para su presentaciones tanto de danza y teatro, pues a veces había faltantes.
En uno de esos años, tuve que ir a Morelos por un mes con base en Cuernavaca y recuerdo que la gente que se dedicaba a la agricultura, tiraba la cosecha porque no se les pagaba el precio justo según ellos y también tiraban la producción de leche. Qué cosas”.
Nosotros, en respuesta, publicamos una poesía de su padre, el bardo Campechano, Carlos McGregor, que nos hace recordar mocedades. Y olvidar barbaridades.
Carta a mi primera novia
Novia pobre del pueblo:
si el papel entintado
de mi epístola,
-tan fiel como romántica-,
busca refugio en el hueco inviolable
de tus manos,
dale el abrigo que sus hojas quieren,
como a la golondrina
le da sus calideces
el verano.
Anclé en el punto de la edad madura,
en que todos los hombres,
se vuelven silenciosos y serenos,
estoicos y conformes;
pero mi barca,
sigue en el vaivén de mis sentimientos
sin importarle el ancla.
Hay oleaje en mis mares,
y en el ciclón de tu recuerdo salta,
para ponerme frente a ti, no obstante,
que entre los dos existe,
un abismo infranqueable
de distancias.
Y te tengo tan cerca,
como la vez aquella,
que en la paz del domingo almidonado,
todas las redondeces de tus piernas,
en un mutis rumboso se eclipsaron,
tras la brillante seda,
pueblerina,
de tu vestido largo.
¡Ah, cómo se me agolpan en la mente,
las tardes de los sábados!
Nos íbamos corriendo las veredas,
como el cielo los pájaros,
y a la orilla de arroyos cristalinos
o a la sombra de almendros
y naranjos,
íntima y audazmente satisfechos,
la pinta de la escuela
descansábamos.
Y las noches del kiosco
con su alegre charanga,
parece que aun me dicen las canciones
que en tu boca y mi boca
se encontraban.
Era algo así como el presentimiento
de que un día de tantos,
el nudo frágil de nuestras quimeras
rompería
sus lazos.
Y se cumplió el designio inalterable
del destino en nosotros;
tu vida y mi vida se bifurcaron
en dos distintos polos,
con la inerme esperanza de que un día
volverían
a verse
nuestros ojos.
Y estamos en un ‘inter’ ignorado
acaso como inútiles andenes,
que momento a momento,
interminablemente,
esperan
la llegada
de los trenes.
¿En qué ciudad remota
la lozanía de tu cuerpo inédito
se entregó a la caricia de otras manos,
y tus labios supieron,
olvidando los míos,
del calor de otros besos?
¿Sé acaso dónde vives?
¿Sabes dónde mi amor puso su alero?
En esta transición que nos separa,
los dos nos hemos vuelto,
una interrogación que es un enigma
y un secreto.
Y ante el muro infranqueable del destino
es mejor no saberlo.
Si otra vez en las tardes
juveniles y alegres de la escuela
tus manos y mis manos se juntaran
para hojear las libretas
donde la química y sus pentagramas
eran nuestros problemas,
la fácil solución encontraríamos
en el hondo murmullo de tus lágrimas
y en el grave silencio de mis penas.
Aburrido del cambio
que mi vida sufrió en el hemisferio,
de los ruidos incesantes que corren
sobre esta gran ciudad del pavimento,
de paros y de huelgas,
de trenes y atropellos,
de robos y de crímenes nocturnos,
y de leyes, oh, novia, que no entiendo;
quisiera que esta carta te encontrara
igual que te imagina mi recuerdo:
Honesta, pobre, sencilla y morena…
¡Como son las mujeres de mi pueblo!»
Insistimos, mejor poesía que, en política grosería.