Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
No somos tu conciencia
Carlos Ravelo Galindo, afirma.
Escuchamos el mensaje del Presidente de México, desde el Congreso de la Unión. Hora y media de promesas y verdades. Nos conmueve su entusiasmo. Y cómo lo muestra ante el país que quiere regenerar, sigue en el camino que todos deseamos.
Lo vimos recibir humildemente, de rodillas, en el Zócalo, frente a medio millón de mexicanos, el Bastón de mando de los pueblos indígenas, olvidados y saqueados durante los últimos quinientos años.
Ese hombre Andrés Manuel López Obrador, a quien calificamos hace dos años como “un atisbo de esperanza”, debe, con el apoyo de todos hacerla, realidad.
Enhorabuena. A secas.
No olvidó, claro, lo que subraya el Papa Francisco:
Escuchar y atender el grito de los pobres que son silenciados por “el estruendo de unos pocos ricos, que son cada vez menos pero cada vez más ricos”
Sirva esta reflexión para que al terminar el sexenio tengamos el rostro del benefactor del México que anhelamos.
Y reiteramos don Andrés Manuel López Obrados: “Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”.
Ayer, sábado primero de diciembre de 2018, asumió la Primera Magistratura del país. Comenzamos de cero. Un rompecabezas difícil de armar.
Una buena presidencia es tarea de un equipo y una acertada dirección.
Señor Presidente. No seremos, ni lo intentamos, ser conciencia. De nadie.
Por ello, mejor, más que consejos que envían, políticos, diplomáticos, amigos, parientes y, por supuesto, interesados, platicamos una historia que deseamos se cumpla:
Un científico vivía atormentado por los problemas que tenemos en el mundo. Pero pasaban los años y no encontraba las soluciones.
Un día que no tenía colegio, su hijo, Ernesto, de diez años entró en su laboratorio decidido a ayudarle en su trabajo.
Cuando vio que no podía sacarlo de allí, el científico arrancó una página de una revista en la que aparecía una imagen del mundo y comenzó a separarla en decenas de pedazos, y creó un problema para el muchacho.
“Mira, hijo, aquí tienes el mundo todo roto. El juego consiste en que lo recompongas de nuevo”.
El científico calculó que con un mundo tan dividido tardaría mucho tiempo en conseguirlo. Sin embargo, unas horas después oyó la voz del niño entusiasmado:
“¡Papá, ya está arreglado!”
El científico comprobó estupefacto que todos los pedazos estaban exactamente en su lugar.
“¿Cómo es posible que lo hayas terminado tan rápido?”
El niño le contestó:
“Cuando arrancaste el papel de la revista para recortarlo, me fijé que en el otro lado de la hoja aparecía la figura de un hombre.
Y cuando me dijiste que arreglara el mundo, lo intenté, pero no supe cómo.
Entonces di la vuelta a los pedazos de papel y empecé por arreglar al hombre, que sí sabía cómo era.
Y una vez que conseguí arreglar al hombre, le di nuevamente la vuelta a la hoja y ¡encontré que había arreglado el mundo!”.
No nos falle Andrés Manuel. Todo México lo desea. Incluso, los que menos tenemos.